Antonio Morales - Tribuna Abierta

Renovagua

Hay que tener presente que la desalación, que para nosotros es irrenunciable, en muchos lugares agrava la crisis energética

Antonio Morales
Las Palmas de Gran Canaria Actualizado: Guardar
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El año pasado presentamos en el Cabildo, con motivo del Día Mundial del Agua, un estudio elaborado por la ULPGC, el Consejo Insular de Aguas y la Fundación Acuorum que versa sobre la 'Sostenibilidad en el balance recurso-demanda en la Isla de Gran Canaria'. Se trata de un documento de una importancia trascendental que señala el camino por el que debemos transitar en materia hidráulica en Gran Canaria en los próximos años y que debe pasar por reducir las pérdidas de agua implantando tecnología de última generación; por recargar los acuíferos reduciendo los caudales superficiales que desembocan en el mar y geodepurando las aguas subterráneas en mal estado; por realizar una gestión integrada de las redes de saneamiento y el control de los vertidos mejorando la calidad de las afectadas por intrusión marina e inyectando residuos líquidos; por optimizar la energía de las instalaciones a través del ahorro (consumimos para producir agua el 15 %) y de la penetración de las renovables; por perfeccionar las tomas de las desaladoras; por mejorar la eficiencia de los regadíos.

Solo con estas medidas podríamos reducir el déficit hídrico en un 53 % de aquí al 2027. Y estamos trabajando decididamente en ello. Este año, aprovechando la misma conmemoración, mostramos a la sociedad grancanaria el proyecto Renovagua, un ambicioso plan que nos permite avanzar en la implantación de las energías renovables en la isla, haciendo posible que 26 plantas de desalación y depuración, distribuidas por todo el territorio insular, se abastezcan de energías limpias (fundamentalmente solar, eólica y minihidráulica). El Cabildo destinará a esta propuesta un total de 18 millones de euros en cuatro anualidades de 4,5 millones de 2017 a 2021. Se conseguirá, de esta manera reducir en un 40 % el uso de energías convencionales en la producción y distribución de agua, dejar de emitir 17.000 toneladas de CO2 a la atmósfera y dejar de importar y consumir 4.670 toneladas de petróleo. En la actualidad, en Gran Canaria el 15 % de la producción eléctrica se emplea en el agua y el Consejo Insular de Aguas destina cada año 7 millones de euros al consumo energético. Esta iniciativa conseguirá, además, un ahorro anual de dos millones de euros.

Gran Canaria presenta un déficit estructural hídrico importante debido a sus singularidades poblacionales, geográficas, orográficas, climáticas y geológicas. Tenemos un desafío trascendental para los próximos años. El 27 de noviembre de 2015 aprobamos en el pleno del Cabildo el Plan Hidrológico de la Demarcación Hidrográfica de Gran Canaria y en estos momentos se está redactando el segundo ciclo de la planificación hidrológica con las propuestas a realizar hasta el año 2021. Es el momento de coger al toro por los cuernos. Vamos a hacer todo lo posible para avanzar en la soberanía energética, alimentaria e hídrica de Gran Canaria. No es fácil el reto, pero trabajaremos para conseguirlo. El futuro del agua y de la supervivencia de la tierra pasa por la innovación, la eficiencia, el ahorro, la reducción del consumo. Canarias sabe mucho de esto. Su historia está jalonada de hitos históricos que señalan largas luchas por salvar los graves problemas de la escasez de agua en nuestro territorio. Hemos sufrido mucho y corremos muchos riesgos a la hora de garantizar la estabilidad en el suministro de un agua de calidad para la población y para sostener nuestra economía. Nos queda mucho por hacer. Estamos cada vez más afectados por el cambio climático que está provocando el desvío de los alisios, el aumento del nivel del mar, el incremento de periodos de sequías (se anuncia un aumento del 15% en los próximos años), de calima y de precipitaciones intensas y dependemos cada vez más de la desalación y de la depuración (el 49,3% de nuestros recursos provienen del subsuelo y el resto lo fabricamos o lo regeneramos) y no tenemos resuelto nuestro problema energético que nos sigue haciendo depender del exterior y que encarece notablemente la producción del agua y de la energía. Es preciso tener muy presente que la desalación, que para nosotros es irrenunciable en estos momentos (sin desaladoras ya en 2005 nos hubiésemos quedado sin agua en las islas), en muchos lugares agrava la crisis energética.

Tenemos un reto extraordinario por delante. Creemos firmemente en el camino que nos hemos trazado. De ahí nuestra defensa de un modelo de desarrollo humano y económico sustentado en el concepto de eco-isla: que avance en la búsqueda de la soberanía energética a través de las energías limpias, en la soberanía alimentaria que rompa nuestra casi total dependencia alimentaria del exterior y en la soberanía hídrica para la energía (central hidroeólica Chira-Soria), el sector primario, el turismo, la población, la industria… Se trata de un trinomio imprescindible para nuestra supervivencia. Y además de eso debemos seguir avanzando en la movilidad sostenible (el agua para la producción de hidrógeno puede jugar aquí también un papel importante), el turismo verde, la reforestación y la recuperación del paisaje, el tratamiento de los residuos, de los lodos (estamos trabajando en un proyecto de investigación con la COAG y la universidad). En 1995 el presidente del Banco Mundial aventuró que “las guerras en el próximo siglo serán fundamentalmente por el agua”. Se trata de una afirmación cuestionada, pero sin ningún tipo de dudas vivimos un momento crítico de peligrosas consecuencias para el planeta. Y son muchas las razones pero son tres las que tienen especial incidencia en el problema actual del agua. El primero es la superpoblación de la tierra: En estos momentos no tenemos más agua que en la época de imperio romano, pero hemos pasado de 200 millones de personas a 7.200. En 2030, la población será de 8.500 millones de personas y el déficit del agua se acercará al 40 % según la ONU. Un segundo factor está relacionado con el cambio climático que produce sequías y precipitaciones intensas que provocan a su vez contaminaciones de los acuíferos, desplazamientos, conflictos, etc. Y un tercer elemento está ligado al consumo que necesitamos para dar satisfacción a la población mundial y al consumismo desacerbado: por citar algunos ejemplos, para fabricar un vaquero se necesitan 8.000 litros de agua, para una pizza o un litro de leche, mil litros de agua, para poder poner un entrecot en la mesa, 4.500…

En noviembre de 2002, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas adoptó la Observación General Número 15 sobre el derecho al agua. El artículo I.1 establece que "El derecho humano al agua es indispensable para una vida humana digna". La Observación nº 15 también define el derecho al agua como el derecho de cada uno a disponer de agua suficiente, saludable, aceptable, físicamente accesible y asequible para su uso personal y doméstico. Reconocer formalmente un derecho humano al agua y expresar la voluntad de dar contenido y hacer efectivo dicho derecho, puede ser una manera de estimular a la comunidad internacional y a los gobiernos para que redoblen sus esfuerzos para satisfacer las necesidades humanas básicas y para la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. El 28 de julio de 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció explícitamente el derecho humano al agua y al saneamiento, reafirmando que un agua potable limpia y un saneamiento adecuado son esenciales para la realización de todos los derechos humanos. La Resolución exhorta a los Estados y organizaciones internacionales a proporcionar recursos financieros, a propiciar la capacitación y la transferencia de tecnología para ayudar a los países, en particular a los países en vías de desarrollo, a proporcionar un suministro de agua potable y saneamiento saludable, limpio, accesible y asequible para todos. La ONU plantea que hay agua suficiente pero que es preciso que busquemos fórmulas para gestionarla equilibradamente, de manera sostenible, porque el estrés hídrico mundial es rigurosamente cierto. Se trata de un derecho humano, de un derecho universal que se está viendo peligrosa e injustamente conculcado. Y es que sin agua no podemos conseguir un mundo más justo, más igualitario: Según el Informe de Desarrollo Humano, por citar solo algunos ejemplos, 800 millones de personas no tienen acceso al agua potable; 8 millones mueren cada año a causa de catástrofes y enfermedades ligadas al agua; en el África Subsahariana rural, millones de personas comparten las fuentes de agua doméstica con los animales o dependen de pozos sin protección que son caldo de cultivo de agentes patógenos. La distancia media que camina la mujer en África y en Asia para recoger agua es de 6 kilómetros. El uso medio de agua es de 200 a 300 litros por persona y día en la mayoría de los países en Europa frente a los menos de 10 litros en países como Mozambique. Las personas que carecen de un acceso mejorado al agua en países en desarrollo consumen mucho menos, en parte porque tienen que portarla a lo largo de largas distancias y el agua es pesada. Para los 884 millones de personas en el mundo que viven a más de 1 kilómetro de una fuente de agua, el uso es normalmente inferior a 5 litros al día de un agua insalubre. En cualquier momento, cerca de la mitad de los habitantes de los países en vías de desarrollo sufren problemas de salud provocados por unos deficientes servicios de agua y saneamiento. Juntos, el agua sucia y un saneamiento deficiente son la segunda mayor causa de muerte infantil en el mundo. Se calcula que se pierden 443 millones de días escolares al año debido a enfermedades relacionadas con el agua. Un territorio frágil y aislado como el nuestro tiene la obligación de convertirse en vanguardia mundial para hacer frente a esta situación y no sufrir sus dramáticas consecuencias. Ese es el camino que estamos andando.

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