El canónigo Antonio Botella confesó y explicó, con autorización del reo, que admitía su delito
El canónigo Antonio Botella confesó y explicó, con autorización del reo, que admitía su delito - FEDAC/ABC

140 años de la última sentencia con pena de horca en Gran Canaria

Las Palmas de Gran Canaria Actualizado: Guardar
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Se cumplen 140 años del parricidio de Arucas que derivó en la última pena de muerte por ahorcamiento en Gran Canaria. Era 1876 cuando se instruyó en la capital grancanaria el último sumario con sentencia de pena de muerta a través de la horca, ubicado en la calle Callejón de la Horca, que actualmente tiene el nombre de Avenida Eufemiano Jurado.

El ajusticiado se llamaba Manuel Marrero Reyes, que protagonizó en Arucas el asesinato de su hijo, Álvaro Marrero Martín, que podría tener entonces unos 14 años de edad. Fue con un utensilio de su trabajo con lo que acabó con la vida del menor. La madre, horrorizada, optó por esconderse en El Risco de San Nicolás. El padre, acabó siendo detenido en Telde.

El abogado de acusado del parricidio fue Emiliano Martínez de Escobar, que recurrió la sentencia de Las Palmas al Supremo en Madrid, sin resultado alguno. El patíbulo que se ubicaba en una zona próxima a pequeña plaza de Santa Isabel, acogió la última confesión de la que fue testigo en primera persona el sacerdote Antonio Botella.

De acuerdo con las crónicas de la época que ha recopilado Carmelo Ramírez Pérez, Manuel Marrero Reyes autorizó a Botella a decir públicamente que admitía su pena. Y, el público, en silencio, escuchó cómo el verdugo repetía varias veces el intento de acabar con la vida del preso. 15 minutos agonizantes porque el material estaba defectuoso.

Con anterioridad a que el zapatero de Arucas fuese el último ahorcado en Gran Canaria, el verdugo debió ir a trabajar a la Plaza de la Feria para someter a tres presos al garrote vil. Era carnaval en Las Palmas capital y esos tres reos entraron en una casa de lo que hoy es la calle López Botas. Acabaron con la vida de la criada. Asfixiada.

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