Cultura

«Retratos de una huida»: la mirada del refugiado, en el CaixaForum Zaragoza

La exposición del fotoperiodista estadounidense Brian Sokol recala en la capital aragonesa

Zaragoza Actualizado: Guardar
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El fotoperiodista estadounidense Brian Sokol presenta «The most important thing. Retratos de una huida», una exposición en la que en 24 imágenes refleja la dignidad humana de otros tantos refugiados de distintos puntos del planeta a través de los objetos personales más importantes en su huida.

La muestra, organizada por la Obra Social La Caixa y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), permanecerá en el CaixaForum Zaragoza hasta el próximo 15 de enero, tras recorrer otras cuatro ciudades españolas y antes de que se exhiba también en el extranjero.

Los objetos que sirven de hilo conductor a estas 24 historias varían en función del país, la etnia, la edad o el género, aunque la mayoría, según indica Sokol, tienen un valor simbólico, excepto en el caso de los refugiados de Sudán y Sudán del Sur, quienes ante las largas jornadas de viaje de huida del horror optan por utensilios de primera necesidad.

Así, la familia Ag Bara, huida de la violencia de Mali hacia un campamento en Burkina Faso, posa con los dos burros que les transportaron durante diez largos días por el desierto, y los Ag Moussa, con la moto que les salvó la vida después de que su madre y otras cuatro mujeres de su familia fueran asesinadas en su país.

Otros optan por rescatar su medio de vida, como Benjamin con su maquina de coser o Jean con su red para pescar, ambos escapando de los combatientes Séléka en la República Centroafricana e instalados en la República Democrática del Congo.

Simbólico es lo que portan Jean-Baptiste, enfermero y también centroafricano, su carné de identidad, su única prueba de ciudadanía, y Lucie con su Biblia.

El libro sagrado, en este caso el de la religión musulmana, también es la elección de Iman, quien escapó de Alepo hacia la vecina Turquía alertada por los casos de acoso sexual a mujeres, ya que le permite estar «conectada con Dios».

La pequeña Leila, por su parte, siria refugiada en el Kurdistán iraquí, muestra unos pantalones vaqueros «perfectos» para ella porque tienen una flor y le encantan, aunque no los haya lucido desde que huyó de los tanques que le aterrorizaban en su país, mientras que May, de solo ocho años, habría rescatado de su casa de Damasco a su muñeca Nancy, pero se le olvidó con las prisas y posa con unas pulseras.

Impacta la imagen de Alia, otra joven siria refugiada en Irak, postrada en una silla de ruedas y que, sorprendentemente, no la considera como su objeto más preciado sino como una extensión de su cuerpo y responde que lo único importante que se llevó consigo fue su propia alma.

Más básicos son los objetos que portan aquellos que huyen de Sudán hacia los campamentos de Sudán del Sur, como el bidón de agua que lleva la pequeña María, el cuchillo con el que Howard defendió a su familia y a su rebaño, o el palo con el que la joven Dowla transportó a sus seis hijos durante sus diez días de viaje.

La nota más alegre la pone Ahmed, de solo diez años, quien «no puede imaginarse la vida sin Kako», su mono mascota, con el que aparece en la fotografía tomada en un campamento de Sudán del Sur tras su huida y la de su familia de su casa en una aldea del Nilo Azul en el vecino del norte.

Las fotografías fueron tomadas entre 2012 y 2014 y muestran sobre todo huidas, por lo que faltaría por representar la vuelta a sus hogares, en el caso de que se hayan producido, aclara Sokol.

Sin embargo, a pesar de la antigüedad de las fotos, no han perdido vigencia, ya que las cifras de desplazados forzosos no han hecho sino crecer, hasta los 65,3 millones en todo el mundo según datos de Acnur de finales del año pasado, el número más alto desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero no importa si la instantánea ha sido tomada en Siria, Mali, Sudán o la República Centroafricana, se trata de una secuencia «atemporal» que no busca la simpatía o la compasión occidental por su sufrimiento, sino plasmar que se trata de «personas reales», con dignidad humana, «igual que nosotros», subraya el fotoperiodista.

Son personas que comparten los mismos valores, las mismas vivencias, que hasta hace poco tenían tarjetas de crédito o cuentas en Facebook pero que «en un segundo» perdieron todo y tuvieron que salir huyendo dejando casi todo atrás menos la dignidad, añade.

Sobre el proceso, ha reconocido que es bastante más amplio y complejo que la simple toma de las fotografías, que es la parte «más corta y menos importante».

Primero, recorría los distintos campos durante días para ver quién los habitaba, distinguir edades, géneros y etnias y, a partir de ahí, preguntar por el contexto, si han dejado a seres queridos atrás, para terminar con el objeto y la toma de la fotografía. «No puedes llegar a la vida de la gente, presentarte y tomar una foto», insiste.

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