David Gistau

El vivo, al bollo

David Gistau
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Si la celebración en un año de tres campeonatos mundiales de fútbol podría llegar a cansar ligeramente, imagine el lector lo que supone la triple repetición de un evento parlamentario que, concebido para celebrarse con la misma periodicidad que el Mundial, es menos ameno en general. La diferencia, respecto de las dos anteriores, consistió en que la bancada popular exudaba alivio por el final del Bloqueo y alegría por ganar. Estaba feliz, y la larga ovación con que la saludó a su líder cuando se encaminó hacia la tribuna de oradores era el reconocimiento al «Last Man Standing» después de casi un año de parálisis, intrigas y sordidez durante el cual fluyó hasta sangre hacia el desagüe como en la ducha de «Psicosis».

Hablando de sangre y de intrigas. Pedro Sánchez quiso crear mediante un tuit cierto ambiente para hacer su entrada. Se trataba de su reaparición después del golpe y del viaje terapéutico que se dio por las Américas, donde fue fotografiado con el antifaz puesto en al menos tres vuelos internos. Luego ingresó en el parlamento en coche, por los sótanos, y sólo se dejó ver, ya en el Hemiciclo, muy tarde, pegado a la hora de arranque del debate.

Iba vestido de sport, descorbatado, como corresponde a su nueva situación periférica, y lo acompañaba Luena, algo triste de semblante, como si se le hiciera tortuosa la subida por las escaleras hacia los escaños irrelevantes: en el parlamento existe la particularidad de que se cae hacia arriba, hacia el borde de la taza. Algunos diputados socialistas ignoraron a Sánchez. Otros lo saludaron y, aunque él se esforzaba por sonreír como el hombre que lo ha perdido todo en el casino del anuncio aquel -dientes, dientes-, la impresión era melancólica. No es habitual, en los velorios, que se pueda dar el pésame estrechando la mano del mismo muerto.

El hastío parlamentario recomendaba aligerar las retóricas y las pompas. Fue significativo volver a ver colocadas, en el perímetro de San Jerónimo, las vallas policiales de 2012, cuando el Parlamento parecía encapsulado y los diputados temían ser reconocidos si cubrían a pie el tramo hasta la estación de Atocha.

Probablemente se trate de un esbozo de la agitación callejera que formará parte de la atmósfera de la próxima legislatura: algunos diputados frustrados por las limitaciones de la senda institucional tendrán que decidir de qué lado de la valla están y si participan o no de un impulso al mismo tiempo frentepopulista y joseantoniano, el de romper las urnas cuando éstas legitiman a otro. En todo caso, ayer Rajoy debía aligerar el discurso, del cual nadie esperaba un timbre fundacional o una emoción de victoria. Tal era la sensación de trámite que podría haber emitido una versión recortada del de agosto y nadie se habría quejado. De hecho, muchos argumentos fueron reaprovechados, como en un refrito. El de lo perjudicial que resulta la incertidumbre, el de la voluntad de crear empleo y de establecer cauces de diálogo entre las siglas constitucionalistas que hagan más llevaderos el escaso calibre y la vulnerabilidad parlamentaria del ejecutivo cuyos miembros serán anunciados este domingo.

La estabilidad dependerá de hasta dónde lleve el PSOE la pasión opositora que necesita para hacerse perdonar la abstención e impedir perder la jefatura de la oposición. Rajoy hizo una alusión a las nuevas y mejores circunstancias políticas que a punto estuvo de sonar sarcástica, pues se refería al asesinato civil de Sánchez, cuya eliminación es el único cambio que le permitirá esta vez ser investido. Hizo menciones explícitas a Rivera para apuntalar su relación y a la vocación social del Estado, como para cegar territorio argumental a Podemos. En fin, otro discurso de investidura. Ya nos atraviesan sin dejar huella.

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