La vida de la presidenta del PP de Vizcaya en los años de ETA: «Los escoltas eran una parte más de mi vida»

ABC reúne a Raquel González y al escolta que la acompañó durante los últimos años de ETA

Raquel González, junto a su exescolta Rubén García Fernando Gómez
Adrián Mateos

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Raquel González se vio obligada a confiar su seguridad a los escoltas durante cerca de una década. Hija de un capitán de la Guardia Civil, la hoy presidenta del PP de Vizcaya creció en casas cuartel de Bilbao y Guecho, municipio en el que posteriormente ejerció como concejal. Fue entonces cuando la sombra de ETA se hizo más larga: «Al final, tienes que adaptarte a una sensación de peligro constante», sentencia la popular, que plantó cara a la organización terrorista en una etapa trascendental de su vida.

Uno de los profesionales que veló por ella fue Rubén García , con quien todavía guarda una relación de amistad. Bajo su protección, Raquel no solo impulsó su carrera política, sino que también se casó y se convirtió en madre. Recuerdos únicos que ni siquiera los terroristas lograron empañar gracias, en buena parte, al buen hacer de un compañero con el que atravesó « situaciones extremas ».

A pesar de todas las dificultades, guardaespaldas y protegida aseguran que tuvieron «mucha suerte» , pues alcanzaron una afinidad de la que otros perseguidos por el terrorismo no disfrutaron: «Nosotros congeniamos, por lo que todo iba sobre ruedas -destaca Rubén-. Cada uno sabía más o menos lo que tenía que hacer, y nos compaginábamos bien». Se trata de un aspecto «vital», a juicio de Raquel, quien subraya que los «clientes» adquieren también una responsabilidad con sus respectivos escoltas.

« Es importante tener una armonía , una buena conexión con la persona que está contigo, y puedo decir que estoy muy contenta con los escoltas que tuve», afirma la dirigente popular, que hace hincapié en que, una vez le asignaron un guardaespaldas, se vio obligada a vivir de una forma estrictamente «organizada», dado que su compañero debía saber en todo momento dónde y con quién se encontraba.

Pérdida de intimidad

La presencia invisible de la banda terrorista en las calles del País Vasco y Navarra truncó la vida de miles personas que se vieron forzadas a recurrir a especialistas de la seguridad para salvar la vida. El Instituto de Derechos Humanos Pedro Arrupe de la Universidad de Deusto cifró en 3.300 las víctimas que precisaron de escolta , de las cuales 1.619 recibieron ayuda a cargo del Gobierno vasco. En este sentido, el centro vizcaíno destacó en un informe que, más allá de la estigmatización propia de este tipo de situaciones, los protegidos sufrían también una pérdida casi total de libertad e intimidad.

Un nuevo estilo de vida al que tuvo que adaptarse la propia Raquel, que explica que sus dos escoltas estaban prácticamente siempre con ella: «Yo hacía mi vida familiar y laboral, dejaba al niño en la escuela y acudía a los plenos y las reuniones -puntualiza-. Y si luego tenía tiempo de ocio y me iba a tomar una cerveza con los amigos ellos seguían allí, con lo cual estaban trabajando siempre ». En esta línea, asegura que sus guardaespaldas le decían que tenía que intentar olvidarse de que se encontraban a su alrededor, objetivo que logró alcanzar con el paso de los años.

A pesar de todo, hubo momentos en los que la popular prefería no salir de casa para no obligar a sus guardaespaldas a acompañarla: «Te sentías un poquito culpable, porque igual estabas tomando un café y llovía a mares pero ellos seguían allí», destaca Raquel, que insiste en que se trataba de un «sentimiento encontrado», pues si bien ella tenía que hacer su propia vida, era consciente de que sus protectores también dependían de lo que decidiera hacer .

«Nosotros eso ya lo teníamos asumido», responde Rubén, que destaca que ni él ni el resto de sus compañeros de profesión podían pensar en «cuándo acabaría la jornada». Al final, añade, es «como estar en familia», pues los escoltas también «creaban lazos» con sus respectivos clientes. De hecho, y a pesar de la continua tensión a la que estaba expuesto, en términos generales asegura que se trataba de un trabajo « muy rutinario ». «Te acostumbras a todo», concede Raquel, que pone de relieve el hecho de que ambos afrontaron «todo tipo de momentos y vivencias, buenas y malas», en las que incluso llegaron a «perder alguna vez los nervios» por motivos laborales o personales.

«El ser humano es capaz de sobrevivir a todo -enfatiza la dirigente vizcaína-. Se convierte en una parte más de tu vida. Igual que te acuerdas de coger el bolso al salir de casa, te acuerdas de llamar a los escoltas cuando haces planes. Ellos tenían que enterarse de cualquier cambio , al final sabían más ellos de mi vida que mi propio marido».

En cualquier caso, Raquel puntualiza que se trata de una «relación de trabajo» de muchas horas en la que, por encima de todo, prima el respeto mutuo: «Tenía que entender muchos momentos, y ellos conmigo también -alega-. Creo que eso fue clave para que pudiéramos pasar tantos años juntos de la mejor manera posible».

Reconvertido en DJ

La calma llegó tras casi diez años de tensiones, si bien Raquel necesitó tiempo para convencerse de que la organización terrorista no volvería a perpetrar nuevos crímenes. De hecho, recuerda la popular, ETA había anunciado previamente otras dos treguas «que acabaron con dos muertos encima de la mesa», lo cual no invitaba al optimismo: «Me llevó mucho volver a sentirme segura», afirma la dirigente vizcaína, que subraya que el rumbo de la banda «todavía está por ver», a tenor de lo que manifiesta en sus comunicados.

Para Rubén también supuso un «gran alivio», pues el anuncio de la organización terrorista puso fin también a años de «estrés y preocupaciones». En este sentido, subraya que su trabajo también le afectó en sus relaciones con la familia, con su pareja y con sus propios compañeros: «Otros escoltas no pudieron aguantarlo, porque se agobiaban y tenían problemas personales -explica-. Las condiciones de vida, además, iban cada día a peor, fue una salvajada ».

Reconoce que el final de la violencia etarra también dio un giro de 180 grados a su vida y a la del colectivo de escoltas, que se vieron obligados a ganarse la vida de otra forma. Muchos, sostiene Rubén, «estaban desubicados», y se empeñaban en mantener «un ritmo de vida» de una época ya pasada. Él ahora trabaja como DJ.

Con el tiempo, ambos consiguieron dejar atrás al fantasma de ETA , la banda que les arrebató una etapa «esencial» de sus vidas: «Lo triste es que hayamos tenido que estar tantos años mirando debajo de nuestros coches y de los de los protegidos y que se viera como algo normal», sentencia Raquel, que se siente satisfecha de mantener el contacto con el hombre que la preservó de la ira de los terroristas: «Es una persona que siempre va a estar ahí».

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