Sánchez y Page firmaron un pacto de no agresión a cambio del «experimento» con Podemos

Echenique laminó toda oposición en Castilla-La Mancha, donde los populistas viven en un polvorín

Mayte Alcaraz

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Entre el viernes de Dolores de este año y el sábado 15 de julio, PSOE y Podemos han jugado al póker para medir las fuerzas del otro con vistas a la gran partida final: la que «eche» a Mariano Rajoy de La Moncloa. Ese 7 de abril pasado Pablo Iglesias ordenó a José García Molina , líder de la formación en Castilla-La Mancha y su amigo personal, que bloqueara los Presupuetos socialistas de Emiliano García-Page hasta que el proceso de Vistalegre-2 y su guerra particular con Íñigo Errejón, que acababa de ganar, le desbrozara el camino. Porque el que fuera portavoz parlamentario había perdido con un discurso que reclamaba llegar a acuerdos institucionales con el PSOE para ponerse, de una vez por todas, a gobernar. Nadie hubiera entendido que apenas dos meses después Iglesias robara la tesis de su oponente y entregara los presupuestos regionales como un cheque en blanco a los socialistas. Era pura táctica. Había que resistir hasta ver qué ocurría, además, con Pedro Sánchez.

A su vez, García-Page también movió sus propias cartas. A la espera de ver qué pasaba con el rival de su preferida para el trono de Ferraz, Susana Díaz , el objetivo era trasladar a los agentes sociales en Castilla-La Mancha que el bloqueo de las cuentas públicas asfixiaría a la Comunidad e impediría la financiación de partidas sociales «vitales».

La «campaña» contra Podemos estaba en marcha para granjearse al electorado de izquierdas. García Molina acusó la operación y se quejó en Madrid de que el PSOE le estaba «zurrando» ante sus bases. Hasta el punto de que llegó a «puentear» al presidente autonómico y amagó con solicitar una reunión a finales de mayo con Sánchez, con el argumento de que Page había ligado su futuro político a la victoria de Díaz y no era descartable «ningún giro dramático». Pero Page inclumplió su promesa y se quedó y, lo más importante, Sánchez e Iglesias avanzaban secretamente en un pacto mayor: el de la coalición de Gobierno.

Margarita Robles e Irene Montero desbloquearon en el Congreso la situación de Castilla-La Mancha

Así, al principio del verano se celebraba la primera reunión entre el secretario general y su hasta entonces «barón díscolo». Resultado: el Gobierno regional plegaba velas. La operación de desgastar a García Molina y los suyos pasaba a mejor vida porque, según fuentes socialistas, «los jefes iban a negociar». De hecho, nunca dejaron de hacerlo y a nivel parlamentario, las dos portavoces, Margarita Robles (PSOE) e Irene Montero (Podemos), trabajaban en el Congreso no solo en compromisos legislativos sino también en desbloquear el teatro de operaciones: Castilla-La Mancha.

En paralelo, las relaciones entre Page y Molina, que fueron buenas a principios de legislatura pero que terminaron enturbiándose, volvían a la cordialidad mientras el líder populista «laminaba» a la oposición interna que, encabezada por su enemigo, el diputado por Guadalajara David Llorente, se oponía al acercamiento con el PSOE, que el sector anticapitalista rechaza de pleno.

Podemos salvó aparentemente la fractura interna con la votación mayoritaria (78% de la militancia) del acuerdo con los socialistas pero no evitó que el Consejo Ciudadano de Ciudad Real dimitiera en bloque, como respuesta al acercamiento a Page. Las misivas de esta agrupación fueron silenciadas por el secretario de organización, Pablo Echenique , encargado de echar tierra, según reconoce uno de los políticos dimitidos, sobre la guerra doméstica abierta.

Ensayo

A primeros de julio, Page esperaba todavía la política de mano tendida de Podemos. Las negociaciones seguían encalladas. Viajó de nuevo a Madrid para hablar con Sánchez con el que avanzó un pacto de «no agresión» a cambio de poner en marcha el experimento social-populista como antesala al que podría conseguirse en Baleares, Comunidad Valenciana y Aragón, este último muy complicado por la guerra personal entre el actual presidente socialista, Javier Lambán, y el número tres de la formación morada, Pablo Echenique. Solo faltaba que «desde arriba» se franqueara el paso .

El presidente castellano-manchego trasladó a Sánchez que, si se descartaba negociar cada medida para salvar los presupuestos y también la celebración de elecciones anticipadas (siempre una moneda al aire), solo quedaba la entrada de Podemos en su Ejecutivo. El líder socialista valoró esta propuesta y llamó el 15 de julio a Iglesias, tal y como le pidió Page. En esa conversación, en la que el dirigente populista aprovechó para exigir mayor fluidez en la formación de las mesas de diálogo bilaterales en el Parlamento, ambos cerraron «la operación Castilla-La Mancha» . Y se citaron para verse el siguiente lunes y hablar de «otros espacios de colaboración».

El 15 de julio Pedro Sánchez llamó por teléfono a Pablo Iglesias y cerraron la operación

El lunes 31 de julio, el 90% de las asambleas, muchas de ellas comarcales, ratificaron la entrada en el Gabinete socialista de García Molina, como vicepresidente segundo, y de Inmaculada Herranz, responsable de la Consejería que se encargará de cumplir el acuerdo de investidura. Antes se suscribió un polémico documento para que los dirigentes que fueran funcionarios volvieran a la Administración con el nivel máximo . Todo ello, la antesala del objetivo que persiguen Sánchez e Iglesias: asaltar La Moncloa.

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