El punto débil del modelo belga

Vilvoorde, el destino del imán de Ripoll, quería ser el símbolo de la lucha contra la radicalización de musulmanes

Imagen de la entrada a la localidad belga de Vilvoorde AFP

E. SERBETO

El imán de Ripoll no escogió Bélgica ni Vilvoorde por casualidad. Este municipio de la periferia de Bruselas es uno de los puntos donde más visibles son las contradicciones de la emigración en la sociedad belga . Históricamente fue el destino de una numerosísima comunidad cordobesa que llegó hace medio siglo y que ya es apenas reconocible, porque las generaciones nacidas allí se han fundido con los belgas. Pero al mismo tiempo es el municipio del que ha salido la mayoría de los yihadistas que decidieron ir a la guerra de Siria desde Bélgica. Casi todos eran también hijos de emigrantes marroquíes que se habían beneficiado de un estado del bienestar mucho más generoso que en los tiempos de los españoles, pero no han logrado integrarse más allá de lo superficial. Algunos achacan ese desarraigo al cierre en 1997 de la inmensa planta del constructor de coches Renault. Otras teorías lo vinculan sencillamente al auge de la radicalidad en todo el mundo musulmán.

Para el alcalde de Vilvoorde, Hans Bonte , ha sido una muy mala noticia que el municipio haya sido vinculado con un atentado como el de Barcelona -en el que, además, ha habido una víctima belga- porque echa por tierra su reputación de pioneros en la lucha contra el integrismo. Él tuvo la clarividencia de imaginar que había que prepararse para gestionar la presencia de los que sobrevivan a la guerra de Siria y acaben regresando. La creación de un centro de «desradicalización» debía convertir a esta ciudad en un referente de buena gestión del islamismo dentro de Europa. En Francia lo intentaron y el último de los centros de este tipo que aún estaba abierto fue cerrado a principios de agosto, ante la constatación de que no había islamistas interesados en ser apaciguados. En Vilboorde lo siguen intentando, sobre todo utilizando una óptica muy distinta de la francesa, basada en el aislamiento y el control policial. En esta ciudad belga se utilizan a los colectivos de jóvenes musulmanes moderados para tratar de atraer a los que han cruzado la línea de la radicalización, tratando de racionalizar las causas de su evolución hacia la violencia.

La realidad es que el centro sigue funcionando en teoría, pero los musulmanes que han optado por la yihad lo ignoran. En los atentrados de Bruselas del año pasado los focos de la atención internacional se centraron en Molenbeek , un barrio céntrico donde nunca hubo nada parecido a una fábrica de coches, sino una política insensata de atracción de inmigrantes con fines políticos y que lo ha convertido en una versión indómita de Casablanca o de Marrakech. Vilvoorde parecía un espejo de armonía, al lado de Molenbeek. El iman de Ripoll tenía billetes para viajar de nuevo a Bruselas, tal vez pensando en su huida después de que sus acólitos se inmolasen. El hecho de que le hubiesen pedido un certificado de buena conducta en la mezquita Youssef de la vecina localidad de Diegem no le impidió residir durante varios periodos en esta zona de Bélgica y seguir pensando que era un buen lugar para sus contactos con yihadistas. Y, desde luego, no tenía previsto acercarse por el centro contra la radicalización de Vilvoorde.

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