Las primarias, una mentira piadosa

Se trata de un intento por imponer una regulación abusiva, y ajeno a la libertad de elección con el que cada partido quiera estructurarse y funcionar

Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en 2015 EFE
Manuel Marín

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La iniciativa de PSOE, Podemos y Ciudadanos en el Congreso para alterar las normas que regulan el funcionamiento de los partidos y su financiación choca con un doble problema de imposición: política, para instaurar las primarias como método de elección de sus candidatos, y económica, en la medida en que esos procesos internos se financiarán con dinero público y no con las cuotas de los afiliados. Sin embargo, los partidos son entidades cuyas reglas internas deben estar sometidas a un evidente criterio de autonomía e independencia siempre que sea avalada por sus militantes porque, es de suponer, esa militancia es voluntaria. Se trata de un intento por imponer una regulación abusiva, y ajeno a la libertad de elección con el que cada partido quiera estructurarse y funcionar, en el legítimo ejercicio de su actividad política. Intervencionismo radical sobre la base de una corrección política artificial e innecesaria. Hay democracia real, o puede haberla sin dificultad, más allá de las primarias.

Igual de discutible resulta la impopular propuesta de que cada proceso de primarias para elegir un candidato a la presidencia del Gobierno, a una comunidad autónoma o a una alcaldía se pague con fondos públicos. Premiar con más subvenciones el hecho de que un partido regule la limitación de mandatos, las listas cremallera, los sistemas de participación de los militantes o los etéreos compromisos de transparencia es ofensivo para el ciudadano que legítimamente no milita en ningún partido. O sencillamente, que carece de interés alguno por ellos.

El relato de las primarias nunca se ha narrado bien en España. Tienen una letra tan pequeña, ilegible e interpretable, que cualquier debate sobre ese proceso electivo se desempeña sobre el dibujo de una brocha gorda con la superficialidad de lo sectariamente correcto: las primarias son sinónimo de voluntad libre del militante, y cualquier otro sistema es sencillamente autocrático y antidemocrático. Pero la realidad es otra. Los partidos simulan tener un funcionamiento abierto y transparente cuando en realidad esa letra pequeña avala un férreo y excluyente control de las cúpulas de cada partido sobre su militancia, los nombramientos, las listas electorales, los vetos, etcétera.

El PSOE no respetó las primarias en Madrid cuando venció Tomás Gómez. En Andalucía se impuso un porcentaje de avales previo a los aspirantes imposible para cualquier candidato alternativo al oficial, y en Galicia se celebraron al margen de la decisión de la Ejecutiva federal. Al menos hasta hace unos meses, el PSOE mantenía la obligación de convocar primarias cuando un candidato había perdido, pero no si había ganado. Las primarias son una impostura también en Podemos, que presume de ser un partido en régimen de igualdad asamblearia, cuando objetivamente regula y aplica purgas internas propias de la antigua URSS . Y Ciudadanos, pulcro y transparente por ADN, elige a sus candidatos a dedo de su dirección. Como todos. Ejemplos sobran y allá donde se haya abierto un debate interno, los críticos han sido arrinconados. La regeneración de los partidos pasará, por tanto, por dedicar más dinero público a financiar una mentira piadosa.

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