Manuel Marín

«Poli bueno» y «poli malo» en el PSOE

Manuel Marín
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A duras penas, todo parece encarrilado en el PSOE hacia una abstención indignada pero real. Incluso, apunta a abstención unánime y disciplinada. Tres factores están influyendo de modo determinante. Primero, los pertinaces partidarios del «no» ya asumen que, pese al ruido generado y pese a gozar del apoyo moral de la militancia, son minoría orgánica, y temen aparecer como los culpables del desguace definitivo del PSOE o de un cisma histórico que acabe en entierro.

Segundo, los mensajes de benevolente pragmatismo y prudencia filosofal que emite Javier Fernández contrastan con la amenaza subterránea lanzada a los díscolos de quedar excluidos de las listas y despojados de su escaño -y de su sueldo- si provocan terceras elecciones. Con urticaria o sin ella, el PSOE andaluz ejerce para eso de «poli malo», y su tono de advertencias poco sutiles no da lugar a segundas lecturas interpretativas.

Es simple y crudo: o con la gestora o contra la gestora. No hay término medio.

Y tercero, empieza a calar la percepción de que «día pasado es día cotizado» para alejar a Pedro Sánchez de la tentación de aspirar de nuevo a la secretaría general del PSOE, una vez que se convoque el congreso extraordinario. Cuanto más perdure la gestora provisional, antes difuminará el tiempo las expectativas de Sánchez, y antes empezará el partido a superar el odio fratricida sin más traumas añadidos a los que ahora padece.

Por contradictorio y paradójico que parezca, el primer paso efectivo del PSOE hacia su refundación para alejarse de la nube tóxica que representa Podemos será avalar la investidura de Mariano Rajoy. La apuesta es arriesgada, pero la gestora actúa en la convicción de que la militancia irá superando el tumor lentamente, como si se tratase de una inevitable sesión de quimioterapia invasiva: extrema, pero reparadora. A la vez, la dirección provisional socialista confía en afianzar un progresivo acercamiento a esa masa ingente -calculada en tres millones de votantes progresistas-, que carece de un acendrado perfil ideológico y cuyo voto oscila en la franja del pragmatismo y la moderación, a veces incluso beneficiando a la derecha según criterios de oportunidad y liderazgo.

La polarización de la política hacia los extremos no tiende tanto a destruir al votante de un centro sociológico alejado de cualquier sectarismo ideológico, como a olvidarlo, marginarlo y reconducirlo hacia donde no quiere ser dirigido. Sánchez lo intentó y una mayoría del PSOE se ha rebelado contra esa radicalización que las urnas han castigado. Ahora, el camino de retorno a la senda de la credibilidad y la fiabilidad pasa por permitir gobernar a Rajoy. Un precio muy alto.

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