Pincho de tortilla y caña

La espoleta

«El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, lleva meses haciendo trueques en el mercado negro de las enmiendas presupuestarias»

Mariano Rajoy durante una convocatoria de prensa a los medios EFE
Luis Herrero

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Adivina, adivinanza. ¿Quién dijo esta frase y a quién iba dirigida?: «A este señor solo le interesa el poder a cualquier precio. Los intereses de España le traen sin cuidado». Daré algunas pistas. La frase no guarda relación con la renuncia a recurrir del voto delegado de diputados catalanes prófugos de la Justicia. Tampoco con el inopinado cambio de discurso sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones. Ni con el pacto suscrito con el socio de EH Bildu en la defensa del derecho de autodeterminación de Euskadi.

En efecto. La frase no ha salido de los labios de ningún líder de la oposición y no iba dirigida al presidente del Gobierno, que lleva haciendo trueques a troche y moche desde hace meses en el mercado negro de las enmiendas presupuestarias con el único objetivo de poder agotar la legislatura. Al revés. Ha sido el propio Rajoy quien la ha lanzado, como un salivazo despectivo, contra el rostro del secretario general del PSOE. No digo que no tenga motivos para haberla pronunciado. Los tiene. Pero aún tienen más sus adversarios para utilizarla contra él.

Lo que me sale instintivamente es escribir que Rajoy carece de credibilidad para acusar a los demás de cometer sus mismos errores, pero enseguida caigo en la cuenta de que el concepto que él tiene de credibilidad no se parece en nada al académico. Quedó de manifiesto durante uno de los momentos más lamentables de su comparecencia de ayer a mediodía. No importa que todas las encuestas, en un ejercicio de rara unanimidad, estén reflejando la deserción masiva de los votantes del PP, ni que ayer pidieran su dimisión los líderes de todos los grupos parlamentarios, ni que los jueces de la Gürtel le hayan acusado de ocultar la verdad para evitar el reproche social que su conducta merece. Rajoy sigue sinceramente convencido de que no hay nadie con más credibilidad que él para seguir al frente del Gobierno. Y lo trágico del asunto es que, en términos literales, acaso tenga razón.

Ni Sánchez ni Iglesias pueden acreditarla, salvo que se pongan tornillos en el cuello y lubriquen sus monstruosas articulaciones de Frankenstein con vaselina independentista. Rivera, por su parte, tal vez podría lograrla en las urnas, a tenor de lo que auguran las encuestas, pero para comprobarlo haría falta que los socialistas estuvieran dispuestos -y ya han dicho que no lo están- a darle a la moción de censura el carácter instrumental que Ciudadanos solicita. Así que, después de todo, Rajoy está en lo cierto. ¿Quién expide los certificados de credibilidad? Mientras no haya nuevas elecciones y el Parlamento no avale a un candidato con mejores cartas, el único certificado que vale es el que expidió el electorado en junio de 2016.

El argumento es válido, sin duda, pero solo se entiende si se apoya en la premisa mayor de que el fin último que se persigue es la permanencia en el poder. Tan cierto es que no hay opciones aritméticas coherentes para proponer un candidato alternativo a la presidencia del Gobierno como que la mayoría absoluta del Parlamento rechazaría una cuestión de confianza si el presidente del Gobierno se atreviera a plantearla. Es legal que no lo haga. No hay ningún precepto normativo que le obligue a hacerlo. Pero al no hacerlo renuncia a la verdadera legitimidad. Que otros no puedan acreditar mejores credenciales que él para ocupar la cabecera del banco azul no significa que él tenga las suficientes para seguir en el puesto.

La política española va camino de adentrarse en intrincadas espesuras de descrédito y degradación jamás conocidas hasta ahora. Llegaremos a parajes pavorosos. La predicción anuncia un gran terremoto. La falla de Gürtel ha encabritado al sismógrafo y algunos geólogos temen que solo sea el primer aviso del Apocalipsis. Pincho de tortilla y caña a que en el templo del poder, ya ruinoso, no quedará piedra sobre piedra cuando la hecatombe sobrevenga. A Rajoy se le ha puesto, desde ayer, cara de espoleta.

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