Diario de la Cataluña silenciada

«No quiero divorciarme de España, al llegar a Barajas me siento en casa»

Durante años exhibió con orgullo su catalanidad sin tener que renunciar a ser española. Ahora, en pleno estallido secesionista, esta gerundense de 45 años, culé y con «un catalán tan cerrado que parece portugués», según bromea ella misma, no tiene otra opción que protegerse tras un nombre ficticio para explicar su historia. Es el relato de un desengaño político y personal. Maria Sagarra da voz a otras muchas voces silenciadas; catalanes que durante años han mostrado con orgullo su identidad sin ser independentistas y que ahora se resisten a ser arrastrados por la ola soberanista

Imagen de espaldas de una mujer de Gerona no independentista, en su ciudad natal, que oculta su nombre para explicar su historia INÉS BAUCELLS

«Nunca imaginé que acabaría explicando mi historia en un periódico, protegiéndome con una identidad falsa. La actual crispación política no me deja otra opción. Tengo 45 años, al menos siete apellidos catalanes, soy «culé», y vivo en Gerona, epicentro del independentismo. Me siento profundamente catalana pero también española. Eso, durante años no fue un oxímoron. Ahora sentirse español es sinónimo de ser del PP. No hay matices; o blanco o negro, o independentista o facha. Por eso he dejado de celebrar la Diada, de exhibir la senyera en el balcón de mi casa. No quiero ser arrastrada por el tsunami separatista.

No soy uno de ellos y no lo soy porque no quiero divorciarme de España ni ser cómplice de esta ruptura; porque cuando llego a Barajas tras varios días en el extranjero me siento en casa, y lo vivo así pese a ser y sentirme catalana como la que más. No estoy sola. Mi voz es la voz de otros muchos catalanes que durante años han exhibido con orgullo su sentimiento de identidad catalana sin ser independentistas y que ahora se resisten a ser abducidos por la causa soberanista.

Es una resistencia silente. En pleno éxtasis soberanista, nosotros permanecemos mudos; decepcionados por la deriva de los acontecimientos, expectantes ante el 1 de octubre, pero firmes, firmes y templados. Desde que el expresidente Artur Mas activó la cuenta atrás para la independencia y estalló la euforia separatista, no he vuelto a tener una discusión politica templada sobre el asunto. Ni siquiera con los míos, que son devotamente independentistas.

En el último encuentro familiar llegamos al insulto. Desde entonces, cerramos un acuerdo tácito de no hablar más de política. Tuve que oir como mis propios hermanos y mis padres, separatistas convencidos, me llamaban facha y retrógada. No entienden por qué un día dejé de exhibir la senyera, de enarbolar la riqueza de nuestra cultura, nuestra lengua... Yo les digo: no lo hago porque, para muchos, los matices entre lo que yo siento realmente y el independentismo no es que sean difusos, sencillamente no existen.

¿Cuándo dejé de celebrar la Diada? Desde que en 2010, tras la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) contra el Estatut, los movimientos sociales como Òmnium Cultural o la Assamblea Nacional Catalana (ANC) empezaron a agitar a las masas y la senyera quedó a la sombra de la estelada. Se abrió la veda política y partidos que hasta entonces no comulgaban con la causa independentista como CiU –ahora PDECat– se lanzaron en busca de votantes para evitar que los capitalizara ERC. Durante todos estos años se ha estado jugando con las emociones de los catalanes con el único fin de obtener rédito político. Fue entonces cuando decidí plantarme. Lo hice porque sigo convencida de que es posible sentirse catalana y española a la vez; porque no quiero separarme de un país que siento mío y, sobre todo, porque me resisto a que me manipulen. Desde la cadena humana de la Diada de 2013 he sentido más la presión de los soberanistas.

Acoso en el día a día

El acoso es constante. No hay día que no salga el asunto a relucir. Discuto con los míos, con mis clientes, con los compañeros de trabajo, con mis amigos... Lo hago con vehemencia pero hasta cierto punto. Al final siempre se lleva todo al terreno personal y se acaba tirando del recurso fácil, el insulto, como si en lugar de mantener un debate político estuvieramos presenciando un Barça-Madrid. Frente a ello, opto por el silencio. Jugamos en ligas diferentes y tengo las de perder. Solo quiero proteger a los míos. Me duele tener que reprimirme y me duele, ante todo, que subestimen mi capacidad crítica. Incluso han llegado a poner en duda mi nivel cultural. No acepto que me consideren una catalana de segunda, es injusto porque no es así. Mi día a día ha acabado siendo un infierno.

Discuto unas cinco veces cada día. Salgo de casa temprano para ir a trabajar. Lo primero que veo, en el ascensor, es un cartel informando a los vecinos sobre dónde nos toca votar el 1-0. Intento obviar el mensaje. Respiro profundamente y me dirigo a la oficina. La paz dura poco. A la hora del desayuno empieza la presión. Mis colegas no respetan ni el momento del café.

¿Cómo puedes pensar así?

¿Cómo puedes pensar así? Tú que eres del Barça, de aquí de toda la vida. No lo entienden ni están dispuestos a hacer el esfuerzo para entenderlo. El hecho de que sea catalana es lo que les rompe sus esquemas. Son capaces de asimilar esta postura en un andaluz pero no en una catalana. Para ellos es una traición en toda regla. Por eso, por esa falta de racionalidad, quiero proteger a los míos. No tengo miedo, sólo cordura entre tanta insensatez.

Sin embargo, lo que peor llevo es cuando mis clientes me preguntan sobre el asunto. «Ahora, cuando seamos independientes, eso ya no hará falta», me dicen. Me muerdo la lengua y no digo nada. Todo antes de asentir, porque eso sería rendirme y no estoy dispuesta a ello. No lo estoy, porque mi postura es sólida y se basa en el conocimiento, a diferencia de muchas otras personas, que durante años se han mostrado agnósticas respecto al soberanismo y que ahora se lanzan en plancha a las marchas con estelada. Yo no he seguido ese camino porque intento estar informada y mi fuente de información no es única. Leo tres diarios al día, escucho cinco emisoras de radio, y leo mucho. Por eso me enerva que mi silencio, que es el de otros muchos catalanes, no sea neutro.

Los que alzan la voz son los independentistas. A los que callamos nos ponen a todos en el mismo bando. Algunos simplifican la cuestión porque no tienen recursos para ir más allá. Otros lo hacen deliberadamente porque no les interesan los matices. Me indigna que la discusión política se haya rebajado a este nivel. «¿Así, no defiendes la democracia?», he tenido que oir. Me dan ganas de decirles iros a Irán o a Venezuela y hablaréis con propiedad de falta de democracia.

Es sábado 30 de septiembre, faltan pocas horas para el programado estallido independentista. Tengo claro que la independencia no será en octubre de 2017. Es solo el inicio del camino hacia la verdadera desconexión. ¿Qué es lo que realmente me preocupa? Me preocupa que mis hijos, de sólo 6 y 11 años, ya me hayan preguntado sobre la cuestión. Yo les hablo con neutralidad. No les escondo nada, Por desgracia, el adoctrinamiento en las aulas está a la orden del día. Ya lo estaba hace años. Con solo diez años, recuerdo ya haber pensado en la independencia. Mis padres nunca me hablaron de ello, lo escuché en la escuela. Intento proteger a mis hijos de eso.

Por desgracia, no todos los padres piensan así. Siento pavor al pensar que sus compañeros de aula, los que pintan esteladas en el suelo junto a sus padres en un ambiente engañosamente inofensivo, serán los que dirigan el rumbo de Cataluña en un futuro. Los que vivieron la Guerra Civil fueron capaces de borrar la memoria en pro de la paz. Me preocupa que ellos no lo sean. Eso es lo que me quita el sueño. Poco puedo hacer para evitarlo. Solo proteger a los míos y recordar que mi silencio, el de muchos catalanes, no es neutro. No hablamos porque queremos estar como estamos. Amando a nuestra tierra sin dejar de abrazar la bandera española.

Transcripción del testimonio de una gerundense, por Esther Armona

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