Manuel Marín - ANÁLISIS

No, no es un estado de excepción

Se está imponiendo peligrosamente una ideologización victimista del separatismo, de la que tarde o temprano la izquierda radicalizada expulsará a la derecha independentista

Manuel Marín

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España está asistiendo a la secuencia de una deconstrucción de la democracia real para sustituirla por un relato totalitario en el que la vulneración de la ley basada en un falso criterio de «la voluntad de la mayoría» se convierte en una solución para los conflictos. Así, se presenta al Jefe del Estado como un vulgar traficante de armas no elegido democráticamente que se comporta como un jerarca autoritario para sojuzgar a minorías oprimidas. Se presenta al Tribunal Constitucional como un arma de represión masiva y abusiva para impedir algo tan legítimo como votar, hurtando a los catalanes derechos fundamentales en lugar de defenderlos. Y el Gobierno y la oposición constitucionalista, son tiranos. Y los jueces son ultraderechistas que anhelan la bandera nacional con el águila de San Juan. Y el fiscal general es un represor propio de la dictadura argentina para sojuzgar las libertades. Y la libertad de mercado y la globalización son la causa de un cataclismo universal solo salvable gracias a nostálgicos comunistas que jamás han conocido el comunismo, porque en realidad son tardoburgueses instalados en una revolución ficticia en busca de unas libertades que ya tienen desde la cuna.

Se está imponiendo peligrosamente una ideologización victimista del separatismo, de la que tarde o temprano la izquierda radicalizada expulsará a la derecha independentista, porque por encima de intereses comunes coyunturales –como la ruptura de España en distintas naciones- emergerá el odio ideológico como factor de ruptura. Hasta el PNV se ha dado cuenta de la maniobra. Aunque, al contrario que la extinta CiU, se ha protegido a tiempo.

No, no estamos en un estado de excepción, por más que Pablo Iglesias se empeñe en repetirlo. La réplica de nuestra democracia el 23-F sí impidió un estado de excepción real. La madurez de nuestra democracia y su capacidad de lucha sí impidieron que ETA, con 800 muertes a sus espaldas, decretara su propio estado de excepción. Y Podemos, como la CUP, deberían recordarlo antes de fotografiarse sonriendo con Arnaldo Otegui. Venezuela o Cuba sí son estados de excepción en los que el acceso a una simple aspirina o a un rollo de papel higiénico son un privilegio de minorías elitistas.

Días atrás, la hija de una mujer detenida en Rusia acusada del robo de un neceser, por el que puede afrontar hasta cinco años de cárcel decía, que al aterrizar en España en busca de ayuda para liberar a su madre besó el suelo. Besar el suelo es una expresión suficientemente reveladora. Regresaba a un país de derechos y libertades reales. La excepción no es la mayoría que respeta la Constitución e impone por derecho la fuerza de las leyes. La excepción son los otros. Los que ni siquiera saben qué tienen con España y desprecian sus muchos privilegios por un irracional afán destructivo.

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