El narco Rafael Alarcón durante su último juicio
El narco Rafael Alarcón durante su último juicio - Cedida por Diario de Jaén

El narco que quiso matar al comisario

El jefe de Policía de Linares trabaja a 10 metros del traficante del que tiene orden de alejamiento; juró asesinarlo

Madrid Actualizado: Guardar
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Jesús Cobo no tiene miedo al cabo de una vida vistiendo el uniforme de policía, pero aun así en su cajón guarda una orden de alejamiento dictada por un juez el año pasado. Él es la víctima. El otro, el verdugo, un narco de medio pelo, vive a diez metros de la comisaría de Linares (Jaén), de la que Jesús es el jefe. «Desde su ventana se ve la puerta de la comisaría», explica a ABC. La orden de alejamiento, por tanto, es de diez metros; atípica, sobre todo porque Rafael Carlos Alarcón lleva seis años buscando la forma de asesinar al comisario. «Más tarde o más temprano, lo mataré», llegó a confesarle al médico que le trataba de su adicción a la cocaína.

La historia de esta obsesión empieza en enero de 2011 cuando el inspector jefe Cobo toma posesión como jefe de la Policía Nacional de Linares. Rafael Alarcón, que había sido condenado por tráfico de estupefacientes en 2006, controlaba las puertas de las discotecas de la ciudad y la droga que se consumía en ellas. Esas eran las sospechas, que se concretaron en unas escuchas dentro de la mayor operación realizada en España contra el crimen organizado y el narcotráfico: la operación Edén, instruida por el juez Santiago Torres y la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta.

«Tirarlo por un terraplén»

Se averiguó así que Rafael compraba droga a los hermanos Juárez Smith, lugartenientes del todopoderoso narco Lauro Sánchez. El 5 de julio de 2011 Alarcón fue detenido junto a otras personas por pertenencia a grupo criminal y delito contra la salud pública (en esa operación cayó otro policía, Juan Antonio Galiano). El juez Santiago Torres envió al presunto traficante a prisión. «Aténgase a las consecuencias si le ocurre algo al jefe de la comisaría», llegó a advertirle Torres al tomarle declaración. «Tuvimos que acelerar los arrestos porque nos enteramos de que habían planeado sacar a Jesús de la carretera y tirarlo por un terraplén», recuerda uno de los investigadores.

Ya en la cárcel (estuvo solo siete meses) siguió con la cantinela: «Este viene muy fuerte, nos va a dar problemas, hay que quitarlo de en medio», contó por teléfono. Nada más salir de prisión denunció que los policías lo habían amenazado y causado lesiones. Cuando le preguntaron por qué tardó tanto en denunciar aseguró que tenía miedo de que los agentes le hicieran algo a su familia.

Poco después, el narco y miembros de su grupo se apuntaron al gimnasio de Guarromán -a 200 metros de donde vive Cobo-, dejando claro que sabían que él era cliente. Esa fue la primera intimidación directa. En agosto de ese año, el traficante denunció que un vehículo policial camuflado había saltado la valla de uno de sus chalés. El comisario hizo constar en una diligencia que le estaban mandando mensajes para que dejara de perseguir el tráfico de drogas en la ciudad.

Se sucedieron más episodios, denunciados por el policía, hasta que en septiembre de 2014 alguien disparó a la ventana de uno de los dormitorios de su casa. En enero del año pasado le llamó el responsable de un centro público de drogas con el que Cobo se entrevistó junto a dos de sus hombres. El médico le relató la citada amenaza de muerte que le había proferido en su consulta Alarcón. «Está tan loco que lo veo capaz de cumplirlo», aseguró y pidió que su nombre no constara. Tanto el médico como el comisario informaron a sus superiores. El primero se achantó y dijo que si lo citaban en sede judicial solo reconocería insultos, no amenazas. Cobo recurrió al juez y a la Fiscalía: «Esta obsesión está llegando a unos límites insoportables», explicó en sus diligencias.

El titular del Juzgado número 4 de Linares dictó en junio del año pasado orden de alejamiento contra Alarcón, que tiene prohibido entrar en Guarromán, localidad de residencia del policía, aunque se cruza con él casi a diario al llegar a la comisaría. Jesús Cobo pidió ayuda a sus superiores. Le prometieron enviarlo a una Embajada, la de Colombia, para alejarlo del peligro. Se quedó con la maleta hecha. Se la dieron a otro. Sin amenazas.

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