Análisis

«Nadie se acordará de ti cuando todo pase, Jordi»

«Nadie se acordará de ti cuando todo pase», cuentan que le dijo un abogado a un líder separatista imputado en los pasillos del Supremo, cuando dudaba angustiado si asumir la Constitución para evitar su ingreso en prisión

El líder de la ANC, Jordi Sánchez, en octubre del pasado año IGNACIO GIL
Manuel Marín

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Jordi Sánchez no quería ser presidente de la Generalitat, o así se lo comunicó al Tribunal Supremo para pedir su libertad, y ahora quiere serlo. Jordi Turull quería serlo, fracasó en el intento, y ahora desiste. Carles Puigdemont, desde Alemania, ya no tiene claro qué quiere, pero mueve peones a distancia para que el bloqueo se eternice. Y el PDECat no revela que lo que realmente quiere es que ni Sánchez, ni Turull ni Puigdemont sean presidentes. La solución al jeroglífico, en la página de pasatiempos… o el 22 de mayo a última hora de la noche, cuando expire el plazo para la convocatoria de nuevas elecciones.

Imaginemos la estrambótica hipótesis de que el magistrado Pablo Llarena hiciese caso a la recomendación del Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, y permita la excarcelación durante unas horas de Jordi Sánchez para que pueda ser investido. Lo determinante sería el momento inmediatamente posterior porque más allá de que ese Comité reconozca un supuesto derecho político de Sánchez, ello no blanquea su figura, no le exime de responsabilidad penal, no elimina sus delitos y no legitima su acción política derivada de actos aparentemente delincuenciales. Sánchez sería en ese caso un presidente de Cataluña abocado al disparate de gobernar entre barrotes mientras espera su juicio por rebelión. No pretenderá el Comité de Derechos Humanos privar de esos mismos derechos a los ciudadanos que cumplen la ley para favorecer a quien la incumple. No pretenderá que una persona por el mero hecho de ser elegido diputado, e investido presidente, quede eximido de respetar el orden jurídico y cumplir la ley. Y no pretenderá que las urnas condonen lo que el Código Penal castiga… porque sería la perversión absoluta de un sistema democrático.

Como coartada lacrimógena y acto de propaganda al ralentí, el buenismo de Naciones Unidas no le viene mal a este independentismo de presos y huidos. Pero como argumento jurídico que vincule a la Justicia española no deja de ser una prostitución de la realidad. Otra hipótesis: Sánchez es investido presidente entre aplausos, acompañado de cientos de alcaldes eufóricos blandiendo su vara por los pasillos y salones del Parlament en pro de la república. Pero a renglón seguido, tras muchos abrazos solidarios, besos, palmetazos de espalda y apretones de manos, un furgón policial lo espera a la puerta del Parlament para regresar a prisión atravesando comités de defensa de la república atrincherados para impedirlo. Pacíficamente, por supuesto. La escena es inviable. Y no por capricho de Llarena, sino porque Cataluña no merece ya más desprecios del separatismo a la lógica política. «Nadie se acordará de ti cuando todo pase», cuentan que le dijo un abogado a un líder separatista imputado en los pasillos del Supremo, cuando dudaba angustiado si asumir la Constitución para evitar su ingreso en prisión. De Sánchez, o de Turull, también se irán acordando menos…

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