Pincho de tortilla

La Montorada

Alguien debería decirle a Montoro, por mucho que le duela oírlo, que Dios no le ha llamado por el camino de la política

Cristóbal Montoro en una imagen de archivo Belen Diaz
Luis Herrero

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La evaluación de daños de la última «montorada» da una idea bastante precisa de lo caro que resulta a veces hacer el memo. Si es verdad que no se ha destinado ni un solo euro de dinero público a la organización del 1-O, imputarle a los sediciosos un delito de malversación carece de fundamento. El Tribunal Supremo acusa en falso, la Guardia Civil se inventa las pruebas, los detenidos penan por cosas que no hicieron, los jueces alemanes están obligados a proteger a Puigdemont y el abogado del Estado que ha dado por buenas las actuaciones promovidas hasta ahora en el ámbito judicial es tonto de solemnidad. Fantástico.

Alguien debería decirle a Montoro, por mucho que le duela oírlo, que Dios no le ha llamado por el camino de la política. Es encomiable la asertividad con que trata de emular a Metternich. Pero también es patética. De la autoestima a la fatuidad solo hay un paso. No tiene nada de malo ser un tecnócrata decente. Con Aznar hizo bien su trabajo en la guarida de los números. Con Rajoy , también. Su nombre estará cosido a los dos procesos de recuperación económica más estimables de la historia española reciente. ¿Por qué no se conforma con eso, que no es poco en absoluto, y deja de hacer el canelo en las aguas profundas de la alta política?

Cada vez que se viene arriba y se lanza por la ladera de la improvisación coloquial y la astucia estratégica acaba estableciendo rudos forcejeos con la sintaxis gramatical (a la que suele vapulear con ominosas afrentas en la espesura de huertos dialécticos inextricables) y exhibiendo una manifiesta incompatibilidad con el don de la oportunidad, que es la piedra angular en la que se basa la acción política. En las declaraciones al diario El Mundo, Montoro ha vuelto a dejar patente el extremado dominio de esas dos raras habilidades . Ni supo explicar bien lo que quería decir ni midió las consecuencias de su extemporánea metedura de pata.

Que no supo explicarse bien es algo difícilmente discutible. De hecho, en los últimos días hemos asistido atónitos al pintoresco espectáculo de ver a altos cargos del partido y del Gobierno haciendo exégesis de sus palabras que no solo distintas entre sí, sino abiertamente incompatibles. ¿Burlaron los sediciosos el control de Hacienda mediante la emisión de facturas falsas? ¿Estamos hablando de malversaciones previas a que el Gobierno decretase la intervención de las cuentas catalanas? ¿Se refería Montoro exclusivamente al dinero del FLA? En un solo día, dos secretarios de Estado y una portavoz parlamentaria del PP esgrimieron estas tres explicaciones contradictorias.

Respecto a la torpeza de Montoro para medir las consecuencias de su inoportunidad, a las pruebas me remito. Estas son solo algunas de las más llamativas: a Llarena se lo llevan los demonios, la UCO se mesa los cabellos bajo el tricornio, los independentistas bailan de júbilo, sus abogados añaden nuevas codas a su argumentario, la unidad constitucionalista se cuartea y la justicia alemana se tienta la toga antes de permitir la entrega de Puigdemont a España por la comisión de un delito que el propio Gobierno niega. Chapeau. P ocas veces las palabras de un ministro han provocado un destrozo equivalente . Y todo, me temo, por el prurito del ministro en cuestión de dejar a salvo el celo infranqueable de su labor como interventor accidental de las cuentas catalanas.

Salta a la vista que el Gobierno vuelve a actuar una vez más, en materia anti sediciosa, como lo hacía la célebre Banda del Empastre. Cada instrumento interpreta la partitura de una pieza musical distinta mientras el director de orquesta se fuma un puro en el foso de la orquesta. ¿Y luego se sorprende Rajoy ante el hecho demoscópico de que muchos de sus votantes sigan sin verle como al político capaz de defender eficazmente los intereses nacionales? Lo primero que puede hacer para salir del hoyo es pedirle a Montoro que deje de darle al pico. Pincho de tortilla y caña a que, en caso contrario, su descenso electoral seguirá sin tocar suelo.

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