Salvador Sostres

Las metáforas kosovares

Convergència no puede tener como referente a Kosovo, ni por lo que Kosovo sufrió ni por lo que Kosovo representa

Salvador Sostres
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El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, apeló a principios de semana a la declaración de independencia de Kosovo como posible salida para las ansias independentistas de algunos -cada vez menos- catalanes. Fue una comparación grotesca, tanto por los muertos como por el lado de la Historia. Si ya hay muchos independentistas de piruleta de fresa, que ante las primeras dificultades han abandonado el barco, dudo que quedaran más que los puramente irreductibles si la estrategia fuera la de Kosovo y tuviéramos que empezar a concretar el recuento de cadáveres.

Pero en cualquier caso, Convergència, que se supone que encarna el catalanismo de orden, de estructura jerárquica, burgués, capitalista, europeísta, moderado y que quiere dar al mundo, con la fundación del Estado catalán, una lección de pulcritud democrática y de excelencia administrativa, no puede tener como referente a Kosovo, ni por lo que Kosovo sufrió ni por lo que Kosovo representa.

Yo soy el primero que arriesgo con las metáforas, porque he venido al mundo a repartir alegría y esperanza, pero no es prudente abusar de ellas, porque una metáfora que se te gira en contra puede llegar a ser una enemiga letal. Y Kosovo trasladado a la metáfora del presidente de la Generalitat sería como si Santa Coloma de Gramanet quisiera independizarse de Cataluña para ser más española todavía.

Pero lo que más trágico resulta de estas metáforas kosovares -trágico para los independentistas, claro- es que sus propios líderes políticos han sido los más implacables «serbios» contra el soberanismo. La legendaria capacidad autodestructiva de Artur Mas ha sido y está todavía siendo extraodinaria, y no sólo ha quemado el proceso independentista y ha perdido la presidencia de la Generalitat, sino que ha dejado a su partido arrasado, y el viernes El Periódico publicó una encuesta que vaticinaba que ERC ganaría 40 a 20 a CDC si hoy se celebraran elecciones autonómicas en Cataluña.

Ni siquiera su victimismo perdedor, su provocar poniendo la puntita del pie en el agua para acto seguido acusar a España poco menos que de fascista y de querer volver a entrar con los tanques por la Diagonal, le ha servido para disimular su incompetencia. Ceder ante la CUP fue su penúltima demostración de talento, justo antes de reducir la presidencia de la Generalitat a los límites mentales -y espirituales- de un alcalde de Gerona.

Mas ha sido el serbio perfecto contra la Cataluña/Kosovo, desarmándola moralmente con su discurso antisistema, empobreciéndola políticamente con su absurdo modo de arrastrarla hacia la izquierda, y desfigurándola hasta la inmadurez con su gusto por fomentar las actitudes más pueriles, como si un Estado pudiera romperse a golpe de manifestación folclórica o con esos mantras de vergüenza ajena tales como «el mundo nos mira» o «Europa no se puede permitir que una economía como la nuestra quede aislada». Y todo ello para acabar reconociendo ayer, tras cuatro años negándolo, que «la independencia tendríamos que pactarla con el Estado porque en caso contrario peligra el euro».

¿Con serbios tan fieros, quién necesita a España?

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