La maldición del reloj

Fue un día de corrillos y rumores en la Puerta del Sol, donde se jugó a las adivinanzas sobre el futuro del PP en Madrid

El reloj de la Real Casa de Correos situada en la Puerta del Sol de Madrid Isabel Permuy
Pedro García Cuartango

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Corría el año 1855 cuando el Ministerio de la Gobernación decidió trasladar el reloj de la fachada de la iglesia del Buen Suceso a la Casa de Correos, actual sede del Gobierno de Madrid. El mecanismo, muy antiguo, ya tenía fama de que jamás daba la hora exacta, lo que provocó numerosas chanzas populares. En concreto, un epigrama anónimo de la época relataba que un forastero turco preguntaba a los madrileños por qué el aparato estaba siempre averiado. Tras superar su perplejidad, el otomano encontró una respuesta a la cuestión: atrasaba o adelantaba porque el reloj de la Puerta del Sol era «el espejo» del Gobierno que estaba debajo.

El cronógrafo fue remodelado por un relojero llamado Losada años después, pero el Gobierno que alberga hoy el histórico edificio de la Casa de Correos, donde se proclamó la Segunda República, parece sufrir la misma maldición que el de antaño: está desajustado porque sus piezas están profundamente deterioradas. Necesita un profesional que le vuelva a poner en hora.

El de ayer fue un día de corrillos y rumores en el patio acristalado, flanqueado por sólidas columnas de mármol, de la sede del Gobierno regional. Una jornada festiva en la que se conmemoraba el 2 de mayo de 1808 cuando el pueblo de la capital se alzó contra el Ejército napoleónico como protesta por el traslado del infante a Francia. La fiesta de la Comunidad de Madrid evoca esa gesta, plasmada por Goya, en la que los vecinos ofrecían su pecho descubierto a los fusiles de la Gran Armada del emperador.

Poco heroísmo y poca épica hubo ayer en el acto presidido por Ángel Garrido , presidente provisional de la Comunidad de Madrid. Faltaban sus cuatro últimos predecesores en el cargo. Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre, Ignacio González y Cristina Cifuentes, sobre los que parece haber caído la maldición del reloj. Una foto en las redes sociales mostraba ayer a Cifuentes en Salzburgo , la ciudad natal de Mozart, con su marido y sus hijos. La ex presidenta parece haber querido poner distancia para olvidar la humillación sufrida.

Estaban allí, sin embargo, Soraya Sáenz de Santamaría, Dolores de Cospedal, Pedro Sánchez, Manuela Carmena, Iñigo Errejón, Pablo Casado y otros muchos próceres de la política, que, tras el desfile y la ofrenda floral a los muertos, huyeron despavoridos para no responder a las preguntas de los periodistas.

Mientras los camareros servían unos canapés y unas copas, los corrillos jugaban a las adivinanzas sobre a quién va a elegir Génova para presidir la gestora del PP en Madrid y sobre la persona que designará Mariano Rajoy para encabezar el Ejecutivo. Se barajaron muchos nombres, pero Pablo Casado aparece como el favorito para enderezar el partido en lo que resta para las próximas elecciones.

En lo referente al presidente, que podría ser investido a finales de la próxima semana o principios de la siguiente, sonaron tres o cuatro nombres. Pero un pajarito que nunca me ha fallado me apunta que el elegido es José Antonio Gómez Angulo , ex secretario de Estado de Deporte, cuya experiencia política es una garantía para esta complicada etapa de transición hasta las elecciones del año que viene.

Gómez Angulo, diputado en la Asamblea de Madrid, tiene el perfil que le gusta a Mariano Rajoy para el cargo: es un hombre discreto, fiel a la disciplina de partido, cuya experiencia garantiza que no meterá la pata. Y además no parece esconder nada bajo la alfombra, lo cual es un requisito esencial.

Me topo con él en la salida y le comento que tiene muchas posibilidades de ocupar el sillón de Cifuentes. Su respuesta es inmediata: «Eso lo van diciendo las personas que me quieren hacer daño. No doy crédito a esos rumores». Pero como se sabe, el interesado es el último en enterarse con Rajoy.

Es imposible contrastar el rumor porque ni Soraya ni Cospedal se han quedado al cóctel que aprovechan los periodistas para preguntar, igual que el turco del reloj. Nadie quiere hablar. Tampoco Pedro Sánchez , que se limita a declarar ante las cámaras que el PSOE mantiene la candidatura de Gabilondo. Casado dice que «nadie puede colocarse por encima del partido» y Errejón está brillante cuando afirma que «no se derrota a Napoleón para poner a Pepe Botella».

¿Quién va a ser el nuevo Pepe Botella? Nos vamos a casa a comer sin saberlo. Todo queda para lo que decida Rajoy tras consultar a su almohada. Pero ayer pudimos constatar que Soraya y Cospedal, separadas por un pasillo, no cruzaron palabra. Por cierto, Soraya, con unas gafas que recordaban a Audrey Hepburn en «Desayuno con diamantes», vestía un blusón azul juvenil que le daba un aire de inocencia frente a Dolores de Cospedal, ataviada con un traje de chaqueta gris.

Por lo demás, fue una jornada agradable, con el astro rey luciendo sobre las gradas habilitadas en las Puerta del Sol. Por allí, desfilaron la Policía Municipal, la Nacional, la Guardia Civil y otros cuerpos de seguridad del Estado, fuertemente ovacionados por el público.

Fuera de las vallas colocadas por la organización, cientos de feministas pitaron el himno nacional y gritaron consignas contra la sentencia de La Manada. «No es abuso, es violación», clamaban. Pero sus voces fueron acalladas por las marchas militares y los aplausos de los asistentes, que redoblaron al pasar la caballería de la Guardia Civil.

Desde arriba, la estatua ecuestre de Carlos III, con unas palomas posadas en el cuello del caballo, parecía sonreír a la tribuna de autoridades, enmarcada por un gran tapiz rojo. Había a su lado dos generales que daban un aspecto un tanto anacrónico al desfile. Volaron las palomas, el viento agitó las banderas de los balcones, sonó el himno nacional, mientras el cartel del Tío Pepe pregonaba como siempre: «Sol embotellado de Andalucía». Eso es lo que nos hace falta: sol y un reloj que marque la hora exacta.

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