Zakhar Kniazevich Kalashov, durante otro juicio en la Audiencia Nacional
Zakhar Kniazevich Kalashov, durante otro juicio en la Audiencia Nacional - EFE

Los mafiosos georgianos se conocen en la Iglesia o en la obra

Acaban las declaraciones de los acusados en la Audiencia Nacional sin que ninguno reconozca los delitos

Madrid Actualizado: Guardar
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-«¿De qué conoce a Kakhaber Shushanashvili?

-De la Iglesia».

Así arrancó ayer en la Audiencia Nacional la declaración del último de la veintena de acusados de pertenecer a la mafia georgiana, desmantelada en 2010 en España. Vasil Gokadze, como antes habían hecho el resto de los que se sientan en el banquillo (tres están en busca y captura y otro fue asesinado en enero en Tarrasa), negó pertenecer a una organización criminal, se reivindicó como un patrón de la construcción que daba trabajo a compatriotras y a quien le sacara faena adelante y solo admitió conocer al que se considera cabecilla -Kakhaber Shushanashivili- de la Iglesia ortodoxa. Igual que Levani Kohhtashvili, que había testificado poco antes. La iglesia los reunió, según ellos.

Si el primer día de juicio varios acusados aseguraron haber trabajado en España como agricultores -la Fiscalía contra la Corrupción y el Crimen Organizado les acusa de asociación ilícita, blanqueo de capitales, estafa, falsedad documental y tenencia ilícita de armas, entre otros delitos-, ayer la decena que prestaron declaración se dividieron entre los albañiles y los empleados en talleres o lavaderos de coches (uno de los negocios de lavado de dinero, según Anticorrupción). Pasaron también ante el tribunal las dos mujeres de, la del jefe y la del contable Zviad Darsadze, en su papel de esposas amantísimas y desconocedoras de cualquier actividad delictiva. A Kakhaber solo le conocen -los que lo admiten- de la Iglesia en Barcelona, de un bar o por ser de la misma ciudad georgiana.

Una de las acusaciones de Fiscalía es el intento de asesinato en dos ocasiones en 2010 de «Janashia», un mafioso rival que residía en Francia y al que acabaron matando tras un atentado frustrado por los investigadores. La orden supuestamente la dio Kakhaber Shushanashvili, que viajó con dos de los sicarios al país vecino cuando ya le controlaba la Policía española, que abortó la primera tentativa.

Uno de los matones, Gela Garishvili, ya no puede declarar porque lo asesinaron en enero junto a otro compatriota en Barcelona, en un caso que se está investigando. Otro de los que participaron en ese viaje, según Fiscalía, era Irakli Mikadze, quien ayer desató las risas de todo el banquillo de acusados. Su defensa le preguntó qué problemas de salud sufría a raíz de su detención y él señalando su cabeza calva y su rostro terso aseguró entre apenado y desafiante que había perdido su «mata de pelo negro y su barba negra» en los 63 días que pasó detenido en Suiza.

Otro de los acusados, Giorgi Nadiradze quien supuestamente compró y guardó la pistola al jefe con la que ejecutaron a «Janashia» en marzo de 2010 dijo que se arrepentía de haber comprado el arma, pero que entonces era joven. «No soy un criminal ni pertenezo a una banda organizada», se justificó.

La impresión de dependencia sobrevuela las sesiones del juicio con las miradas de Kakhaber Shushanashvili a la bancada de fieles sentados a sus espaldas y sin perder detalle de las palabras de cada declaración. Eso sí, recostado en el asiento como si fuera a tumbarse de un momento a otro. Cuando les detuvieron en 2010, los investigadores explicaban que la operación Java había puesto al descubierto el «funcionamiento de la mafia en la calle». La estampa de la Audiencia Nacional lo acredita: alguno incluso se permite corregir las palabras de otro o interrumpir al traductor en una declaración que no es la suya. Nada que ver con los «vor», pese a que Kakhaber figura en los papeles como tal: ladrón en ley. Ahora, solo parece mandar en sus adeptos.

Hoy continúa el juicio con la declaración como testigos de los policías nacionales y los mossos, artífices de la investigación.

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