Día libre y sin camisetas en la Diada de los no independentistas

El despliegue emocional del último lustro es la punta del iceberg de un caciquismo con ambiciones extractivas

Dolores Sánchez no quiso acudir a los actos de la Diada ABC

SERGI DORIA

No hay mayor pecado que el de no seguir al abanderado, cantaba Brassens en «La mala reputación». Los que no seguimos a los abanderados, soportamos la Diada como la visita de ese familiar del pueblo que te abruma con improbables recuerdos de una infantil Arcadia.

Todavía quedan barceloneses renuentes a la enésima reedición del programa «La Comarca nos visita». Quien abomina de las exhibiciones norcoreanas de la ANC tiene difícil aislarse de tan abusiva ocupación del espacio público. Al paseante que compara las sonrisas del separatismo con las de Pennywise, el macabro payaso de «It», le resulta difícil esquivar a los cuatrocientos cincuenta mil participantes venidos en mil ochocientos autocares que han de formar una cruz en la confluencia de paseo de Gracia y calle Aragón. Con las camisetas que vende la ANC pasa como con los libros de texto: cada año son diferentes , para que los gestores de la inconsciencia nacionalista recauden su pasta. Como diría la azafata de «1-2-3»: trescientos mil kits patrióticos a 15 euros… ¡Cuatro millones y medio de euros! ¡Con eso ya pueden financiar a Mas y sus cómplices del 9-N! La camiseta del año pasado parecía un huevo frito. La de este, amarillo fosforito, remite al uniforme del servicio municipal de limpieza.

Para no despeñarse en la sinrazón y aliviar en lo posible la enojosa irrupción de la Comarca, uno debía sortear la docena de calles –de mar a montaña y de este a oeste– tomadas por el independentismo. Se trataba de disfrutar del día libre sin pisar el centro. Huir de la programación de TV3 y apagar el móvil para evitar los whatssaps gregarios de unos antiguos compañeros de colegio que celebran que una pastelería de Berga venda papeletas del referéndum de chocolate blanco o cuelgan un verso cursi del diputado Llach.

Algunas personas –nacionalistas moderados– me confesaban sus coartadas para eludir la Diada. Lo decían en voz baja, como el escolar que piensa hacer campana o la amante que urde una cita adulterina. Comparada con las exultantes ediciones anteriores observamos menos banderas en los balcones. Un amigo residente en el catalanísimo barrio de Gracia cuenta que en su edificio, 70 vecinos, se ha pasado de 18 banderas en el 2015 a 15 el 2016 y solo 5 en 2017.

Leo «La pasión secesionista» de Adolf Tobeña. El catedrático de Psiquiatría aplica el test de Asch a la manipulada sociedad catalana: «Resulta fácil llevar a la gente por el camino equivocado y conducirla a desbarrar ; tan solo se requiere estar rodeado por una opinión coincidente y errónea (de personas y de computadores ‘convencidos’ y firmes en su error). Hay bastantes individuos que no necesitan más presión ‘social’ que esa».

Las cuarenta y ocho horas negras del 6 y 7 de septiembre han dado la razón al ensayista; el despliegue emocional del último lustro es la punta del iceberg de un caciquismo con ambiciones extractivas: «Aunque suele presentarse como un fenómeno de movilización espontánea y reactiva ante la reiteración de exacciones y agravios, se trata de un movimiento gestado y dirigido por élites locales profusamente interconectadas con el Gobierno autónomo», concluye Tobeña. En otras palabras, la oligarquía autóctona que aspira a quedarse con toda la hogaza de pan –Turull dixit– utiliza a los de las camisetas amarillo fosforito como escenografía popular.

Mientras el huracán Irma arrasa el Caribe y México soporta un terremoto, aquí sufrimos el tsunami de un Govern que excluye a la mitad de los catalanes . A los «ciutadans de Catalunya» que recibieron a Tarradellas hace justo cuarenta años: ¡Aquella sí fue una Diada de todos! Pero hace mucho, mucho tiempo que esos «ciutadans» guardaron la senyera en el armario: Justo cuando el independentismo la sustituyó por la estelada y puso la Diada al servicio de la ruptura.

En un tenderete, una señora de la ANC endosa camisetas a una pareja nipona: Tramposo souvenir del «Love democracy». La mentira crea hábito y Entre la imperfecta Constitución española y el autoritarismo perfecto de la Ley de Transitoriedad separatista seguimos prefiriendo la primera. Lo escribió Zweig en «Castellio contra Calvino»: En los movimientos dogmáticos cada nueva ley cuesta una vieja libertad.

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