Salvador Sostres

Junqueras suelta lastre y avanza

El líder de ERC se reunió discretamente, sin escándalos, con Santiago Vidal para que el exjuez dimitiera

Salvador Sostres
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Hace diez años el exjuez Vidal habría sido un héroe para Esquerra y manifestaciones de todo tipo se habrían organizado en su favor. Pero ERC se ha hecho mayor, se ha centrado, quiere gobernar y demostrar que está en condiciones de asumir el rol de partido alfa de Cataluña: y el viernes por la mañana, Oriol Junqueras y Marta Rovira, secretaria general de los republicanos, citaron a Vidal en el hotel donde suelen tener sus reuniones más discretas y, evitando dilaciones y escándalos, le invitaron a dimitir, a lo que el exmagistrado no se opuso consciente del lío que había organizado.

Junqueras y sus colaboradores lamentan a la vez que este incidente pueda ser interpretado por algunos como un cierto regreso a la Esquerra de los follones, y las circunstancias personales de Vidal, que según fuentes de la judicatura y la abogacía catalanas sufre un tipo de enfermedad -no metafórica- relacionada con la incontinencia verbal y la dificultad posterior para recordar lo que dijo.

En cualquier caso, el entorno de Junqueras ha entendido el peligro de llevar «estrellas» en las candidaturas que luego resulta que «te hacen un estropicio cuando menos te lo esperas». ERC no reubicará a Vidal por considerarle «una bomba de relojería».

No es la primera vez que el exjuez tiene problemas con la realidad. Si es exjuez es precisamente porque tuvo la ocurrencia de redactar una delirante constitución catalana que nadie le había pedido y para el asombro de los líderes independentistas. Pero fue tal la ola de simpatía que su inhabilitación le valió, que el entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, el mayor oportunista de la política catalana, le puso una oficina en la consejería de Justicia, en aquellos tiempos en que la independencia parecía inmediata y gratis.

Hoy, mientras Junqueras se reúne con Soraya para explorar posibles acuerdos y no cesa en su empeño por anclar a su partido en la centralidad, Convergència se comporta como una agrupación de ecologistas de barrio y este mismo fin de semana han cambiado sus estatutos -los que con bombo y platillo aprobaron hace dos días para parecer los reyes de la regeneración política- y han suprimido aquel tan estricto y comentado régimen de incompatibilidades para blindar a su cúpula, que continuará teniendo cargos en la Generalitat y en el partido. El espacio libre que Esquerra deja en el cámping de la extravagancia, lo ocupa Convergència, que empezó por perder el nombre para ir perdiendo desde entonces cada vez a más votantes.

Sobre lo que hay de cierto en las grotescas afirmaciones del exjuez Vidal, el Gobierno confía en que la Fiscalía podrá aclararlo y evidentemente no hace comentarios por hallar poco serio reaccionar a las declaraciones del primero que pase. El CNI, que es uno de los servicios de inteligencia más prestigiosos del mundo, conoce el empeño de la Generalitat por «internacionalizar el conflicto», pero no tiene para nada constancia de que el Mossad entrene a los Mossos o trabaje con ellos, ni que Rusia e Israel, ni ningún fondo de inversión, se hayan comprometido a hacer de banco de Cataluña si se independiza.

Lo que sí es verdad es que lo que ha contado Vidal, hace tiempo que lo difunden con insistencia personas del entorno de Mas relacionadas con los medios de comunicación, como Joan Maria Piqué -exjefe de prensa del president- o Jaume Clotet, que fue de ERC durante el tripartito y que corrió a hacerse convergente cuando Mas alcanzó el poder. Los dos explicaron a varios columnistas catalaneslo que el exjuez aseveró en sus conferencias, en un relato que recuerda más a la euforia provinciana de quien desde el casino del pueblo todo lo ve fácil, que a alguna concreción fiable de lo que de momento solo son conjeturas sobre cómo tendría que ser, idealmente, la Cataluña independiente. En el independentismo hace tiempo que la realidad desmiente las euforias que algunos parecen haberse extraviado como John Nash en «Una mente maravillosa».

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