El juguete roto de Waterloo

Joaquim Forn está indignado con Puigdemont y le exige que deje de intentar hacer lo que ya sabe que es imposible

Joanquim Forn, en su toma de posesión en julio como conseller de Interior de Carles Puigdemont Inés Baucells
Salvador Sostres

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Joaquim Forn está indignado con Puigdemont y le exige que deje de intentar hacer lo que ya sabe que es imposible. El exconsejero de Interior entiende que el fugado de Bruselas sólo busca una salida personal y que al llamado proceso independentista, como mínimo tal como ha sido planteado hasta ahora, no le queda ningún recorrido. Forn no tiene ninguna duda de que el atrincheramiento de Puigdemont es egoísta y contribuye a mantenerle -a él y a Oriol Junqueras- en prisión preventiva.

Esquerra ha ofrecido a Junts per Catalunya votar en el Parlament una resolución conjunta que reconozca la legitimidad de Puigdemont, hacer luego un acto simbólico en Bruselas que le restituya «la dignidad del presidente depuesto» y poder por fin formar Gobierno aceptando incluso a Elsa Artadi -cuyo nombre, por cierto, no ha salido, de momento, oficialmente, en las negociaciones- como presidenta de la Generalitat.

Esquerra entiende, como Joaquim Forn, que el proceso independentista basado en manifestaciones de convencidos y en hojas de ruta apresuradas no puede dar más resultados de los que ya ha dado, y es partidaria de gobernar con acierto y puntualidad para que el independentismo amplíe su base social y llegue algún día a ser indiscutiblemente mayoritario, y logre superar esta situación de empate técnico que no conduce a ninguna parte. No pretende humillar a Puigdemont pero tampoco está dispuesta a permitirle que tome de rehenes a los catalanes porque está empezando a descubrir que su «astucia» de huir a Bruselas va a ser la condena de su vida. Además, Esquerra, está francamente molesta con Puigdemont y con su entorno: tanto por la campaña electoral en la que dijeron que todo lo que no fuera votar Junts per Catalunya era votar 155, como porque Puigdemont huyera cuando las cosas se pusieron feas, en lugar de quedarse a dar la cara, y pretender encima que es la víctima mayor del reino cuando lo que está haciendo es tratar de sacar todo el provecho personal que puede de «la causa» en lugar de servirla.

Esquerra cree que el independentismo tiene que ponerse a trabajar y demostrar que puede gobernar con competencia y seriedad -sobre todo tras los años de parálisis por haber estado todo centrado en el «procés»-, y no está en absoluto dispuesta a participar en circos estériles ni mucho menos a mayor gloria de un líder agotado, cada vez más solo en su atrincheramiento, al que da por amortizado.

Que los republicanos estén por la labor de aceptar a Elsa Artadi como presidenta, tan liberal y «convergente de toda la vida», da una idea de la flexibilidad política y personal que están dispuestos a aportar para que Cataluña recupere cuanto antes sus instituciones y un gobierno que funcione con normalidad.

Por su parte, Junts per Catalunya está dividida entre los pragmáticos que estarían dispuestos a aceptar lo que Esquerra propone, y los más fieles a Puigdemont, que cada vez lo son más pero cada día son menos, y que quieren nuevas elecciones porque creen que podrían sacarle mucha más ventaja a los republicanos, y también porque interpretan que el bloqueo institucional es lo único que puede alargar la vida, aunque sea artificialmente, del juguete roto de Waterloo.

Es verdad que Esquerra no tiene un candidato claro y que no podrá recurrir a su habitual argumento electoral de ser el partido más nítidamente independentista, porque ya la independencia se declaró y no se la reconocieron ni ellos mismos. «Yo no declaré nada», le dijo Carme Forcadell al juez Llarena. Y también es verdad que Puigdemont ha conseguido imantar el emotivismo tan irracional del grueso de los votantes independentistas, de modo que es probable que continúe dando sus réditos como candidato.

Pero también lo es que ha incumplido su única promesa electoral de volver a España si ganaba las elecciones -y dentro del bloque independentista las ganó- y que no tiene mucho más que ofrecer que continuar haciendo la mona desde Bruselas, forzando una elección tras otra hasta que un día un porcentaje, aunque sea menor, de catalanes se canse de insólitamente votar contra sus intereses y el independentismo pierda su frágil mayoría parlamentaria.

El sector pragmático de Junts per Catalunya, que no es ni más ni menos que la vieja Convergència a la que Marta Pascal purgó cuando llegó al PDECat, está ansioso por poner a los suyos a mandar (y a cobrar) porque a fin de cuentas, Convergència siempre fue una central de colocación. Por ello José Antich, director de El Nacional, el Pravda digital de los convergentes, está tan impaciente en este sentido y riñe de un modo tan histérico a los partidos por no ponerse de acuerdo: hay mucho en juego, sobre todo mucho dinero público, y no hay nunca, nunca que olvidar que si de repente Mas y su Convergència se hicieron independentistas es porque intuyeron que hacia ahí se desplazaba el negocio. Lo mismo hizo José Antich, que como director de La Vanguardia pasó de alfombra de Aznar a panfleto separatista cuando la antigua Convergència decidió dejar de pelearse con La Vanguardia y empezarla a comprar.

En todo este lío, Elsa Artadi juega a todo: a Puigdemont le hace creer que es su principal valedora, su escudo humano, a sus colaboradores les dice que está preparada para gobernar, con Esquerra empieza a tender puentes, y hasta fue la más diligente y eficaz ejecutora de la aplicación del artículo 155 ya que, por no renunciar a su sueldo, continuó trabajando a las órdenes de Roberto Bermúdez de Castro de 8 a 15h , mientras por las noches se hacía la independentista irredenta. Hay que aclarar que, aunque le ofrecieron todas las facilidades, nunca dimitió y tiene ahora una excedencia por haber concurrido a unas elecciones.

Artadi -y por ello ganará- es algo así como lo que se decía de José Antich, en los tiempos tranquilos del pujolismo. «En Cataluña hay tres mafias: Convergència, el PSC y Unió: José Antich, director de La Vanguardia, es el broker de las tres».

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