El historiador Juan Pablo Fusi
El historiador Juan Pablo Fusi - EFE

El historiador Juan Pablo Fusi, sobre ETA: «Es la historia de un fracaso trágico»

El también profesor universitario, especialista en nacionalismos, analizó para ABC la trayectoria del grupo terrorista

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Juan Pablo Fusi (San Sebastián, 1945), miembro de la Real Academia de la Historia, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y reconocido investigador y autor de obras y estudios sobre el nacionalismo en España, acudió ayer a los cursos de verano que la UCM celebra anualmente en la localidad madrileña de San Lorenzo de El Escorial. Ataviado con su un traje de chaqueta y su cartera, el académico recibió a ABC en el Hotel Felipe II momentos antes de iniciar su conferencia en el marco de las jornadas «Propuestas de futuro para la convivencia en una Euskadi sin ETA». Allí conversamos sobre el papel moral del historiador, sobre la lucha por su independencia y sobre la trayectoria de un grupo terrorista al que el lendakari vasco Íñigo Urkullu exigió, durante la inauguración de ese mismo evento, su « desarme y desaparición en el plazo máximo de doce meses».

–Durante su discurso para inaugurar las conferencias, el lendakari Urkullu ha pedido un esfuerzo por clarificar qué sucedió en País Vasco entre 1960 y 2010. ¿Qué ocurrió allí durante esas décadas?

Supongo que han elegido 1960 porque en 1959 se crea ETA y en 2010 termina, y por lo tanto el lendakari se refiere a algo que es imposible eludir, tanto desde la perspectiva española como la vasca, o tanto desde la política a la mía, la de un historiador: todo lo que ha significado ETA, tanto por el número de víctimas, como por la incidencia que el terrorismo tuvo sobre la Transición y la democracia. Creo que se refiere a eso, con todos los añadidos que hay detrás y alrededor de ETA: la respuesta del Estado, actitudes de los partidos políticos, los pactos antiterroristas, las políticas penitenciarias… y todo un conglomerado que se deriva de que ETA opta, a partir de 1968, por la lucha armada y la acción terrorista.

–En este esfuerzo por clarificar, ¿qué papel juega un historiador?

Creo que el único que tiene la Historia, que es lo que llamo la insobornabilidad académica. ETA plantea al historiador problemas de tipo historiográfico, empíricos (orígenes, bases, acontecimientos, ideología, manifiestos, declaraciones, la respuesta desde el Estado, la incidencia de ETA sobre la vida pública española… ), pero además un tipo de reflexión moral inevitable: ¿Cómo pudo ocurrir?

–Y un historiador, ¿puede contribuir a que la sociedad también haga un ejercicio de reflexión moral?

Al historiador le corresponde más que nada la fijación de los hechos, la desideologización abusiva de cualquier tema, y por tanto que predomine su explicación y análisis sobre el dramatismo de los acontecimientos.

–En un asunto como el terrorismo etarra, ¿cómo puede huir el historiador de los juicios políticos, ser independiente?

Le diría lo que dijo Ortega en el año 23, cuando fundó «La revista de Occidente»: «La política no aspira a entender las cosas». El historiador sí aspira a hacerlo a través de una objetivización de los acontecimientos, del uso de un lenguaje y de una conceptualización no trágica, del uso de explicaciones causales de los acontecimientos, de la fijación de fases y periodos, de la distinción entre unos acontecimientos y otros… Cuando decimos que la Historia es una ciencia, nos referimos a dos cosas, o al menos yo: a la lógica de lo que se explica y al uso de los conceptos. El lenguaje, el uso de los conceptos, es sumamente importante. Para tratar el terrorismo o la Guerra Civil necesitamos determinado tipo de conceptos que permitan comprender del fenómeno.

–Y en ese sentido, ¿existe una guerra por el uso de los conceptos, del lenguaje que usamos para esos dos fenómenos históricos?

Cuando hablamos de la Guerra Civil española no es lo mismo que digamos «levantamiento», «rebelión» o «movimiento» que «golpe de Estado». Siempre que hay batallas hay imprecisiones lingüísticas, y a combatirlas es a lo que llamo el esfuerzo de conceptualización. En el caso del terrorismo pueden ser los eufemismos, y también el neolenguaje. Por ejemplo «conflicto», «derecho a decidir» o eso de «un largo conflicto», que parece que esto es una cosa eterna que empezó no se sabe cuándo, en el XIX. Pero no, hay conflictos que son del XIX y otros del siglo XX. Es como diluir la Historia de España con eso de que «España es la historia de un enorme conflicto», que es como no decir nada. Hay, si no batallas, sí precisiones idiomáticas que al menos, quienes aspiramos a hacer humanidades con rigor, debemos usar.

–Volviendo al País Vasco, ¿cuál es la diferencia entre el nacionalismo del siglo XIX y el del siglo XX, el del surgimiento de ETA?

Creo que casi todos los historiadores estamos de acuerdo en que a finales del XIX y en una parte de principios del siglo XX es un nacionalismo tremendamente etnicista, pero al mismo tiempo casi católicamente integrista, y que hace de la etnia y del catolicismo los elementos centrales de la identidad vasca. Eso dura, prácticamente, hasta la Guerra Civil. Luego, ETA aspira a una refundación del nacionalismo a través de otro nuevo, por un lado laico y por otro impregnado de un lenguaje profundamente revolucionario y radical. ETA utiliza todos los lenguajes de las luchas anticoloniales, también el lenguaje marxista: en lugar de pueblo vasco, utiliza la expresión pueblo trabajador vasco. Es decir, que hace un intento por legitimar su existencia de una manera distinta.

–¿Qué otros países han sufrido una forma de terrorismo similar a la etarra? ¿Se puede comparar con Irlanda del Norte?

Todos los casos son distintos, pero evidentemente también pueden tener ciertas similitudes. Desde luego, por el nivel de víctimas y por las características, incluso por las afinidades entre los movimientos, a lo que más se parece el caso de País Vasco y de ETA es al IRA. Se parece mucho más que a Quebec, Escocia, Flandes o a la propia Cataluña, en el sentido de que en Cataluña no ha habido movimientos violentos, o al menos no significativamente violentos o con la importancia de ETA. En los años 60, reaparece lo que entonces se llaman movimientos etnonacionalistas en regiones con ciertos sentimientos de identidad propia y distinta, y aparecen esos movimientos, en diferentes lugares, utilizando los lenguajes anticoloniales de liberación nacional. Por ejemplo, en el Alto Adigio italiano hay 7 u 8 muertos; en un cantón del Jura; también los quebequeses, con el Frente de Liberación Quebequés, que mata y secuestra a unas cuantas personas; en Córcega, donde hay unos 2.000 atentados desde los años 70 en adelante, aunque ahora ya no; y en Flandes, donde no hay violencia pero sí un movimiento ultranacionalista y antieuropeo. Por tanto, hay una reaparición del nacionalismo en regiones no necesariamente postergadas e incluso a veces muy desarrolladas.

Y vuelvo a su pregunta. El caso de País Vasco a lo que más se puede parecer es a Irlanda del Norte, a pesar de que el IRA no es igual y que el entramado político de Irlanda del Norte y la autonomía vasca no son iguales, pero desde luego para un historiador es inevitable establecer paralelos entre esos movimientos que he indicado.

–En España, en otras regiones donde el nacionalismo es fuerte, también ha habido tentativas de implantación de un grupo terrorista.

¿Dónde?

–En Cataluña, con Terra Lliure.

Pero no se desarrolló…

–¿Y por qué no prosperó allí?

Esa pregunta es muy difícil de responder. Hay desde un contexto que puede no favorecerlo a un liderazgo que no da paso, porque hay una responsabilidad moral en quien decide por unas determinadas circunstancias optar por una estrategia o por otra, y también una parte de cálculo estratégico. Yo le puedo decir por qué ETA y cuándo.

–¿Cuándo?

Hay una quinta asamblea en la que ETA toma su defición definitiva, Movimiento Nacional Vasco de Liberación Nacional, que asienta el terrorismo y la lucha armada hasta, como dicen ellos, llegar a la liberación vasca. Eso es así con ponencias, discusiones, debates previos entre ellos. Un grupo relativamente pequeño opta por esa vía de acción, a pesar del rechazo de determinados medios nacionalistas, que discrepan de esa estrategia.

–¿Por qué ETA no desaparece durante la Transición? O después de ella.

Ese es otro de los grandes problemas. Creo que hay dos o tres causas: primero, que ETA fue siempre ajena a la naturaleza del Estado español. La suya es una lucha armada por la liberación de País Vasco. En el año 74 hay una escisión entre ETA militar y ETA político-militar. Las dos continúan con el terrorismo, pero una tiene mucha mayor sensibilidad política a lo que ocurre en España o en el País Vasco, y la otra carece por completo de ella. Me parece que ETA no quiso admitir la posibilidad de una solución para el pueblo vasco en términos de autonomía para tres provincias, ya que aspiraba a las llamadas siete provincias con la inclusión de Navarra y el País Vasco francés. La aceptación de la autonomía era una derrota de lo vasco. Ahí hay un debate interno fuerte entre ellos, donde se va imponiendo la militarización permanente, la idea de una lucha permanente contra el Estado español.

–Y llegamos a 2010. ¿Qué cambió entonces, o que había cambiado ya?

El agotamiento de la sociedad vasca, la acción policial, la judicial, el acuerdo de paz en Irlanda de Norte. También hay una reacción desde los años 90 en País Vasco con una cultura de la paz, con lo insoportable que se hace para la sociedad vasca un asesinato más. Además, hay cambios generacionales, dificultad de reclutamiento por parte de ETA, y la aparición de sectores dentro del mundo de la izquierda abertzale que ya no entienden esa violencia.

Hay una nueva sensibilidad en el País Vasco. El asesinato de Miguel Ángel Blanco es una especie de catarsis. Y hay dos preguntas: ¿Cómo pudo ocurrir? y ¿la violencia, para qué? Eso también pasa en Irlanda del Norte: ¿Qué ha conseguido el IRA después de 3.000 muertos? ¿Aumentar un 3% su electorado? Siguen ganando los unionistas, que siguen teniendo mayoría, aunque hayan perdido un poquito. Entonces bueno, es la historia de un fracaso trágico.

–Podemos fue la fuerza política más votada en País Vasco las pasadas elecciones generales. ¿Cómo puede interpretarse?

Creo que no hay que precipitarse en el análisis, porque los votos de Podemos en España, o en concreto en el País Vasco, pueden ser volátiles. No lo sé, esa es la ventaja que tenemos los historiadores, que hablamos del pasado y por eso acertamos siempre.

Todos los análisis muestran que hay un cierto cambio de ciclo. En su discurso, el lendakari Urkullu ha puesto todo el énfasis en cuestiones de tipo económico y social. En la prensa aparecen noticias en las que Otegi dice que la cuestión identitaria han caído en picado. La cuestión de la soberanía y de la identidad no han desaparecido, pero no tienen el drama y la urgencia de antes, y han pasado a ser casi una cuestión individual, de cada uno. Pero hay que esperar con la máxima reserva.

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