El guardián de la casa de Puigdemont en Waterloo

Un mosso d’Esquadra aleja a todo aquel que quiere llegar a la nueva y cara mansión del «expresident», en Waterloo

Vídeo: Vea las imágenes de la casa de Puigdemont en Waterloo ATLAS
Enrique Serbeto

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Recibe al intruso con un seco «c’est interdit!» en un francés con bastante acento. Se trata de Lluis Escola Miquél, el mosso d’Esquadra que acompaña a Carles Puigdemont a todas partes y que por ello se ha ganado un expediente en el Cuerpo policial. La presencia de este agente –tal vez ya ex agente- fácilmente reconocible por la cicatriz que cruza su rostro y que en tiempos se había dedicado a proteger a estrellas del Barça, es la señal más evidente de que el ex presidente de la Generalitat se ha instalado ya en la suntuosa mansión del número 34 de la Rue del Avocat, la calle del Abogado, de la localidad de Waterloo.

Un barrio de casas silenciosas y ajardinadas, un paraíso para las ardillas y los zorros, a los que ni siquiera molestarían las pocas personas que pasean entre los setos. Hay que hablar casi de un kilómetro hasta la primera tienda, nadie merodea por esta zona residencial húmeda y gris. Salvo los residentes y ahora los periodistas, por esta zona solo deben venir los clientes de un dentista que ha osado anunciarse en la placa del buzón, una docena de casas más abajo de la de Puigdemont, tal vez porque si se quedase corto de anestesia, aquí nadie escucharía los gritos de sus pacientes.

EFE

La cadena de plástico con el cartel de «Propiete privee Defensé d’entrer» (Propiedad privada, prohibido entrar) es la única barrera que separa la acera del jardín de la casa. Aunque no hay luces encendidas en ninguna de las seis habitaciones con baño ni se ve a nadie, enseguida se adivina que hay alguien en el interior porque se ve salir el vapor de la chimenea de la calefacción. La alcaldesa de Waterloo, Florence Reuter (liberal), ya había sido informada por los vecinos –y por la Policía local también, es de suponer- de que el huésped se ha instalado en esta zona «chic» de la ciudad , en una casa que los habitantes del barrio reconocen como una de las más caras.

Lo curioso es que si hay un bastión de la alergia al nacionalismo flamenco, ese lugar podría ser Waterloo. A media tarde, solo se ve a una vecina que pasea a su perro y que en cuanto ve a alguien merodeando la zona enseguida pregunta «¿es usted español? ¿qué va a pasar con esto?». La conversación se dirige delicadamente a averiguar si está hablando con un admirador de Puigdemont y se tranquiliza cuando sabe que no. «Es que nosotros tenemos también lo nuestro con los independentistas flamencos ¿sabe?». La casa tiene fama de ser el domicilio de «americanos, árabes…» siempre gente de mucho dinero que para unos cuantos años en Bélgica. «Podría haberse ido a Flandes o quedarse allí donde estaba, cerca de Amberes» La vecina dice saber que «el amigo que le paga las cuentas a Puigdemont se ha enfadado con los independentistas flamencos y por eso ha venido aquí». Y, el colmo de la ofensa para los independentistas del norte del país es que «me parece que Puigdemnont no habla ni una palabra de flamenco, mientras que yo le he oído hablar francés».

Incómodo ir en coche

Si la elección de este lugar de residencia es o no un símbolo de que el ex presidente se aleja de los independentistas flamencos, es algo tan difuso como el grado de enemistad que existe ahora mismo con sus socios en Cataluña. El barrio ha de ser especialmente incómodo para alguien que tenga que venir a Bruselas cada mañana en coche , porque los atascos deben ser monumentales. También está lejos del aeropuerto. En cambio tiene relativamente cerca la estación de tren, aunque cuesta imaginarselo en el andén.

El diario Le Soir ya solo le menciona de forma satírica. Ayer aparecía en la caricatura principal precisamente en Waterloo haciendo su mudanza a esta mansión que enarbolaba la estelada mientras que un Rajoy no muy reconocible le dice que «esto solo es el principio, después viene Santa Elena» en alusión a la isla donde murió desterrado Napoleón.

Desde la zona por donde entran los coches se adivina una dependencia que parece una especie de sala de espera o una estancia para los vigilantes o para el servicio. Y efectivamente, entrando un par de metros en el empedrado se ve al equipo más íntimo de Puigdemont sentados cómodamente. El escolta salta como un rayo. «¿No has visto que dice prohibido pasar?» e intenta ofenderme gritándome: «¡Esto no lo haría nunca un belga!» A lo que le respondo: «Pues llama a la Policía, si puedes».

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