Análisis

Depresión

Sobra superficialidad y falta fondo en el discurso de Sánchez para ser alternativa

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, la pasada semana en Córdoba ÁLVARO CARMONA
Manuel Marín

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La pretensión de Pedro Sánchez de convertir la Escuela de Buen Gobierno del PSOE en un foro cicatrizante de las eternas heridas entre la actual y las anteriores direcciones del partido se ha quedado solo en el diagnóstico de un estado de ánimo pre-depresivo entre los socialistas. Las sonadas ausencias de Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba o Susana Díaz fueron el reflejo de un cisma latente sin reconciliación posible. Pero también, la evidencia de que una relevante parte de la militancia no comulga con el modelo de partido de Pedro Sánchez, ni con su concepción de la política, ni con su estrategia como alternativa real para gobernar. Aquella eterna filosofía de que «el partido está por encima de las personas», y que el derrotado de unas primarias siempre se pone al servicio del vencedor en resignada unidad de acción, han pasado a mejor vida.

Al PSOE le invade una desasosegante sensación de parálisis sin mucho más margen de maniobra en las urnas del que actualmente tiene, y el revulsivo emocional que debió suponer el retorno de Sánchez a la Secretaría General empieza a difuminarse. Nunca hubo paz interna, y tampoco la hay ahora. Sánchez se ha convertido, a decir de relevantes dirigentes socialistas, en un líder ausente , impostado y más preocupado de impedir nuevas revueltas internas que cercenen su dirección, que en rehabilitar al PSOE como icono de la maltrecha socialdemocracia europea. Sin proyecto definido, con apariciones intermitentes, alejado del Congreso por voluntad propia y carente de ideas innovadoras. Sánchez brujulea en la improvisación, su capacidad de generar ilusión es más artificial que real, y no le basta con José Luis Ábalos como eficaz bombero de guardia, le reprochan. Al margen queda un modo de ejercer la dirección del partido sin ningún ánimo de reconciliación interna, especialmente personalizado en el veto a Elena Valenciano como líder de los socialistas en el Parlamento europeo, porque esta simple censura ha causado más estrépito e indignación del que Sánchez calculó inicialmente.

Ferraz lo fía todo a la nula solvencia de las encuestas a tantos meses de las elecciones, y minimiza la nula empatía de Sánchez con los críticos que le defenestraron. Pero el ninguneo a los barones territoriales del PSOE, y la radicalización sobreactuada para recuperar votos fugados a Podemos en un momento de huida de simpatizantes socialistas hacia Ciudadanos, merman al PSOE. Sobra superficialidad y falta fondo en el discurso de Sánchez para ser alternativa, toda vez que sus rivales ya no son solo Mariano Rajoy por la derecha y Pablo Iglesias por la izquierda. Rivera hurga en la depresión letárgica del socialismo español.

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