Pablo Muñoz - Análisis

Defensa de la legalidad

Pablo Muñoz
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La derrota es huérfana; la victoria tiene muchos padres. Al calor de la sentencia del caso Nóos algún abogado, con poca o nula incidencia en el devenir del procedimiento, se hace propaganda por la suerte que ha corrido su cliente. Incluso, se permite hacer reproches a quien le ha servido de parapeto desde el primer momento, no fuera a ser que ese caso manchara su impoluta carrera profesional. Malos tiempos para la mesura.

Al fondo, claro está, el papel de la Fiscalía. Para la opinión pública, quien acusa obligatoriamente, y más si se trata de asuntos mediáticos; técnicamente -incluso moralmente- quien defiende la legalidad. Eso implica acusar a quien se considera que ha cometido un delito y proteger también a quien en su criterio no lo ha hecho.

«Se puede limitar a no acusar», se argumenta ahora por parte de quien se ha beneficiado de la actuación del Ministerio Público. Pero si la Fiscalía se conforma con eso no cumple por completo el papel que por ley tiene asignado.

Alejémonos, si ello es posible, del caso Nóos y de la Infanta Cristina. Un chaval cualquiera de barrio se ve en el banquillo de los acusados por un delito que el Ministerio Público considera que no ha cometido, pero que ha llegado a la fase de vista oral por la actividad -legítima- de la acusación particular. Si el fiscal considera que no hay un solo elemento que señale al chico, ¿debe limitarse simplemente a no formular acusación? ¿No está obligado, siquiera éticamente, a desmontar las acusaciones que considera injustas? ¿En realidad no es eso defender la legalidad?

Bien harían los letrados; algunos de ellos, por ser justos, en aplicarse las mínimas reglas de la autocrítica. Cuando es obvio que un cliente está limpio y su abogado no es capaz de convencer ni al juez instructor primero, ni luego a la Sala, la que falla, en primer lugar, es la defensa. Si luego ese cliente sale absuelto, entre otras razones por la intensa actividad del fiscal en su trabajo de defensa de la legalidad, lo mínimo es respetar ese papel.

La vanidad propia del ser humano es, en los casos mediáticos, moneda común entre algunos abogados ávidos de publicidad. A veces, no pocas, puede estar justificada por los resultados que se obtienen. Otras, en cambio, simplemente asombra.

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