Los columnistas de ABC opinan sobre la masiva manifestación por la unidad de España

Analistas de nuestro periódico escriben sobre la marcha convocada por Sociedad Civil Catalana que ha llenado de gente el centro de Barcelona. En los próximos minutos incluiremos más firmas.

1

La España que suma; por Manuel Marín

José Luis Rodríguez Zapatero se equivocaba cuando sostenía que España es compleja, plural y diversa para justificar que Cataluña es, o se siente, una nación. Simplifiquemos. Hay dos Españas. La que suma y la que resta. La que une y la que divide. Y hoy se ha demostrado en Barcelona que esa España que suma y une es más que la España que fractura. No es una cuestión ideológica. Ese es el pobre amparo, el raquítico argumento, que emplean como coartada quienes pretenden dividirla entre fascistas y libertadores. Es la gran mentira de nuestra democracia porque el sano patriotismo larvado con orgullo emocional nunca puede ser una forma de extremismo. Esa dialéctica es falsaria y tramposa.

Hoy se ha demostrado que son cientos de miles de demócratas, no de radicales profesionales del odio, los que reivindican la unidad de España como un bello motivo de orgullo. Como un síntoma de unidad en torno a un sentimiento común que exige a los catalanes independentistas que renuncien al odio como modo de enfrentamiento y ruptura. A izquierda y derecha del imaginario español se sitúa en seny como eje ejemplar de un catalanismo conciliador y respetuoso tan legítimo como esperanzador .

Hoy han sido la bandera española y la senyera las que borraron la sonrisa despreciativa a quienes presumen de desafecto con la estelada al cuello. El mensaje transmitido por los españoles no es divisorio, sino aglutinante. Un cemento para edificar la historia. Vargas Llosa y Borrell sí tienen razón. El nacionalismo es una pulsión del odio, una maquinaria indecente para fabricar cadáveres que conviene erradicar para no acallar por más tiempo los sentimientos constructivos. La democracia se ha conjurado para no ser endeble frente al autoritarismo del régimen represivo y excluyente que diseña el separatismo. Contra la rebelión golpista, el valor de 500 años de historia. Democracia y libertad no son fascismo. Ya no cuela.

2

Dos de mayo en Barcelona; por Isabel San Sebastián

Como hizo el pueblo de Madrid el dos de mayo de 1808, alzándose valientemente contra el invasor francés ante la claudicación de sus gobernantes, la ciudadanía catalana se ha echado a la calle para defender la libertad, la ley, el Estado de Derecho y sobre todo a España, gravemente amenazados por el golpe perpetrado desde el Palau de la Generalitat. Lo ha hecho de forma masiva, contundente, elocuente, impecablemente democrática y por ende inapelable. Lo ha hecho con el respaldo de millares de españoles acudidos en su auxilio desde los cuatro puntos cardinales, porque pese a lo que afirma la propaganda facciosa de los golpistas encabezados por Puigdemont, Cataluña es una parte tan querida como irrenunciable de esta nación secular de ciudadanos libres e iguales . Un órgano vital de nuestro cuerpo. Un miembro sin el cual España deja de ser España.

Lo acaecido en Barcelona demuestra hasta qué punto arraiga en el alma de los catalanes el sentimiento de pertenencia a este proyecto común llamado España y hasta qué punto este proyecto cuenta con los catalanes de manera incondicional. Demuestra que el miedo o la resignación ceden ante el espíritu ciudadano cuando la opresión es tanta que hace saltar las barreras. Demuestra que el pueblo español es muy superior a sus líderes en coraje y en honor, con alguna excepción notable como la de don Felipe VI, cuyo discurso histórico del martes brindó un impulso vital a las movilizaciones que han llenado estos días las calles de banderas constitucionales, de patriotismo y de dignidad.

Resuenan en mis oídos las palabras de mi admirado Mario Vargas Llosa: "De todas las emociones humanas, ninguna ha causado tantos estragos como el nacionalismo". ¡Si lo sabré yo, una vasca condenada al exilio por el tribalismo excluyente sembrado por Sabino Arana! Me sumo a José Borrell en su denuncia del adoctrinamiento infame ejercido desde los medios de comunicación controlados por la Generalitat (le ha faltado hablar de la educación pública) y del silencio cómplice mantenido por un poder económico que ahora pone pies en polvorosa. Pero siendo sus intervenciones merecedoras del mayor aplauso, los actores principales de esta representación magnífica han sido los ciudadanos que han participado en ella. Todos y cada uno de ellos. En mi nombre y en el de muchos amigos que me han dicho cuánto les habría gustado asistir ¡gracias por representarnos!

La gran manifestación de la Ciudad Condal había sido convocada por Sociedad Civil Catalana, con el apoyo de otras asociaciones cívicas; no por partido político alguno. Conviene tenerlo muy presente, no solo porque los políticos son especialistas en acaparar protagonismo inmerecido cuando ven que vienen bien dadas, como ha quedado demostrado en todas las televisiones, sino porque corremos el riesgo de que la reacción popular sirva de coartada al Gobierno para seguir sin hacer nada. Lo cual constituiría un gigantesco error.

Si los españoles han llenado de rojigualdas sus ventanas, y secundado masivamente los llamamientos a expresar su voluntad de permanecer unidos, ha sido, en gran medida, para llenar el vacío dejado por sus dirigentes. Exactamente igual que en 1808. El pueblo y el Rey han cumplido con creces su parte. Ahora le toca al Gobierno y la Judicatura poner fin a esta sedición antes de que sea tarde. Porque ya se ha consumado el delito. Ya se ha desbedecido al Tribunal Constitucional. Ya se ha perpetrado el golpe. Sobran razones para privar del poder a los sediciosos y restablecer el orden democrático. Tiempo habrá después para hablar de todo lo que sea menester con quien esté dispuesto a respetar el marco de la Ley, la Carta Magna y la igualdad entre los españoles.

3

Este era el relato, estúpido; por Mayte Alcaraz

José María Urquinaona y Bidot fue un obispo gaditano que ejerció su magisterio en Barcelona. Defendió como senador a la industria catalana en Madrid y la Ciudad Condal le premió enterrándole en la basílica de la Merced y bautizando una de sus principales arterias con su nombre. En esa vía, hoy la Cataluña callada, miedosa, acogotada, sufrida y hasta indolente ha salido de su ostracismo para decirle al mundo lo que la tele autonómica que pagamos todos los españoles oculta.

Cuando la voz callejera del secesionismo la ostentan Anna Gabriel o Gabriel Rufián encontrarte un 8 de octubre con que los portavoces de los millones de catalanes acosados son un premio Nobel o un expresidente del Parlamento Europeo, ambos con discursos potentes y emocionales, sube la moral y alienta la esperanza de que todavía las causas justas tienen remedio. Dirán que no fueron un millón, sino cien mil; que eran de Falange, como TV3 sostuvo durante todo el día (Falange está que no se lo cree); que vinieron de tierras represoras como Madrid, Cádiz o Tenerife... pero saben los que están con el mal que lo de hoy es un relato de España incontestable. El que ningún Gobierno de España ha sabido defender en Cataluña. Que cuando a catalanes de varias generaciones se les eriza la piel viendo la bandera de su país y la de su autonomía -paradójicamente España ha tenido que recuperar la señera- ondear por la suave brisa del otoño barcelonés es que algo empieza a cambiar.

A pesar de que Ada Colau no ha potenciado los servicios de transporte públicos, como sí hace el Ayuntamiento en la Diada; a pesar de que nuestro futuro sigue en manos de unos golpistas escondidos en su madriguera subvencionada; a pesar de todo, los catalanes y el resto de españoles hemos sabido hoy que no estamos solos. Y somos más y mejores.

4

La resurrección del patriotismo español; por Edurne Uriarte

Ningún independentista calculó esto jamás, que el patriotismo español iba a inundar Barcelona, que el día de su gran resurrección se produciría precisamente en esta ciudad. Porque hoy se ha producido el gran estallido de un patriotismo español que existía pero estaba oculto y en silencio. El pasado martes escribí en ABC papel que el 1-O sería al patriotismo español lo que el 15-M al movimiento de los indignados de la extrema izquierda. Y se ha confirmado hoy.

El patriotismo español ha ganado al independentismo en la calle, su gran asignatura pendiente desde el inicio de la Transición , y allí donde es más difícil, en el corazón del nacionalismo catalán. Y con ese estallido ha dado un giro a la crisis independentista. A partir de ahora, los golpistas no sólo tendrán enfrente la ley, la voluntad del Gobierno de la nación, la fuga de empresas y el desastre económico, también se encontrarán con una España movilizada en favor de la unidad y de la Constitución.

Si los golpistas prosiguen su locura, el Estado tendrá de su lado la legitimación de la calle para actuar , esa legitimación fundamental para una eventual aplicación del artículo 155 y que Rajoy necesitaba, en contra del criterio de quienes le urgían a ponerlo en marcha antes de tiempo.

5

Escrache al nacionalismo; por Curri Valenzuela

Por tercera vez en cinco días los cabecillas secesionistas han recibido un golpe que a cualquier dirigente demócrata le habría causado la muerte política. El martes fue el discurso del Rey, el viernes la decisión de La Caixa y otras grandes corporaciones de marcharse de su tierra, el domingo la constatación de que los catalanes que quieren seguir siendo españoles han perdido el miedo a salir a la calle a reivindicarlo en un escrache pacifico al nacionalismo que coloca a este contra las cuerdas.

Del domingo pasado a este la crisis se ha vuelto del revés . Quienes hicieron del 1-O una lucha entre los supuestos demócratas que querían votar y los opresores que se lo impedían por la fuerza se han encontrado el 8-O con la constatación de que por lo menos son tantos como ellos quienes consideran que la libertad se celebra defendiendo la Ley y dando las gracias a las fuerzas de orden público que ayudan a mantenerla. A partir de hoy será más ridiculo todavía que Puigdemont proclame la independencia - lo que se dispone a hacer de todas las maneras - y más probable que el Gobierno adopte medidas drásticas para frenarle, definitivMente, en seco.

6

No más fronteras; por Marisa Gallero

Y la calle fue de todos. La mayoría silenciosa alzó la voz y demostró su fuerza contra los propósitos esquizofrénicos de la Generalitat presidida por Carles Puigdemont.

Barcelona se convirtió en el símbolo de la unidad de España. Catalanes y españoles unidos. Un cambio de relato que estaba exclusivamente en manos de los independentistas. El nervio de unos ciudadanos cansados de que hablen en su nombre. De tantos que viven en una «tierra de nadie», como describía Isabel Coixet. Querrían convertir a Cataluña en una tierra baldía y ahora saben que nos tienen en frente.

Esta grave crisis institucional demuestra a la clase política que no se admite más el doble juego. ¿Dónde estaba Ada Colau? ¿No es la alcaldesa de Barcelona? ¿O sólo de los que representan la causa que le interesa? ¿Dónde los que piden diálogo e intermediación?

Urgen políticos que den la cara, que no se escondan detrás de tuits, que desmonten mentiras con datos. Josep Borrell ha sido el primero a la altura del abismo que se abre ante nuestros ojos. Con un discurso en catalán, salpicado de castellano, inglés y francés, lleno de sentimiento y energía, señalando a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, por «atreverse a decir que los que votan a determinados partidos políticos no son catalanes». Denunciando el silencio cómplice de los empresarios ante las quimeras del Govern, mientras huyen despavoridos ante la inestabilidad de una proclamación unilateral de independencia -«¿No lo podíais haber dicho antes?»-. Y, sobre todo, con argumentos contra la falacia de que Europa reconocería una hipotética República catalana. «Las fronteras son las cicatrices grabadas en la piel de la tierra. No levantemos más. No más fronteras».

7

La calle ya no es sólo independentista; por Hughes

Estuve allí, nadie me lo tiene que contar. Muchos miles de personas abarrotaron las calles de Barcelona sin salirse una coma de la Constitución. Nadie y ni por un segundo.

Era la manifestación de los que no van a manifestaciones. Gente debutante que desearía no tener que volver a salir a la calle. No eran estudiantes en huelga, ni revolucionarios subvencionados, ni organizaciones con cargo al presupuesto. Era la gente que paga los impuestos y a la que nadie tocó silbato alguno.

Catalanes hartos de que con su dinero se les insulte y menosprecie.

Tres gritos fueron mayoritarios en su espontaneidad: “Viva España”, “Visca Catalunya” y “Puigdemont a prisión”. Esto se cantó mucho y con fuerza. La gente dio vivas al Rey, a la Policía y a la Guardia Civil.

No hubo partidos, no hubo consignas. No hubo insultos ni un solo aguilucho.

Otro grito se repitió: “No somos fachas, somos españoles”. Lo gritaban hasta desgañitarse personas de aspecto despolitizado, señores mayores, barceloneses de siempre, inmigrantes, negros, rubios, pelirrojos, probables fans de Camela y parejas filarmónicas. Gente humilde y pudiente, metropolitana y burguesa.

Había señores con 40, 50, 60 años “cotizados” en Cataluña, y catalanes “de aquí” con algo del corazón en Sevilla o Madrid. Gritaban mucho para quitarse un estigma que los saca del espacio público.

Una catalanidad mestiza, mezclada, tan personal como cada experiencia e imposible de encerrar en identidades simples, y mucho menos en caricaturas.

Gente que quiere estar tranquila y que llevaba a los niños y a los nietos como toda proclama política: una vida juntos y en paz.

Una señora muy mayor y muy pequeña resumía todo su maximalismo: “¿No puede seguir todo como hasta ahora?”.

Al paso de la manifestación por la Vía Laietana, ancianos solitarios sujetaban banderas. Eran estandartes cívicos que nunca lo había hecho . ¿Será contable este señor? ¿No tiene cara de maestro este otro? Qué soledades tan de su padre y de su madre se concitaron allí... Miraban con emoción el paso de la gente y subían su bandera con una divertida timidez.

Había españoles comunes, inconfundibles, y españolidades excéntricas, cultivadas en soledad como una afición rara.

Viva Mataró, Viva Rubí, Viva Tarragona, Viva Cornellà. Eso se escuchó. Y una pancarta noble de La Mancha en solidaridad con la Senyera, y una Real Senyera Valenciana ondeando fiel junto a la catalana.

De pie en un banco, una mujer comenzó a dar vivas a Murcia, a Andalucía, a Cataluña, a la Constitución... “¡Que nos vas a dejar exhaustos!”, protestó alguien.

A todo se cantó y todo se celebró. La gente cosía sus banderas distintas y en el suelo se pisaban decenas, cientos de octavillas que invitaban a reflexionar sobre un discurso de Tarradellas. No eran fotocopias. Alguien minucioso se había tomado la molestia de escribir una por una.

Eran el tipo de gente que necesita el domingo para manifestarse porque por la semana trabaja o lo intenta.

“He estado en muchos 12 de octubre y esto es 40, 50, 60 veces mayor”, dijo un señor perdiendo la mirada calle abajo.

--¡No va ni el internet!

El “No somos fachas, somos españoles” se gritaba con una emotividad diferente. Tenía algo de liberación personal. Les están dando un golpe de Estado y encima lecciones de democracia.

Así que el español catalán salió a la calle y se vio lo que era. Un civismo ordenado y enternecedor. Adolescentes rubísimas, casi suizas, le cantaban a la Guardia Civil; ancianas de 1,55 envueltas en la bandera catalana gritaban “paz y Libertad”; un señor ciego salía al balcón y su rostro se iluminaba al escuchar vivas a España. Otro cantaba el himno de la Benemérita con la camiseta del Barça y una señera. Había modernos y catalanoparlantes, pijos, canis y personas sin atributos.

¿Qué identidad había allí representada?

Era amplia, muy diversa. Tanto que nadie se atrevía a dar un grito que pudiese violentar lo común. La cartelería era libre y bilingüe. Se pedía seny, convivencia, plena catalanidad y libertad para ser español. Los catalanes no quieren enfrentamientos ni más sermones de nadie; están contentos con su pluralidad, con su desdoblamiento. “Catalunya es la meva terra, España mi país”. Se le cantó mucho, muchísimo, a la manipulación de TV3. “¡Dejad en paz a mis hijos!”, gritó un hombre solo.

Pero no vi rabia. Y hubo quien no cantó nada y solo estuvo.

Se oyeron tambores y no eran batucada, eran antiguos legionarios despertando el júbilo general. Cornetines, tambores y una señora con un bombo.

Yo vi las caras de parejas barcelonesas al alegre paso de su marcha. Estaban divertidos y encantados.

Sus tambores pararon a hacerle un homenaje a la Policía. Nadie salía en la Jefatura a recibirlo pero el aplauso se coló por las ventanas abiertas.

Antes se lo brindaron a una señora anciana que observaba todo en un balcón de la Via Laietana. Al oír tambores que tocaban por ella, la mujer abrazó a su nieta y rompió a llorar. “No estás sola”, gritaba la multitud.

Hubo gente que nunca había gritado Viva España que se reunió para hacerlo por primera vez. No hubo ni un “A por ellos”. Y cuanto todo terminó, volvieron a ser perfectos desconocidos en las terrazas del Borne.

Hacia mucho calor y se vio que la gran bandera española daba cobijo, sombra.

Tuvo algo de acto irrepetible y fundacional.

En la Estació de França se dieron los discursos. No se escuchaban bien y resultaban largos, aunque bienintencionados. Los políticos disuelven las manifestaciones. Vargas Llosa se enrolló con la Cultura y Borrell se puso pesado.

Porque el público, créanme, lo tenía claro. La gente es tan distinta que lo que tiene en común se resume en cuatro frases.

El público se bastaba y antes de irse había aprendido otro cántico: “Ya no somos silenciosos”.

La gente salió a la calle, a ganarla, y a dar una respuesta al golpe de Estado. Ahora todo el mundo sabe que imponer un cambio ilegal a esta multitud es algo peor que un crimen.

8

Varios manifestantes disfrutan durante la concentración IGNACIO GIL

El final de tres mentiras; por Luis Ventoso

La manifestación de hoy en Barcelona, un éxito enorme que ha desbordado las mejores expectativas , pone fin a una semana que si tocase resumirla en una frase sería esta: el final de tres enormes mentiras.

-Mentira 1: «Seremos como Dinamarca» . La fuga de grandes empresas de Cataluña, que han buscado refugio en ciudades del resto de España en solo 48 hora, pone fin al bulo de que la República independiente sería una nueva Dinamarca. No: sería una depauperada Albania. No se ha declarado la independencia y el poder financiero catalán ya ha dejado la región. Si la quimera rupturista se impusiese, que no ocurrirá, Cataluña se convertiría en un erial económico. Necesita al resto de España como el aire que respira.

-Mentira 2: «El 90% de los catalanes apoya la independencia». Eso concluyó el Govern insurrecto tras un referéndum sin censo, con urnas de juguete, donde podías votar varias veces e imprimirte la papeleta en tu casa. Un simulacro al que llamaron consulta. La enorme manifestación de ayer mostró gráficamente lo que ya se sabía: que hay allí resisten una mayoría silenciosa de ciudadanos, hasta ahora acogotados en las calles por un separatismo agresivo, que se sienten catalanes y españoles.

-Mentira 3: «El nuestro es un proceso pacífico y democrático» . Mantra contumaz de Junqueras y Puigdemont. Falso. Es un proceso donde se acosa al discrepante y no se respeta la ley, lo cual es el primer ladrillo de una democracia.

Quedan días muy duros y probablemente el Gobierno tendrá que intervenir la Generalitat para reinstaurar el orden . Pero moralmente en solo tres días los sediciosos se han quedado en paños menores. El sol del sentido común y la solidaridad no brilla de su lado.

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