TIEMPO RECOBRADO

En clave de Groucho Marx

Puigdemont no sólo ha fracasado sino que además se enfrenta a una casi segura acusación de sedición. Pero lo peor es que ha hecho un ridículo espantoso

Carles Puigdemont, ayer a su entrada en el pleno del Parlament INÉS BAUCELLS
Pedro García Cuartango

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Ni sí ni no sino todo lo contrario. Tras largas horas de vodevil, el presidente Puigdemont compareció ayer para dejar constancia de que no iba a suceder algo que los independentistas habían asegurado que era imposible que sucediese: la convocatoria anticipada de elecciones.

Lo que pasó a lo largo de toda la jornada no fue digno de un relato de Franz Kafka , como señaló Inés Arrimadas en el Parlament, sino que más bien evocó aquella escena de la película de los hermanos Marx en la que los protagonistas entran y salen de un camarote en el que se forma un lío monumental y nadie sabe por qué está allí.

Habría que recurrir a un talento como el de Groucho Marx para relatar el esperpento en el que los independentistas han convertido un proceso que cambia cada cinco minutos, en función de la última persona que susurra en el oído de Puigdemont.

El miércoles por la tarde Oriol Junqueras daba por segura a una agencia internacional la declaración unilateral de independencia. Ayer por la mañana, todos los medios anticipaban un adelanto electoral, citando a fuentes de la Generalitat. Y, horas más tarde, se especulaba con que Puigdemont iba a convocar las elecciones y, a la vez, declarar la independencia. Finalmente el presidente compareció para volver a echar la culpa a Rajoy de todo lo que acontece en Cataluña en una intervención lacrimógena que no despejó ninguna duda.

Puigdemont, antes de su comparecencia de ayer en el Parlament INÉS BAUCELLS

Puede que los independentistas declaren la independencia en las próximas horas. Pero no dejará de ser como trazar una raya en el agua porque la aplicación del artículo 155 es ya inevitable. Tras lo visto ayer en el Parlament, al Senado no le queda otra alternativa que tomar el control de los mossos y suspender al Gobierno de Puigdemont.

Nadie tiene una bola de cristal para adivinar el futuro, pero lo que ha quedado claro en los últimos días es la falta de liderazgo del presidente de la Generalitat, que ha demostrado una indecisión patética y un miedo cerval al sonar la hora de la verdad.

«Ayer Puigdemont parecía un hechicero que baila una danza ritual para llamar a la lluvia. Pero no va a llover porque no hay ni una sola nube en el cielo»

Ayer todos pudimos constatar que, tras cinco años de chantaje al Estado y movilizaciones masivas, los independentistas no saben qué hacer ni cuál es el camino a seguir. Actúan como el jugador que no se atreve a tirar el penalti decisivo que el árbitro ha decretado en el último minuto.

Puigdemont no sólo ha fracasado sino que además se enfrenta a una casi segura acusación de sedición. Pero lo peor es que ha hecho un ridículo espantoso, demostrando que ni tiene experiencia política ni coraje para hacer frente a sus responsabilidades.

Citando a otro Marx, no Groucho sino Carlos, la historia siempre se repite en clave de farsa. Por tercera vez en un siglo, el independentismo se arruga y pierde su batalla frente al Estado. Ya sucedió con la Asamblea de Parlamentarios en 1917, volvió a pasar cuando Companys proclamó el Estado catalán dentro de la República Española en octubre de 1934 y ahora el fiasco está a punto de repetirse de nuevo.

La portavoz de la CUP, Anna Gabriel, durante su intervención en el Parlament AFP

Alguien podría pensar que hay una fatalidad que condena al nacionalismo catalán a comer los mismos errores, pero eso sería sublimar la estulticia con la que han actuado los Mas, Junqueras, Puigdemont, Forcadell y compañía, que no fueron capaces de prever la salida masiva de empresas, la falta de apoyo de la UE y la reacción del Gobierno de Madrid.

Ayer Puigdemont parecía un hechicero que baila una danza ritual para llamar a la lluvia. Pero no va a llover porque no hay ni una sola nube en el cielo. El independentismo depende de un milagro que no se va a producir porque muy pocos en Cataluña están dispuestos a arriesgar su nivel de vida y su elevado bienestar por unos líderes cuya incoherencia supera todas las expectativas.

Talleyrand afirmaba que un error es peor que un crimen. Puigdemont se ha cansado de cometer errores y al final no se ha atrevido a materializar el crimen porque es un dirigente sin grandeza épica ni valor. Su ambigüedad roza la indignidad y supone un bofetón para quienes habían confiado en él.

Decía Groucho Marx que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Puigdemont ha seguido fielmente su receta y, por eso, está muerto aunque él no lo sepa todavía porque, como subrayaba el maestro Maquiavelo, lo esencial en la política es saber elegir el momento.

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