Ciudadanos y la falsa euforia

Ser el Macron barcelonés es una opción, pero vivir en una falsa euforia sin calibrar bien la textura de la cachaza de Rajoy ni el efecto pendular de nuestra política le hará calcular mal sus alternativas

El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera EFE
Manuel Marín

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Solo Albert Rivera conoce la razón de por qué Ciudadanos ha vetado que el Partido Popular en Cataluña disponga de un grupo parlamentario propio, lo que a la vez otorga a los grupos independentistas el control de todas las comisiones del Parlament. Sin duda, debe haber una motivación táctica consistente en aprovechar al máximo, y sin ningún tipo de prevención ni escrúpulos, los errores cometidos por el PP y la debilidad de su candidatura. Xavier García Albiol sería infinitamente más aceptado entre el electorado conservador de Andalucía o de Castilla-La Mancha de lo que lo ha sido en Cataluña, pese a su pasado como marca y referente en Badalona. Pero lo cortés no quita lo valiente, y Rivera ha decidido no hacer prisioneros.

Ciudadanos y el PP tienen una alianza de facto que permite a Mariano Rajoy seguir gobernando. Pero los dos partidos se aborrecen mutuamente ofreciendo una engañosa imagen de fervor constitucionalista común por la responsabilidad institucional y las cuestiones de Estado, cuando realmente subyace un proverbial odio político rayano en el desprecio sistemático. La paradoja es que se necesitan frente a una izquierda en estado de catalepsia.

Ciudadanos es el partido de los mil discursos, el de la ambivalencia deliberada y el del oportunismo flagrante. Lo propio de las bisagras de toda la vida... y es legítimo. Allá donde convenga ayudar al sostenimiento del PSOE, Ciudadanos reivindica su origen socialdemócrata, y allá donde el PP requiera de su apoyo para impedir gobiernos podemitas Rivera se muestra conservador a conveniencia. Su estudio de la sociología electoral, de la mercadotecnia como arte, y de la imagen como valor superior a la eficacia en la gestión enlaza con la ausencia de principios definidos porque todo en Ciudadanos es voluble, compatible, adaptable, reversible… El PP en Cataluña pudo lograr mejores resultados, y si no lo hizo fue por una campaña pésima. De eso no procede culpar a Rivera.

Sin embargo, Rivera deberá aprender de algunos errores porque privar al PP de grupo propio terminará por convertirlo más en víctima de Ciudadanos que del separatismo. Pablo Iglesias creyó fulminar los 140 años de historia del PSOE en unos meses, e infravaloró al contrario con una simple sobredimensión de su ego, creyéndose inmune a los errores y fracasos. La política no es solo una sucesión de golpes efectistas para generar empatía y construir liderazgos. En Andalucía o la Comunidad Valenciana Ciudadanos adquiere vida propia al margen de Rivera, y en Galicia, Castilla-La Mancha o el País Vasco casi no existe. Ser el Macron barcelonés es una opción, pero vivir en una falsa euforia sin calibrar bien la textura de la cachaza de Rajoy ni el efecto pendular de nuestra política le hará calcular mal sus alternativas. Como ahora.

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