Cataluña, a ciegas

No conviene anticipar condenas preventivas, pero las inhabilitaciones de Artur Mas y Francesc Homs son antecedentes lo suficientemente elocuentes como para sostener que, antes o después, ni Junqueras ni Puigdemont podrán acceder a cargo público alguno

Manuel Marín

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En apenas dos semanas ya hemos imaginado a Carles Puigdemont investido presidente desde el «exilio» jurando su cargo desde la mansión de un millonario belga, o desde el maletero de un coche. Inés Arrimadas también ha sido declarada presidenta virtual por mor de una operación de álgebra parlamentaria casi irresoluble, basándose en la exclusión de diputados huidos y presos; incluso, se ha proclamado ilusoriamente a un Oriol Junqueras convertido a la fe de la democracia y el constitucionalismo como si nada hubiese ocurrido, o como si el Código Penal fuese papel mojado. Especulaciones y más especulaciones basados en análisis vacíos de certezas que oscilan entre la inseguridad política, el alcance real de los rencores del pasado, las expectativas judiciales de los golpistas, los celos del PP a Ciudadanos, la desaparición forzosa de Miquel Iceta… y la repetición de elecciones en mayo.

El jeroglífico de la Mesa

Cataluña camina a ciegas, y no está en mejor posición que antes de las elecciones. La constitución de la Mesa del Parlament es un jeroglífico aún irresoluble, y la investidura, una entelequia. Si llegara a existir un candidato pactado por el independentismo, algo hoy altamente improbable, ¿cómo podrían serlo Junqueras o Puigdemont, en la antesala de una condena y una inhabilitación a meses vista, con la cárcel como opción factible y la fuga como grotesca solución? No resulta imaginable que un payaso acusado de delitos contra la infancia acudiera cada domingo a sus funciones circenses tras pasar el resto de la semana en la cárcel. Tampoco lo sería que un sacerdote o un futbolista en prisión provisional solicitasen permiso a Instituciones Penitenciarias para celebrar misas, o jugar partidos, cada fin de semana por más que ese sea su trabajo.

Inhabilitación asegurada

Es ilusorio pensar que Junqueras y Puigdemont lleguen a ser investidos para tener que gobernar entre barrotes y reproducir una profunda crisis cuando se haya celebrado juicio contra ellos a lo largo de 2018. No conviene anticipar condenas preventivas, pero las inhabilitaciones de Artur Mas y Francesc Homs son antecedentes lo suficientemente elocuentes como para sostener que, antes o después, ni Junqueras ni Puigdemont podrán acceder a cargo público alguno.

Por eso, los dimes y diretes que rodean a la prisión provisional o a la huida de cada cual serán flor de un día, o de unas semanas, porque lo relevante para el futuro de Cataluña no será tanto el hipotético «arrepentimiento» de Junqueras o Puigdemont por los errores cometidos -en busca de una lógica exculpación penal como estrategia jurídica-, sino si Cataluña conseguirá o no pasar página con un candidato independentista «light», y aún hoy «tapado», mientras Arrimadas se limita a esperar carambolas inéditas de investiduras imposibles.

Bloqueo en bucle

Cataluña avanza a oscuras hacia unas nuevas elecciones porque la percepción de un bloqueo en bucle es evidente. Nadie sabe si los exconsejeros fugados se plantean renunciar a su acta para poder blindar con los siguientes nombres de la lista la mayoría separatista. Nadie cree en un «arrepentimiento» real de Junqueras, ni sabe si llegado el remoto caso de que fuese elegido presidente de una Generalitat conversa y henchida de «españolismo», le sería factible eludir una condena penal. La rebelión y la sedición no son delitos menores, ni el Supremo es una ONG. Nadie sabe tampoco si Arrimadas será apoyada por los Comunes para que Ciudadanos logre al menos presidir el Parlament, ni qué opciones objetivas tendría de gobernar una Generalitat mermada si el secesionismo estalla incapaz de encontrar una «solución Urkullu».

«Blanquear» a los delincuentes

Está en marcha una operación de blanqueamiento de la conducta de los delincuentes basada en hipotéticos intereses de Estado favorables y convenientes para el Gobierno de Mariano Rajoy. Sin embargo, nadie consigue explicar con un mínimo de coherencia argumental qué ventajas tendría esa «nueva» Cataluña en manos de los mismos dirigentes sectarios y manipuladores que la convirtieron en una falsa república independiente. ¿Cómo convencer a su parroquia separatista de que el objetivo de un Cataluña libre de España ya no es posible… y hacerlo además con un discurso congruente y creíble basado inexorablemente en la pertenencia a España? El gran disparate patrio es seguir observando a Cataluña caminar a ciegas.

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