Celebración de una manifestación independentista en la Diada. Los separatistas han manipulado la historia y presentan la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión española de 1714, entre los partidarios de Felipe V y los del Archiduque Carlos de Austria, como la opresión de la nación catalana
Celebración de una manifestación independentista en la Diada. Los separatistas han manipulado la historia y presentan la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión española de 1714, entre los partidarios de Felipe V y los del Archiduque Carlos de Austria, como la opresión de la nación catalana - AFP

«A Cataluña le ha ido bien en España»

Un libro escrito por cuatro profesores universitarios analiza las causas del independentismo y desmonta sus mitos

Madrid Actualizado: Guardar
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A Cataluña le ha ido muy bien en España. Los beneficios de esa integración política y social están fuera de toda sospecha, pese a los esfuerzos historiográficos del independentismo. Sin embargo, un porcentaje elevado de la población catalana está descontento, hasta el punto de que entiende la separación del resto de España como una oportunidad. ¿Por qué? Cuatro profesores han tratado de responder a esta pregunta huyendo del debate emocional tan del gusto del nacionalismo.

En «Cataluña en España. Historia y mito» (Gadir), Gabriel Tortella, José Luis García Ruiz, Clara Eugenia Núñez y Gloria Quiroga han estudiado los hechos de esta historia en común para desmontar esa interpretación mítica de una Cataluña «unánime y de una sola pieza que es protagonista de una historia en blanco y negro, de buenos y malos, de víctimas y verdugos».

Un relato «falso» difundido por tierra, mar y aire para construir una verdad ad hoc y repetirla una y mil veces. La obcecación separatista es tal que ha llegado a incurrir en «extraños fenómenos historiográficos», como cambiar la numeración de los Reyes de Aragón en favor de los que habrían tenido si solo hubieran sido Condes de Barcelona.

En la obra, que cuenta con 538 páginas de lectura fluida, los autores no evitan ningún debate y señalan las causas y los responsables con adjetivos, nombres y apellidos. Pero, ojo, no todo es culpa del independentismo. En el lado no nacionalista los profesores detectan esencialmente dos problemas. Uno afecta al conjunto de España: el fracaso sistemático y continuado del sistema educativo desde el siglo XIX; el otro, al conjunto de los españoles: el «injustificable desconocimiento» que hay en el resto del país (salvo en algunas élites culturales muy minoritarias) de la historia y la cultura catalanas.

A continuación se rescatan distintos hechos históricos que anulan el discurso independentista, así como algunos de los mitos que desde la historiografía catalanista se tratan de imponer:

Hechos históricos

Cataluña es solo uno más de la gran variedad de reinos y señoríos que acabaron conformando España. El caso catalán no es único, ni mucho menos. Este proceso tuvo mucho en común con la formación de otros grandes reinos europeos, como Francia y Gran Bretaña.

Cataluña es España desde 1479. En 1515 Maquiavelo llamó repetidamente a Fernando el Católico re i Spagna, «Rey de España». No lo llama Rey de Castilla o de Aragón, sino Rey de España, como a sus tropas y súbditos los llama «los españoles».

Antes que Cataluña se llamó Marca Hispánica, es decir, «frontera española», perteneciente al Imperio Carolingio.

Su periodo de grandeza medieval tuvo lugar cuando era parte de la Corona de Aragón. Aproximadamente desde el reinado de Jaime I hasta el de Pedro IV, es decir, desde mediados del siglo XIII hasta mediados-finales del siglo XIV. En esa época de expansión llegó a reconquistar Valencia y Mallorca y a fundar el imperio mediterráneo, y eso le permitió, durante unas décadas, contar con colonias en el imperio bizantino, los ducados de Atenas y Neopatria.

Creció económicamente dentro de España. A partir de la tercera década del siglo XVIII Cataluña emprendió una senda de crecimiento que, con sus inevitables altibajos e interrupciones, ha durado hasta nuestros días. Para Cataluña fueron vitales la profunda renovación que siguió a la Guerra de Sucesión, cuando los decretos de Nueva Planta eliminaron los fueros y privilegios medievales que aún subsistían y establecieron un sistema fiscal moderno y equitativo, un mejor acceso al mercado peninsular y americano y la decidida protección de la industria algodonera por parte de la Corona española. En consecuencia, Cataluña se convirtió en «la fábrica de España», la adelantada de la economía española, situación que perduró hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando la inevitable convergencia del resto de España la situó en un lugar destacado pero no ya singular en el conjunto nacional.

Nunca ha sido una nación, como tampoco lo ha sido Castilla, ni ninguna de las regiones que componen España. No ha empezado a hablarse de la nación catalana en el sentido moderno hasta muy a finales del siglo XIX y, más precisamente, hasta principios del XX.

El manifiesto fundacional del catalanismo es «La nacionalitat catalana», de Enric Prat de la Riba. Para los autores se trata de «un arrebato de inspiración» que «decide borrar cuatro siglos de historia y convertir España en una no-nación, en un Estado basándose en una introducción históricamente nebulosa y en una definición esencialista de la nación».

Grandes mentiras

«Cataluña en España» es un libro escrito sobre el análisis histórico y desde un espíritu crítico. Por eso los autores reprochan la «pasividad irresponsable» de los gobiernos de la democracia española, que «han tolerado las continuas violaciones de la legalidad vigente perpetradas por los nacionalistas catalanes, repetidamente denunciadas por los catalanes no nacionalistas y condenadas infructuosamente por los tribunales».

En su opinión, esa actitud «de simpatía» hacia los nacionalistas periféricos se reflejó en la legislación y en la Constitución. Asimismo, consideran que desde la llegada de Jordi Pujol el Gobierno catalán «ha llevado a cabo una labor de adoctrinamiento de la población y de represión y hostigamiento de los no nacionalistas, que no podía sino surtir sus efectos». Una versión «deformada y victimista» de la historia, repleta de falsedades, como las siguientes, que a continuación son desmontadas con los argumentos de los historiadores.

En 1714 se aplastó a una nación catalana que luchaba por su independencia. Esta idea no concuerda con el hecho de que aquella resistencia heroica no volviera apenas a ser recordada, salvo en muy contadas ocasiones, hasta finales del siglo XIX.

Se sometió a Cataluña a un expolio sistemático y de larga duración. El concepto del expolio casa muy mal con el impresionante despegue económico del Principado desde que fue sometido a esa supuesta «opresión».

El catalán ha sido una lengua sistemáticamente perseguida en España. Su renacimiento desde mediados del siglo XIX y su desaparición en Francia desmienten esta teoría.

Los catalanes apenas han tenido acceso a las palancas de poder en España. A Cataluña le ha ido muy bien cuando ha tenido un papel relevante en el Gobierno de España, como sucedió en muchos momentos durante el siglo XIX y el XX. Algunos de los ejemplos más señalados son Prim, Figuerola o Cambó. Eso sí, a personalidades de esa talla la historiografía nacionalista no les tiene ninguna simpatía.

La miseria de los campesinos fue un freno al desarrollo a la industria catalana. Más bien al contrario. Por ejemplo, durante la dictadura de Franco Cataluña se convirtió en la principal región receptora de inmigrantes, principalmente de Andalucía, Murcia y Extremadura. «Fue entonces -recuerdan los autores- cuando surgió el término “charnego” para referirse con desprecio a los matrimonios mixtos».

El franquismo persiguió con especial saña a Cataluña. Al finalizar la Guerra Civil la ley se cumplió sin excepciones en Cataluña, «donde se practicaron procesos de depuración propios de un régimen totalitario». Sin embargo, precisan los autores, «no mejor suerte corrieron otras regiones españolas, y particularmente Madrid».

El franquismo prohibió siempre el uso del catalán. A partir de 1939 la represión alcanzó de lleno a la cultura catalana y el uso público del catalán quedó prohibido. Sin embargo, a partir de 1951 «se normalizó la situación» y hubo una «verdadera explosión editorial» en catalán: 96 libros en 1954 y 183 en 1960, siempre, como en el resto de España, sometidos a la censura previa. Eso sí, el catalán siempre quedó fuera de las instituciones. Finalmente, los profesores Tortella, García Ruiz, Núñez y Quiroga advierten de la existencia en Cataluña de «una vaga frustración, y unos celos violentos por no ser el centro de España y porque el idioma catalán tenga un relieve insignificante comparado con el castellano».

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