Los periodistas secuestrados, a su llegada a Torrejón: Ángel Sastre (d), José Manuel López (c) y Antonio Pampliega (i.)
Los periodistas secuestrados, a su llegada a Torrejón: Ángel Sastre (d), José Manuel López (c) y Antonio Pampliega (i.) - EFE
Periodistas españoles liberados

Bienvenidos a la libertad

Ángel, como Antonio y José Manuel ha vuelto. Están libres y cuando puedan, cuando quieran, lo contarán todo

BUENOS AIRES Actualizado: Guardar
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Bienvenido a la libertad. Ángel Sastre ha vuelto con los suyos, que son los nuestros, que somos todos. «Angelito», como le llamamos en broma en Argentina, bajó del avión despacio, como si la prisa, su sombra permanente en el trabajo, ya no fuera con él.

Ángel se metió bajo el paraguas de Soraya Sáenz de Santamaría brevemente y de ahí fue en busca de otra mujer con otro paraguas. Miró de frente y a los lados. Era el mismo, sin cambios en el rostro ni derroche de gestos. Quizás, miraba lo que tenía cerca como si estuviera lejos. De otra manera, no como antes. O, quizás también, sea cosa mía que de la alegría ya no se si veo bien o veo otra cosa.

Diez meses metido en habitaciones y de un lado a otro en Siria es mucho tiempo. Oír y sentir cómo caía una bomba tras otra en Alepo y no puedes siquiera correr a ocultarte, porque eres tú el que está escondido a la fuerza y por la fuerza de otros, debe ser cualquier cosa menos fácil de superar. Tomar conciencia de que tu condición humana dejó de serlo y tu nombre ahora tiene nombre de «botín» o «rescate» no te puede dejar igual.

Dicen que les trataron bien. Puede ser verdad o parte de la negociación. Lo cierto es que Ángel, Antonio Pampliega y José Manuel López, estaban atrapados. Sin salida. La pérdida de libertad en cualquier escenario es una tortura pero en ese más. Hay modos y modos de maltrato. A Pampliega se lo llevaron a los tres meses de confinamiento, le separaron del grupo y no se volvieron a ver hasta el momento de la entrega. El suplicio psicológico debió ser infinito.

El CNI (Centro Nacional de Inteligencia español) parece que, salvo un breve paréntesis, supo siempre dónde estaban los tres. Cuando se produjo el secuestro, el 10 de julio del 2015, se alzaron voces con pocos escrúpulos. Algunas, de colegas que jamás pisaron un charco en guerra, vieron un muerto con la barriga inflada por la descomposición o sintieron el temblor de la tierra rajarse bajo sus pies. Todo lo que Ángel vivió y contó para quien le pagara. Fuera éste un periódico o una cadena de televisión. Tanto si tenía un contrato de colaboración permanente o cobraba –y a veces costaba mucho- por pieza.

En aquel momento, los compañeros de Ángel en Buenos Aires recibimos el mensaje de guardar silencio. No escribir, no hablar, no ir a medios de comunicación para denunciar el secuestro. Robert Mur, corresponsal de La Vanguardia y gran amigo de Ángel, fue nuestro intermediario con la familia. Cumplimos las instrucciones porque sabíamos que no hacerlo podía perjudicar las negociaciones. Pero no dejamos de preguntar. El Gobierno de España, por fortuna, tuvo la sensibilidad justa y a los profesionales adecuados para eso, negociar pese a las firmas airadas en la prensa que ponían en duda la decisión.

Ángel, como Antonio y José Manuel, han vuelto. Están libres y cuando puedan, cuando quieran, lo contarán todo. Como hicieron siempre. Bienvenidos.

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