Fernando Rodríguez Lafuente - Cultura

El fin de la anomalía

La cultura es la verdadera Marca España. #La sociedad ha impulsado ese formidable crecimiento, ha demolido rencillas aldeanas y ha entendido que la consigna es «sumar y no restar»

Fernando Rodríguez Lafuente
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Fue Emilio Lamo de Espinosa quien hacia finales del pasado siglo, definió como «el fin de la anomalía» el proceso de normalización que la sociedad española había llevado a cabo desde la muerte del dictador Franco hasta el presente. Son los años en que se rompe esa visión exótica (que tanto había alimentado la propaganda franquista, con el «España es diferente») surgida del romanticismo francés en el siglo XIX. Ese cúmulo de escritos, en los que se consideraba, por ejemplo, a la literatura española, incluido el Quijote, un rango inferior a la francesa o la italiana y en el que se podían leer perlas como «un español es un hombre de Oriente, es un turco católico» (Alfred de Vigny, 1828).

Cuando se trata de contemplar cuatro décadas en la cultura, bien vale recordar la vieja sentencia china: «Cuando el dedo señala a la una, el imbécil mira el dedo».

No conviene perder la perspectiva. Así que miremos a la luna. Desde 1975 el vuelco en la cultura mediante la consolidación de unas sólidas industrias culturales (editorial, audiovisual y musical) con notable proyección internacional, además de una cuantiosa red de bibliotecas, museos, archivos e infraestructuras dedicadas a la divulgación y conservación del riquísimo (y a menudo desconocido) patrimonio, ha sido múltiple, diverso y eficaz.

En estos años el cine español ha recibido sus primeros Oscar de Hollywood; su literatura ha sido reconocida con tres Nobel; se han convocado relevantes Premios (en sus diversas áreas, con especial énfasis en los Princesa de Asturias, Cervantes y Velázquez); las editoriales han alcanzado cifras tremendamente significativas en el conjunto de la Unión##Europea; las revistas han mostrado al lector español una gama plural, abierta y crítica al presentar el mapa del pensamiento contemporáneo y la creación estética; las exposiciones (tanto las de entidades públicas como privadas) han conocido cientos de miles de visitantes, tanto españoles como extranjeros con una notable calidad; las ferias artísticas han sido objeto de especial atención internacional, junto con el acelerado prestigio de las galerías privadas; la música popular ha logrado entrar en las más prestigiosas salas y estadios; las representaciones teatrales, contra viento y marea, han conectado con las generaciones más jóvenes. Sí, a pesar de la reciente y violenta crisis económica; a pesar de un rancio populismo sensacionalista que entiende la cultura como un mero espectáculo de barraca de feria audiovisual (algo denunciado ya por Mario Vargas Llosa); a pesar de la rampante piratería que sufren los creadores, el tejido cultural -es decir, el esfuerzo de quienes a ello se dedican- ha resistido. Esta ha sido, en los últimos años, una «ética de la resistencia». La cultura es crítica o no será.

Las industrias culturales representan hoy el 4,5 por ciento del PIB; trabajan más de medio millón de personas y superan la cifra de cien mil las empresas dedicadas a cultivar («cultura» viene de cultivo) a una nación cada vez más consciente de poseer la segunda lengua internacional, con lo que eso significa en un mundo globalizado. Nada menos. Que nadie se equivoque, la cultura es la verdadera Marca España. Y todo esto se ha alcanzado porque, salvo minucias sin menor relevancia, durante cuatro décadas la sociedad -siempre por delante de sus Gobiernos- ha impulsado ese formidable crecimiento; ha exigido una gestión más profesionalizada, ha demolido patéticas rencillas aldeanas y ha entendido que en materia de cultura la consigna es «sumar y no restar».

Ahora, igual que la economía española en este período se internacionalizó, esta es la asignatura pendiente. Internacionalización que requiere no olvidar que la fuerza y el ímpetu de sus creaciones tiene un inefable destino americano, una proyección atlántica que permite a la cultura en español romper las barreras y abrirse paso en audiencias, ámbitos y mercados decisivos. Por ejemplo, Estados Unidos y Extremo Oriente, espacios hace ahora cuarenta años, no sólo inimaginables, sino casi galácticos. Y queda un capítulo por conquistar: el universo digital. Es la gran prueba de las próximas décadas. Ojalá se acierte como hasta hoy.

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