Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía
Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía - ABC
Aniversario de las elecciones autonómicas

Andalucía en vía muerta y su presidenta con el billete del AVE rumbo a Madrid

La Junta se ha convertido en un mero instrumento al servicio de la agenda personal de la presidenta, que no cierra la puerta al asalto del PSOE federal

Sevilla Actualizado: Guardar
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Exultante, rodeada de los dirigentes que la habían acompañado durante toda la campaña aunque con el paso ligeramente adelantado para que se sepa quién manda, Susana Díaz bajaba la rampa del Palacio de Congresos de Sevilla que le conducía hacia la sala donde la aguardaban decenas de cámaras y periodistas. Abajo, su público, la gente, un zumbido de voces que la aclamaban como «presidenta». Acababa de ganar las elecciones andaluzas con 47 diputados, los mismos que había heredado de José Antonio Griñán. Ya nadie podría discutirle la legitimidad de la Presidencia de la Junta de Andalucía. Había barrido al PP, que en 2012 perdió su oportunidad histórica de acabar con treinta años de monopolio del PSOE al obtener una mayoría insuficiente, y había sacado 32 escaños de ventaja a Podemos, que le acechaba en las encuestas.

Andalucía volvía a ser socialista sí o sí. Era un triunfo suyo y tal vez la catapulta que necesitaba para dar el salto definitivo al PSOE federal.

Un año después de la noche electoral, los andaluces se han acostumbrado a vivir bajo una falla permanente de inestabilidad que gravita en torno al futuro de Susana Díaz y a la batalla que libra con sus aspiraciones personales. El gobierno de una comunidad similar en tamaño a Portugal, con un paro estructural que precede a la crisis, constituye un mero instrumento al servicio de ese tremendo dilema en que se debate su presidenta. Hace dos años la vieja guardia del PSOE puso en marcha la denominada Operación Sultana, que se vio truncada porque rehusó medirse a campo abierto en unas primarias con otros candidatos. Desde entonces, los susanólogos —expertos en interpretar cada gesto y palabra de la presidenta— intentan descifrar si se sube o se baja del tren con destino a La Moncloa. Seis momentos o estaciones resumen estos doce meses de incertidumbre:

Adelanto electoral

La ruptura del gobierno de coalición con IU cuando no llevaban ni tres años de vida y el adelanto electoral le salieron bien a la secretaria general del PSOE andaluz. Lo justificó por que su socio había puesto fecha de caducidad al pacto al amenazar con someterlo a un referéndum entre sus militantes por el incumplimiento de cuatro leyes recogidas en el programa común de gobierno. «Imaginen que en una pareja de novios o recién casados, uno le dice al otro: “dentro de seis meses vamos a analizar nuestro posible divorcio”. ¿Cómo se quedaría el otro?», argumentó.

En el «laboratorio» andaluz, el PSOE y, por ende, el bipartidismo resistió el empuje de Podemos, que había dado la sorpresa en las elecciones europeas y perseguía el sorpasso, es decir, arrebatar al PSOE el liderazgo de la izquierda. También pesó la falta de una estructura regional de la formación morada.

El acuerdo con Ciudadanos

Las elecciones autonómicas dieron paso a un largo periodo de interinidad institucional. Los tres noes que tuvo que escuchar en el Parlamento andaluz antes de ser investida presidenta, una marca inédita en un territorio donde el PSOE había encadenado sólidas mayorías sin sobresaltos, hicieron mella en la popularidad de Díaz y pusieron en entredicho su capacidad para tejer alianzas. En medio se cruzaron las elecciones municipales y el tacticismo de todos los partidos. Ochenta días tardó la candidata en ser elegida presidenta con los votos prestados del partido de Albert Rivera. A cambio, tuvo que hacer rodar las cabezas de dos referentes simbólicos del PSOE, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, acusados de prevaricar en el caso ERE.

Consumadas ambas dimisiones, el grupo de Ciudadanos resultó ser un «novio» más dócil que IU sin necesidad de compartir parcelas de poder. Apoyó inicialmente (luego rectificó) el veto impuesto por el PSOE en la Mesa de la Cámara autonómica a dos proposiciones de ley de la oposición: una del PP para suprimir el impuesto de sucesiones y otra de Podemos para crear una norma de cuentas abiertas en la Administración. Luego, aprobó los presupuestos de la Junta para 2016 sin leérselos y antes de llegar al Parlamento. Las cuentas recogían una reducción del tramo autonómico del IRPF pero excluía la rebaja del impuesto sobre las herencias, una reivindicación de la formación naranja. Con todo, el secretario de Organización del PSOE-A, Juan Cornejo, destaca el «alto grado de cumplimiento» del documento.

Falta de gestión

La noche del 22 de marzo de 2015, Susana Díaz apenas dedicó cinco minutos a verbalizar su victoria. La candidata socialista fue concisa pero extremadamente optimista: «Quiero que este tiempo que se abre sean los mejores años en Andalucía».

Ha pasado un año desde que el PSOE recuperó la hegemonía en esta Comunidad. Doce meses no es mucho tiempo, pero lo suficiente para analizar con perspectiva si se está cumpliendo su vaticinio. Desde que los andaluces eligieron a sus diputados, Andalucía ha reducido en 197.400 el número de parados y tiene una tasa del 29,8%, según la EPA, que sigue superando en nueve puntos la media nacional. La situación admite pocas dilaciones, pero la Junta tardó cinco meses en nombrar al director de Empleo, el epicentro de las irregularidades de los ERE y de los cursos. Puso en el cargo a Rafael Moreno, regidor de Huévar del Aljarafe (Sevilla), condenado tres veces por injurias a un funcionario, por agresión a un árbitro y por incumplir la ley electoral.

El abandono escolar, otra de las lacras de la comunidad, afecta al 24,9% de la población de 18 a 24 años, y las exportaciones de la región han caído un 5,8% frente al alza del 4,3% que ha registrado el país. Se mire como se mire, la estadística invita a pensar que los mejores años aún están por venir.

Tres leyes en un año

Se acabaron los tiempos en que el PSOE podría aprobar sus leyes sin pestañear. La atomización del Parlamento andaluz (donde antes había tres grupos ahora son cinco) ha convertido en un quebradero de cabeza cualquier decisión que se adopte fuera del Consejo de Gobierno andaluz. En un año han visto la luz sólo tres leyes. El Gobierno regional suple la falta de nuevas leyes con planes anunciados con solemnidad que duran lo que una traca en una feria, como la Ley de Participación Ciudadana o un decreto para agilizar pagos a proveedores. Todo ello, sin dejar atrás la oposición pura y dura que practica contra Rajoy, ya sea planteando pleitos en el Constitucional contra la reforma de la ley de financiación autonómica o actuando de palanca contra sus recetas económicas.

La huella de la corrupción

Para presentarse como una solución renovadora, la presidenta marcó distancias con los escándalos de corrupción que cercaban a sus antecesores. La operación, enmarcada en el eslogan político del «tiempo nuevo», caló en el electorado. Tiene su mérito porque Díaz ha crecido en una sede del PSOE. Con 16 años entró en Juventudes Socialistas. Fue secretaria de Organización del partido y mano derecha de dos de los principales actores en la trama de los ERE, José Antonio Viera, líder del partido en Sevilla, y de José Antonio Griñán, en la ejecutiva regional entre 2010 y 2012.

Pero con el paso de los meses, el cordón sanitario establecido con la dimisión de los expresidentes se ha venido abajo con su doble paseíllo ante el Supremo y el juzgado que asumió la causa tras perder el aforamiento. Por si fuera poco, la onda expansiva del fraude de los cursos, que investiga el Parlamento en paralelo con una decena de jueces, ha alcanzado a Susana Díaz. Será la tercera presidenta de la Junta en comparecer en una comisión de investigación. En 2012, tuvieron que desfilar Griñán y Chaves por la comisión de los ERE, que se cerró en falso.

El congreso federal

Andalucía continúa en el punto de partida de hace un año: atrapada en el bloqueo impuesto por el calendario personal de su «lideresa» y la tensión no resuelta que mantiene con la dirección de su partido. ¿Seguirá pensando Díaz que «el único tren» que va a coger «es el tren de Andalucía», como proclamó cuando se disponía a pedir el voto, o el acercamiento de Pedro Sánchez a Pablo Iglesias para convertirse en presidente del Gobierno le hará cambiar de opinión? Lejos de cortar las especulaciones, en el entorno de la presidenta las alimentan. No es gratuito que en su balance del aniversario electoral el portavoz del PSOE en la Cámara, Mario Jiménez, presentara a la Comunidad como un modelo de «estabilidad política» frente al marasmo institucional que sufre el país. Tampoco que el número dos del PSOE-A, Juan Cornejo, haya destacado «la capacidad y liderazgo» de Díaz en una hipotética disputa de la Secretaría General a Sánchez en un congreso.

Los andaluces se han acostumbrado a que le cambiaran de presidente sin preguntarles. En 2009 dimitió Chaves para formar parte del Gobierno de Zapatero. En 2013 se marchó Griñán, «erosionado» por los ERE. Díaz podría seguir la misma senda empujada por el tacticismo político o las cuentas electorales del PSOE. De momento, no abandona el andén.

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