La amenaza de la CUP a Puigdemont: un mes para aprobar la independencia en Cataluña

Miles de soberanistas enmudecieron en el paseo Lluís Companys al ver recular a Puigdemont en el Parlament

Anna Gabriel, ayer, en el Parlament EFE
Javier Chicote

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Tanto la CUP como las miles de personas que se congregaron ayer en el paseo de Lluís Companys para presenciar el nacimiento de una nueva República se llevaron una enorme decepción. Los diputados antisistema, sustento del Gobierno de Carles Puigdemont, habían exigido la proclamación de la independencia. Una hora antes de la intervención del presidente de la Generalitat , fueron informados de la fórmula elegida. En el turno de réplica, su portavoz, Anna Gabriel, se mostró disgustada: «Pensamos que lo que iba a suceder era la proclamación solemne de la República catalana. Creíamos que hoy era lo que tocaba hacer y tal vez hemos perdido una ocasión». La líder antisistema sostuvo que «el único medio de negociación con el Estado español es la república catalana». Después, el portavoz del Secretariado Nacional de la CUP, Quim Arrufat dijo que «ha quedado tocada nuestra confianza en el Govern » y dio a Puigdemont «un mes» de plazo para aprobar la DUI. Mientras tanto, se plantean abandonar la actividad parlamentaria.

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Arran, las juventudes ligadas a la CUP, fueron más allá en su cuenta de Twitter y llamaron traidor al presidente catalán: «Estamos asistiendo a una traición inadmisible. Hoy @KRLS (Carles Puigdemont) frena el mandato popular claro y rotundo del referéndum». Mientras, los partidarios de la independencia que seguían la sesión en las pantallas colocadas en el exterior se quedaron noqueados.

Desde antes de las seis de la tarde coreaban cánticos independentistas, muy animados, porque estaban seguros de asistir a un hecho histórico para su pueblo. Cantaban «Independencia» y «Ni un paso atrás»; lanzaban grandes vítores cada vez que aparecían en las pantallas gigantes Puigdemont o Carme Forcadell , en los momentos previos a la sesión, y estruendosos pitos para Xavier García-Albiol y, sobre todo, Inés Arrimadas.

La multitud se fue excitando como cuando tu equipo camina firme hacia la portería contraria. Pasadas las 19:30, se prendió el alumbrado del paseo como una señal divina, mientras el discurso de su líder iba «in crescendo». Y llegó el gol, la declaración de independencia. Miles de personas estallaron de júbilo con la proclamación del president Puigdemont. Se abrazaban y se besaban entre ellos. Pero la alegría duró lo que la oleada de vítores, ocho segundos. En cuanto el jefe de la Generalitat la dejó es suspenso para «abrir un proceso de diálogo», las caras largas y de desconcierto se apoderaron de la concentración. Alguno aplaudió creyendo que seguía la fiesta de la independencia, pero dejaron de batir las manos en cuanto asimilaron lo que acaban de escuchar y vieron las miradas de sus compañeros, que les venían a decir «no tes has enterado, no aplaudas».

Plegar banderas

Su delantero acababa de fallar el gol cantado. La gente enmudeció y se escuchó algún grito tímido de «traidor» contra el president. Y acto seguido, prácticamente la mitad de los congregados empezó a doblar las «esteladas» y a desfilar cabizbajos para casa, con la clara sensación de que se había torcido el que tenía que ser un día perfecto. «¿Todo esto para que ahora acabemos así? Anda ya!» , comentaba una pareja camino del Metro, que lamentaba que sus líderes políticos «no se han atrevido a ir a por todas». «Es que esto no es buscar el diálogo, esto es darle la victoria a Rajoy», se quejaban otros a ABC. Alguno más, en voz baja, empezaban a admitir que quizás el freno de mano de la Generalitat era lo mejor.

Xevi, miembro de la ANC, visiblemente defraudado, se resignaba y analizaba lo ocurrido: «Bueno, para mí es el peor escenario, me sabe a poco, pero lo comprendo. Abre la vía eslovena », declarar la independencia y suspenderla un tiempo en busca de reconocimiento internacional. «Es lo único que podría aceptar Europa», argumentaba a este diario.

Los que se quedaron ante las puertas del Parlament parecía que quisieran seguir tomando cervezas más que escuchar a los partidos de la oposición. De hecho, ya apenas silbaban a Inés Arrimadas y a Xavier García Albiol (algunos les reprocharon que hicieran las intervenciones en castellano). Las pancartas con juegos de palabras como «Spain is pain» («España es dolor»), ilustrada con un águila franquista, ya no ondeaban.

Cuando la riada independentista salía del paseo, un paquistaní vendía esteladas junto al Arco del Triunfo al grito de «bandera, bandera», pero ya nadie se las compraba.

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