Manuel Marín - ANÁLISIS

La ambivalencia como coartada

Manuel Marín
Madrid Actualizado: Guardar
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La abstención definitiva del PSOE en la ratificación del tratado de comercio con Canadá, tras un debate interno irritantemente incongruente, será esta semana el ejemplo indiciario de que Pedro Sánchez ha adoptado la ambivalencia como coartada de su nueva gestión. El mismo valor tiene abrir la puerta a liderar una moción de censura contra Mariano Rajoy que cerrarla. El mismo valor tiene la simulación de una oferta abierta a Podemos para conformar un frente combativo contra el PP que poner la proa a Pablo Iglesias para rescatar al votante fugado del PSOE. El mismo valor tiene argumentar en un foro que Cataluña es una nación, que sostener lo contrario en otro foro a conveniencia de parte, y maquillar la contradicción con la fórmula ya vetada por el TC del «Estado plurinacional».

El mismo valor tiene afirmar que el PSOE apoyará al Gobierno frente al desafío separatista que convenir, a renglón seguido y entre sospechosos reproches del PSC, que no consentirá la aplicación del artículo 155 de la Constitución para privar temporalmente a la Generalitat de algunas funciones de gobierno. Canadá, Rajoy, Podemos, Cataluña… el PSOE ha entrado en una fase de levedad táctica sin más trazo concreto que la confusión, de modo que una cosa y su contraria sirvan al debate público con argumentos impunemente reversibles.

Sánchez no ha vencido en las primarias socialistas para ejercer un liderazgo artificial. Y es de prever que tampoco lo haya hecho para dar el control de un futuro Gobierno a Pablo Iglesias, salvo caso de estricta necesidad que le privase de La Moncloa, aun a riesgo de romper de nuevo al PSOE. Pero a partir de ahí, todo son dudas e indefinición, apuestas y percepciones… Intuiciones y adivinanzas sin mayor anclaje estratégico que el día a día alimentado con argumentos inestables. Mientras Iglesias y Rivera se veten, el PSOE tendrá coartada.

Sánchez se reúne hoy con Iglesias. Intercambiarán amistosamente libros o regalos como enviándose mensajes velados para descifrar propósitos, y se propondrán una nueva etapa de entendimiento con la idéntica motivación de provocar la caída de Rajoy. La escena está convenientemente diseñada. Comparten el enunciado de una ecuación algebraica, y comparten su resultado final, pero el desarrollo del problema les conduce por derroteros diferentes sencillamente porque uno y otro siguen sin considerarse mutuamente fiables. Mientras, el PP observa de reojo. La encerrona en el Congreso con una pasarela ilimitada de corruptos no presagia nada bueno para Rajoy, y resurge el «tole-tole» de que la legislatura nunca llegará a 2020. Un perezoso déjà vu.

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