Todo irá bien

Agonía contra la realidad

En Turull se vio ayer la deprimente incapacidad del independentismo cuando deja las pancartas y tiene que gestionar la realidad

Jordi Turull, este jueves durante su debate de investidura en el Parlament de Cataluña INÉS BAUCELLS
Salvador Sostres

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La CUP le ahorró ayer al juez Llarena tener que encarcelar hoy a un presidente de la Generalitat y demostró que el independentismo no dispone de una mayoría política . Una vez más, ni el Gobierno, ni la Justicia y lo que más generalmente llamamos «el Estado» han llegado a tiempo de desbaratar la estrategia independentista para violentar la democracia porque ellos mismos han fallado en su articulación y se han causado su propia derrota.

Si hoy el juez Llarena encarcela o inhabilita a Turull, lo que Junts per Catalunya saldrá a anunciar es que ya no presentará a ningún otro candidato «porque estamos hartos de que sea la represión española y no el pueblo catalán quien decida quién tiene que ser nuestro presidente». Será el primer impulso, el que ahora mismo tienen pensado, pero tal vez cuando reflexionen sobre las condiciones políticas, discursivas y económicas con que tendrían que afrontar la repetición electoral a finales de julio, sean capaces de recapacitar y de volver a presentar a otro candidato.

Con el reloj ya en marcha, y la CUP decidida a votar sólo a un candidato de Convergència o Esquerra que presente un programa claramente rupturista con el Estado, los dos grandes partidos del independentismo necesitan imperiosamente que tanto Carles Puigdemont como Toni Comín renuncien a sus escaños, para tener entre las dos formaciones un voto más que la suma de los partidos constitucionalistas, lo que les permitiría investir en segunda vuelta al nuevo candidato que eligieran.

A Puigdemont y a sus irreductibles este escenario de bloqueo les permite continuar existiendo, y se sienten cómodos en el caos por su situación desesperada, aunque los más inteligentes y pragmáticos empiezan a darse cuenta de que a medio y hasta a corto plazo no les lleva a ninguna parte. Este sector es el que intentará remontar el impulso inicial de querer elecciones e intentará proponer a otro candidato, que con toda probabilidad será Elsa Artadi, si Comín y Puigdemont han renunciado a sus escaños, y ya no es necesaria la CUP para lograr su investidura.

Esquerra tiene como prioridad la formación de gobierno, acabar con el artículo 155, y de un lado demostrar que puede y sabe gobernar bien, y del otro ser capaz de reinventar su relato para Cataluña como tuvo que hacer el PNV tras el descalabro del plan Ibarretxe. Es decir, una épica encendida pero vacía de desobediencia, y un pactismo discreto pero lleno de contenido. En su ambición por ocupar el carril central del catalanismo político, le falta encontrar un líder que como mínimo formalmente sustituya a Oriol Junqueras, que tiene más que asumido que su única posibilidad de no pasar tantos años en la cárcel es renunciando a toda clase de actividad política.

En Turull se vio ayer la deprimente incapacidad del independentismo cuando deja las pancartas y tiene que gestionar la realidad. Con su siniestro semblante de Lavrenti Béria –jefe de la policía secreta de Stalin–, leyó un discurso más pensado para no disgustar al juez Llarena que para regir los destinos de su tierra, y las pocas veces que nos miró a la cara, pudimos ver que en el fondo de su mirada gris no había ninguna profundidad, ni nada más que la bata del señor Pardellans, jefe de almacén de una de tantas fábricas de hilaturas selectas que tuvo que cerrar por culpa de la invasión de los sintéticos chinos. La candidatura de Turull a la presidencia de la Generalitat fue una derrota en sí misma, previa a la votación que finalmente la CUP le hizo perder; y el sórdido aire de apparatxik con que leyó su discurso tendría que ofender, sobre todo, a los que tanto dicen amar a Cataluña y a su dignidad institucional.

El independentismo agotó ayer un tramo más de su agonía. Es difícil saber cuántos tramos le quedan por quemar, pero acudirán a cada nueva escenificación con las vergüenzas un poco más al descubierto. El independentismo está roto, Junts per Catalunya y el PDECat están rotos y su primer objetivo es destrozarse entre ellos mucho más que separarse de España, y se va acercando lenta pero inexorable la hora de pagar el precio. Ni la más efectista gesticulación puede disimular el fraude y que la CUP anunciara ayer que rompe la alianza con los otros dos partidos independentistas, y que se va a la oposición para calentar la calle, puso la nota definitiva de delirio (y de degradación total). El sentimentalismo grandilocuente y empalagoso sin ninguna densidad política es a lo que va a quedar reducido el independentismo de los que siempre se creyeron los más listos de la clase cuando la realidad caiga por su propio peso y todo el mundo entienda cómo acaban los que desafían a un Estado y no saben ganar.

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