Álvaro Martínez

Cosidos al mar

El sector naval y el pesquero sobreviven a los duros tiempos de la crisis gracias a su eterna mala salud de hierro

Álvaro Martínez
FERROL/CAIÓN (LA CORUÑA) Actualizado: Guardar
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Los han hecho siempre. En Galicia llevan toda la vida pescando y construyendo barcos. Es la consecuencia de estar cosida al Atlántico y al Cantábrico y estriada por las rías, esas hondas arrugas del mar que en su seno el agua mecen y que son la seña de identidad de aquí, como la de los noruegos son los fiordos. Por lo tanto, si hay algo que se sabe a ciencia cierta sobre los gallegos es que desde su misma existencia las gentes de estas tierras del noroeste han hecho del sector naval y pesquero una principalísima razón de su existencia.

No es casual que la Santa María, la nao capitana con la que Colón descubriera el Nuevo Mundo, saliera de un astillero pontevedrés de Portosanto, en la desembocadura del Lérez, y que cinco siglos después disponga aún de una potencia notable en la construcción de embarcaciones (pequeñas, medianas y grandes), pese a esa eterna mala salud de hierro del sector, que sobrevive desde los años ochenta casi siempre agónicamente, con el agua al cuello, pero que gracias a su tradición, pericia y competencia tecnológica en esta actividad industrial sigue lanzando barcos al mar pese a la feroz competencia asiática.

En Ferrol saben bien de estas agonías, pues buena parte de su población activa ha vivido de los astilleros que pespuntean las riberas de su lustrosa ría. Además del Arsenal y del de la vecina Fene, aún se recuerdan aquellas atarazanas casi artesanales con nombres de toda la vida: Otero Gil y Compañía, Reverbero, Seoane y González, La Cabana, Jacobo Aguilar, Maestros Carpinteros de Ribera… Nombres que hoy se recuerdan en color sepia porque ahora la historia es muy diferente y cada contrato que logra Navantia -epicento de la actividad naval de la villa- se celebra allí como un victoria del Racing, que este año «ha empezado de cráneo: dos puntos de doce», apunta José Vázquez, que el domingo asistió a la segunda derrota en casa del equipo local ante otro Racing, el de Santander.

El abuelo sí, los hijos no

Vázquez entró en el astillero casi de rapaz, antes de que Navantia se llamara Izar, que antes se llamó Bazán y nunca conoció de primera mano los buenos tiempos de la empresa, «cuando manaba el dinero y los obreros cobraban un extra por cada electrodo soldado». Su abuelo y su padre trabajaron en aquellas gradas, pero sus hijos seguramente no lo harán. «Están a otras cosas y esto es desde hace tiempo un sinvivir…», apunta. A duras penas, Navantia y las empresas que le auxilian en la comarca van capeando el temporal. Desde mayo, cuando se consiguió el encargo de dos buques de aprovisionamiento para la Armada Real de Australia, se respira más tranquilidad en Ferrol. El contrato garantizará tres millones de horas de trabajo, unos tres mil empleos directos desde el año que viene al 2020. A la ciudad, por tanto, se le va quitando esa pinta de «Detroit gallego» que la crisis eterna iba pintado en sus calles, que temían terminar siendo tan fantasmales como las de la metrópoli estadounidense del automóvil, que hoy es más bien una necrópolis donde yace la prosperidad de antaño. El contrato australiano paliará esas angustias, pues con la entrega del flotel a la petrolera Pemex, hasta 2018 no está previsto comenzar el buque de Acción Marítima para la Armada Española, con lo que 2017 aparecía casi en blanco, mano sobre mano, sin otra carga de trabajo que la reparación de los gaseros y las estructuras para parques eólicos marinos.

El sector naval aporta el 5% al PIB de la Comunidad y sigue vivo no solo en Ferrol, sino que el 45% de los astilleros pequeños y medianos de toda España se sitúan en Galicia (en Vigo, Pontevedra o Burlea), dando empleo a siete mil personas. Eso en tierra, ¿y en el mar?

Una ballena en el escudo

En Caión se cazaban ballenas hasta el siglo XVIII. Y a manta de Dios, que el puerto de esta localidad coruñesa, una minúscula pero hermosa península que se erige valiente sobre el imponente Atlántico, llegó a ser uno de los principales puntos de captura de ballena franca de octubre a marzo. Pero eso fue hace mucho. Naturalmente, el único rastro que se conserva de esos cetáceos y aquellos aguerridos arponeros está en el escudo local, en el que una ballena aparece surcando este mar que abre la Costa da Morte, zona cero de todos los naufragios y mito del padecimiento de la profesión marinera.

Hoy es fiesta en Caión, la Cofradía de Pescadores está cerrada y en la plaza de Eduardo Vila Fano están montando el palco de la música para el baile de esta noche mientras una legión de cativos (niños) busca sitio en el tren turístico que serpentea por el pueblo hasta el puerto. «Somos treinta y casi no quedan barcos. Los más grandes los tenemos atracados en Coruña. Los del muelle de Caión son embarcaciones de una o dos personas», sostiene José Héctor Morgade, patrón mayor de la cofradía, que lleva en la mar desde los 14 años y entró en 2015 en la corporación para intentar revitalizar lo que fue santo y seña del pueblo. Hoy solo quedan cinco embarcaciones de bajura en el pósito local. Las capturas las venden en la lonja de Coruña, pues en la de allí hace tiempo que solo se subasta el percebe.

Una potencia pesquera

Caión es la cofradía más pequeña de toda Galicia y Morgade y los otros veintinueve valientes son el exponente de ese romanticismo que se niega a ver morir allí lo que es una esencia nuclear de estas tierras, una actividad que presenta, en toda la comunidad, unas cifras deslumbrantes. Galicia aglutina, en términos de empleo, el 51,4% del sector de la pesca española (sin incluir la acuicultura marina) y su peso es aún mayor en la pesca artesanal (incluido el marisqueo). Su contribución al PIB autonómico supera ampliamente el 2,5%, si se suma la pesca extractiva, la acuicultura, el procesado y conservación de peces, crustáceos y moluscos. La flota consta de 4.500 barcos (casi la mitad de todos los que hay en el país), da trabajo a 24.000 personas y cada puesto en el mar genera cuatro en tierra.

Pescando o haciendo barcos, contra malos vientos y peores mareas, los gallegos siguen cosidos al mar, dando la lata… Por eso ocho de cada diez conservas vendidas en España salen de allí.

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