Para mí Cataluña es en la actualidad una palpable demostración del perjuicio que unos gobernantes pueden llegar a causar a una sociedad. Y es que romper y acabar con el proyecto colectivo de España, la nación más antigua de Europa, como nos propone el señor Mas, causaría un grave perjuicio en primer lugar a Cataluña. Más allá del evidente desgarro sentimental y de la profunda fractura social, una cuantiosa factura económica.

La realidad es que las empresas catalanas tienen en el resto de España a su principal cliente con diferencia, quintuplicando al siguiente, el francés. Y cuando los empresarios catalanes venden gran parte de su producción al resto de España no lo hacen obviamente a precio de coste, sino con un margen y beneficio empresarial. En concreto, las compras del resto de españoles generan ¡27.000 millones de euros anuales! en beneficios empresariales para las compañías catalanas, según admite el propio gobierno catalán. Y las compras del resto de España sirven evidentemente también para crear empleo en Cataluña.

En concreto, casi un millón de empleos catalanes -973.000 para ser exactos- son generados por los ingresos procedentes del resto de España. Por ejemplo, la mitad de los puestos de trabajo en las industrias textil, química, farmacéutica o de la alimentación en Cataluña se mantienen con las compras del resto de españoles. Artur Mas está jugando alegremente con las cosas de comer, con los beneficios que permiten mantener el tejido empresarial catalán y con los puestos de trabajo de muchas personas. Desde que entró en la Generalitat, los ciudadanos llevamos ya cinco años de permanente tensión política, de continua incertidumbre, de elecciones cada poco y de creciente radicalización. Muchos catalanes estamos cansados de esta aventura a ninguna parte y pensamos que Cataluña necesita estabilidad política, un gobierno que no rompa esa unidad de mercado que tanto beneficia a la economía catalana y que, ante todo, se centre en resolver problemas y no en generarlos.