Los lastres que impiden el despegue de la competitividad española

Nuestro país ha mejorado en los rankings internacionales vía reducción de costes, pero aún debe reducir una importante brecha en materias como burocracia, carga fiscal, innovación y formación para el empleo

MADRID Actualizado: Guardar
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España nunca fue un alumno ejemplar en materia de competitividad. Los años de crisis se tradujeron en esfuerzos que, fundamentalmente vía costes laborales, recortaron la distancia con los primeros de la clase. Pero aún queda mucha tarea pendiente. Al menos esa es la conclusión que se puede extraer del Índice de Competitividad Regional de la Unión Europea. Presentado recientemente por la Comisión, este informe mide, analizando 74 apartados de once grandes variables, «tanto la competitividad regional como la habilidad de una región para ofrecer un entorno sostenible y atractivo para las empresas» y para las personas que viven y trabajan en ellas.

Nuestras comunidades autónomas no salen muy bien paradas. No hay rastro de ninguna región española entre la 80 más competitivas del Viejo Continente.

Y solo dos consiguen el «aprobado». La primera es Madrid, que aparece en el puesto 83 de un total de 263 regiones puestas bajo la lupa. La Comunidad madrileña logra una puntuación de 67,7 sobre 100, y obtiene posiciones muy destacadas en algunos apartados, como tamaño del mercado, innovación o sofisticación empresarial, y especialmente en Sanidad, donde es segunda. País Vasco se coloca a mitad de tabla (puesto 119), con 57,8 puntos. Navarra, en el puesto 148, completa el podio de territorios españoles más competitivos.

Peores resultados

Aunque se mueven en los mismos niveles que otras zonas europeas con un PIB per cápita similar, Andalucía (puesto 220) y Extremadura (230), se mantienen en las últimas filas de pupitres del Viejo Continente. El informe refleja también que todas las comunidades autónomas de la costa Mediterránea (Cataluña, Comunidad Valenciana, Murcia y Andalucia) empeoraron sus resultados respecto a la anterior edición de este ranking, que se publica cada tres años.

El caso más significativo de región que ha dejado de progresar adecuadamente es Cataluña, que se sitúa en el puesto 153, once por debajo del que ocupaba en 2013. Su posición es especialmente mala en el apartado de Innovación (puesto 138), y en el de Eficiencia (puesto 175, es decir, 27 menos que en 2013), un apartado que mide aspectos claves relacionados con el mercado laboral, como el nivel de la Educación superior o de la formación continua.

El panorama no parece alentador, pero los expertos creen que sí se ha ganado algo de terreno desde 2008, aunque hay debilidades que siguen muy presentes.

Moderada mejora

«Hemos mejorado desde entonces. Al margen de nuestras fortalezas tradicionales, como las infraestructuras, se exporta cada vez más. Hemos batido récords históricos tanto en bienes como en servicios, especialmente turísticos. Si se entiende la competitividad como la capacidad de nuestras empresas para vender productos al exterior y para competir con las importaciones, no cabe duda de que ahora España es muy competitiva», asegura Rafael Pampillon, economista de IE Business School.

María Luisa Blázquez, investigadora del International Center for Competitiveness del IESE, coincide en que la mejora existe, como confirma el hecho de que España haya ido subiendo posiciones de forma moderada en los principales índice de competitividad en los últimos años. Por ejemplo, en el «Global Competitiveness Report» del World Economic Forum, ha pasado de la posición 36 en el ranking mundial de países en 2011 a la 32 en 2016. En el «Competitiveness Yearbook de IMD», del 35 al 34. «Temas como las infraestructuras o el tamaño de mercado son fortalezas del país, pero sin embargo, hay áreas en las que seguimos estando por detrás de las economías avanzadas y lastran la evolución de España, como el entorno macroeconómico, ciertos aspectos del entorno institucional, la innovación o la eficiencia en algunos mercados», explica la investigadora del IESE.

Reducción de costes

El profesor Pampillón reconoce que gran parte de la competitividad lograda por las empresas ha llegado vía reducción de costes, y a consecuencia de la reforma laboral. «Sin duda, la congelación, e incluso la reducción de los salarios, ha mejorado la competitividad», concluye. María Luisa Blázquez coincide en que desde 2008, los costes laborales unitarios se han ajustado en España, «y desde 2014 ya entramos en niveles similares a la Eurozona, con lo que se ha recuperado en gran parte la competitividad perdida en ese sentido». Alcanzado ese punto, la experta cree que «el avance ahora debería ser impulsando aspectos más de fondo, como la innovación y la educación».

Los expertos coinciden también en que hay que seguir desenredando la maraña burocrática. «Tenemos un sistema fiscal muy mal diseñado y hay demasiada intervención del sector público en la economía», apunta Pampillon. «El mercado laboral es otra de las áreas en las que España está por detrás de muchos de los países desarrollados», apunta Blázquez, aunque concede que la reforma laboral se ha traducido en mejoras: en el «Global Competitiveness Report» de 2012-13, España ocupaba la posición 108 en un ranking de 144 países en cuanto a eficiencia del mercado laboral. Sin embargo, en la última edición del informe, España está en la posición 69. «Esto hay que valorarlo. Eso sí, siendo conscientes de que todavía estamos muy por detrás de donde deberíamos y que hay que seguir trabajando por conseguir mayor flexibilidad y dinamismo en el mercado laboral, por ejemplo, en prácticas de contratación y despido. También temas como un mayor énfasis en políticas activas de empleo. España es de los países que menos dinero invierte por desempleado en políticas activas como porcentaje del PIB, según un informe de la OCDE», concluye la experta del IESE.

Exceso de burocracia

Pampillón apunta que también «hay mucho trabajo por delante para conseguir una verdadera unidad de mercado, que las autonomías no tengan tanta capacidad de legislar y que las empresas tengan que cumplir siempre la misma ordenación». Como recuerda Blázquez, la burocracia y el exceso de regulación es, según el Global Competitiveness Report, el segundo aspecto más problemático para hacer negocios en España, solo por detrás del nivel de impuestos». El «Doing Business 2016» ratifica que España tiene un problema de burocracia: sitúa a nuestro país en el puesto 82 del mundo en cuanto a facilidad para hacer negocios. «Y al final la burocracia propicia la corrupción», apostilla Pampillón.

Pero el factor que marca la diferencia entre los países más desarrollados es la innovación. Blázquez recuerda que el «Innovation Scoreboard 2016» de la Comisión Europea sitúa a España muy por detrás de la media de la UE, junto a países como Grecia o Hungria. «El sector público investigador, que representa la mitad del gasto en I+D, está muy alejado de las necesidades de las pymes, que son las que precisan de tecnología, porque las grandes tienen sus propios departamentos de investigación. En otras partes del mundo, los centros públicos de investigación viven de lo que hacen para las empresas, pero aquí lo hacen del Presupuesto», advierte Pampillón.

Blázquez cree que reto de mejorar el sistema de innovación necesita una respuesta integral. «No se trata sólo de invertir más en innovación, que es necesario, sino que también hay que mejorar una serie de factores, como la regulación, la colaboración o la calidad de las instituciones científicas, para asegurar que la inversión que se hace tanto en recursos humanos como en infraestructuras y monetaria, tenga los frutos esperados», explica la investigadora del International Center for Competitiveness del IESE. Ofrecer incentivos fiscales a la inversión privada, que según esta experta tiene un mayor impacto que la pública en los resultados de innovación, y avanzar en la desregulación de algunos sectores podría ser clave en el proceso.

La educación es el otro tema clave para mejorar la productividad a largo plazo. «En España tenemos muy buenos resultados en cuanto a tasas de escolaridad en educación primaria, secundaria y superior, pero la calidad del sistema educativo, su adecuación a las necesidades de las empresas ya son otra cosa. En los últimos informes de PISA publicados en diciembre de 2016 se pone de manifiesto que España mejora en lectura y matemáticas pero empeora en ciencias. En todos los casos nos acercamos a la media de la OCDE, aunque seguimos por debajo en matemáticas y lectura», advierte Blázquez.

Pero el gran problema, concluye la experta, «está después, a la hora de formar en las habilidades que se necesitan en el mercado de trabajo. El informe «Going for growth 2016» de la OCDE señalaba a España como segundo país, sólo por detrás de Italia, con un mayor desajuste de habilidades para el puesto de trabajo, con las implicaciones que ello tiene en términos de productividad». Mayor colaboración entre universidad y empresas, unos planes de estudio más flexibles y un impulso a la formación dual podrían ayudar a mejorar este aspecto. Definitivamente, España aún tiene tarea pendiente para afrontar la reválida de lacompetitividad.

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