Abril-Martorell, presidente de Indra
Abril-Martorell, presidente de Indra - JAIME GARCÍA

Indra, tras «barrer» bajo las alfombras, ¿fusión, ventas... qué?

El futuro de la compañía sigue estando «en solfa». No es sostenible. Las «pelusas» bajo las alfombras más que pelusas son madejas de lana encrespadas que crecen y crecen

Madrid Actualizado: Guardar
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Desde que el nuevo presidente de Indra aterrizara en la compañía, la revelación de las verdaderas cuentas de la firma está haciendo más que estragos. Sorpresas, pocas, porque sospechas había desde hacía años y años... y muchas. Para más de un «observador», Fernando Abril-Martorell entró cual elefante en una cacharrería. Pero seguro que no por placer. Recibía, incluso antes de su nombramiento, el mandato «oficial» de devolver el esplendor a la que se había ganado el derecho a ser considerada referente de la industria tecnológica del país y de la marca España.

Sin querer hacer sangre sobre su enrevesada y cacareada llegada al cargo, y tras los dimes y diretes de unos y otros al respecto, tanto a priori como a posteriori, Abril-Martorell fue nombrado presidente de Indra en enero de este año.

Relevó a Javier Monzón, el otrora «intocable» (al frente de la compañía desde 1993), porque su principal accionista, la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) -vamos, el Estado- tenía razones de peso para «verse obligado» a hacerlo. Entre los motivos a los que aludió entonces la SEPI para tomar la decisión destacó la fuerte caída de la cotización de Indra, desacompasada totalmente con la evolución del Ibex 35; los malos resultados obtenidos por la tecnológica ejercicio tras ejercicio; y la «decepción» percibida en los accionistas de la compañía, sobre todo entre los institucionales por este dudoso comportamiento. Además, para más inri, afloraban día tras día ciertas dudas en el mercado respecto a la estrategia seguida por Indra. La versión oficial, muy «light», lógico: «Como principal accionista de Indra, la SEPI está obligada a velar por la máxima solidez de sus participaciones accionariales y su patrimonio, así como a apoyar estratégicamente a las empresas industriales en las que está presente y en las que tiene intención de continuar».

Y es que el Gobierno buscó durante meses la complacencia de los socios de la tecnológica, y, finalmente, el nombramiento de Abril-Martorell como presidente se impuso al de otros candidatos oficiales gracias al apoyo de la familia March, también entre los principales accionistas. Él cumplía -cumple- el perfil de gestor con larga trayectoria y un currículum de buenos resultados a sus espaldas. De hecho, con probada experiencia en firmas de tecnología y finanzas (exdirectivo de Telefónica durante años), contaba tanto con la confianza del mundo empresarial como de la SEPI. Conocidas son las «muy buenas» migas que, por ejemplo, hacía (hace) con el presidente de La Caixa, Isidro Fainé, o con el de Telefónica, César Alierta. Ambos, para más señas, relacionados con Indra de forma directa e indirecta, ya que la operadora es accionista, con visos además de seguir ampliando participación, y la primera, a su vez, lo es de Telefónica. Así, pues, todos contentos y de acuerdo para que el empresario fuera el encargado de pilotar la nueva etapa en Indra.

Pero en cuanto llegó... y vio, ¡buf! Aunque casi seguro que también llegaba con más que información privilegiada si su misión era -es- enderezar el rumbo de Indra. Así que... reestructuración al canto, porque los números eran -son- difíciles de sostener. Y la megaplantilla, pues, idem. La decisión llegó pronto: un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) para aproximadamente el 8% del total de la plantilla en España. También, recolocaciones en empresas del grupo, reducciones de salario voluntarias e internalización de puestos subcontratados...

Pero el futuro de Indra sigue estando «en solfa». No es sostenible. Las «pelusas» bajo las alfombras más que pelusas son madejas de lana encrespadas que crecen y crecen y parecen no tener fin (¿se acuerdan del avión que Monzón vendía a Cristiano Ronaldo a espaldas de la compañía y que no hace ni un mes le ha costado el puesto de presidente de honor? pues bien, algunos, piensan que será tan sólo una aguja en el pajar...). ¿Qué hacer pues para volver a ser viable? La cuestión está en saber si sus nuevos gestores y valedores seguirán sometidos a ciertas directrices desde el Ministerio de Defensa -que tiene los derechos políticos derivados del paquete accionarial de SEPI-, para hacer de la compañía un gran grupo de Defensa o, por el contrario, integrarla (¿vender parte?) en la órbita de Telefónica, para mantener y desarrollar su gran proyecto de empresa, líder del sector de las tecnologías de la información. Una segunda opción que parece tomar fuerza día tras día. En definitiva, una empresa orientada al negocio militar u orientada al mundo civil, pero «adelgazada». Quizás una cosa u otra. El tiempo siempre da o quita la razón.

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