El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi
El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi - REUTERS

Cinco años de Draghi al frente del Banco Central Europeo

Apenas puso un pie en Fráncfort, el ex director Ejecutivo del Banco Mundial (1984-1990) y antiguo banquero de inversión de Goldman Sachs (2002-2005) sorprendió con una bajada de los tipos de interés desde el 1,5 hasta el 1,25%

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«¡Mamma mia!», tituló el periódico de mayor tirada en Alemania hace cinco años, al informar sobre el nombramiento del italiano Mario Draghi para la presidencia del BCE. Los prejuicios engordaban las peores previsiones. En una coyuntura de elevado desempleo y alta inflación, con unos niveles de deuda preocupantes y con los países de la periferia europea fuera de control presupuestario, Centroeuropa temía una indeseable italianización del BCE y Bild Zeitung alimentaba sin reparos ese miedo: «Para los italianos, la inflación forma parte de su día a día, tanto como echarle salsa de tomate a la pasta». Cinco años después, es cierto que Mario Draghi ha cambiado por completo los ejes de funcionamiento del banco emisor europeo, pero por motivos que entonces Alemania no podía ni imaginar.

Hasta la llegada de Draghi al BCE, los banqueros centrales eran unos señores grises y previsibles, incluso aburridos. Sus discursos consistían en señalar que estaban deliberando sobre cierta medida para en la rueda de prensa del mes siguiente confirmar que tal medida era posible y un mes más tarde anunciar que la medida entraría próximamente en vigor. Sin sobresaltos. A favor del italiano hay que recordar que se hizo cargo de la institución monetaria en un momento de post crisis financiera en el que los mercados seguían excepcionalmente nerviosos y en una coyuntura nueva y globalizada sin precedentes, para la que los modelos económicos clásicos se revelaban inoperantes. Ahí fue donde Draghi desplegó su capacidad de sorpresa y su creatividad, poniendo patas arriba un Consejo hasta entonces más o menos equilibrado entre los halcones y las palomas y que impartía doctrina a imagen y semejanza del Bundesbank alemán.

Apenas puso un pie en Fráncfort, el ex director Ejecutivo del Banco Mundial (1984-1990) y antiguo banquero de inversión de Goldman Sachs (2002-2005) sorprendió con una bajada de los tipos de interés desde el 1,5 hasta el 1,25%. Fue solo la primera de una serie que ha llevado a los tipos cero, incluso negativos, y que ha dado al traste con el negocio de los bancos tal y como lo habíamos entendido hasta ahora. Pero no se quedó en la política monetaria estricta. Además puso en marcha una batería de medidas no convencionales que han revolucionado el papel del BCE en la economía y en la política comunitaria.

A finales de julio de 2012, con nuestra prima de riesgo por las nubes, con el bono español a 10 años por encima del 7% y con el Ibex cayendo 6 puntos por sesión, Draghi pronunció la frase que serviría de punto de apoyo a una palanca cuyos límites no han tocado techo hasta hoy: «Haremos todo lo necesario para salvar el euro y, créanme, será suficiente». Incluso quienes le pusieron entonces el apodo de «Supermario» no sospechaban siquiera que llegaría a realizar compras mensuales de activos públicos y privados por valor de 80.000 millones de euros, como mínimo hasta marzo de 2017. Muchos analistas le acusan hoy por ello de estar convirtiendo el BCE un el gran «banco malo» de Europa, sufragando la socialización de pérdidas de la banca de los Estados deficitarios que se niegan a ajustarse a la nueva realidad económica a cargo del sufrido contribuyente.

Lo cierto es que el balance consolidado del BCE alcanza ya un volumen de 3 billones de euros, el más alto desde finales de 2012, y que los precios parecen vestir ya alivio de luto. Draghi ha anunciado públicamente que a principios de 2019 la inflación rozará de nuevo el 2%, el nivel considerado de equilibrio por los Estatutos del BCE. Precisamente en otoño de 2019 termina Draghi su mandato como presidente y espera hacerlo, por tanto, con esa tarea cumplida.

Pero el camino emprendido por Draghi nos lleva a un destino final desconocido. Las consecuencias de una oferta monetaria inédita y de la alta valoración de activos de deuda que no la merecen configuran un territorio inexplorado sin que Europa haya desarrollado un modelo económico real y exitoso post crisis financiera. El euro que Draghi ha salvado, puede quedar en mero papel.

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