Campofrío, una familia unida ante la desgracia

El incendio ha unido más a los trabajadores de la cárnica burgalesa, que se debaten entre buscarse otro futuro o aguardar a la reconstrucción

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El domingo 16 de noviembre pasará seguramente a la historia negra de la ciudad de Burgos. Una de las empresas más emblemáticas de la ciudad comenzaba a arder. Todavía era de noche. Pocos minutos después llegaba al lugar del incendio una mezcla de periodistas y trabajadores que veían cómo una nube muy densa de humo salía de la fábrica.

Dos horas más tarde, eran cientas las personas que estaban junto a la valla de la empresa. El incendio parecía ser cada vez más importante ante la impotencia de los bomberos, que no podían acceder al interior de la planta y solo se centraban en evitar que se quemara otra fábrica aledaña del grupo, un secadero donde había más de un millón de jamones curándose, y que las llamas alcanzaran un gran depósito de amoniaco, que de arder hubiera generado una gran nube tóxica.

La prevención hizo incluso que se desalojara de sus casas durante varias horas a unos cuatrocientos vecinos de dos barrios cercanos a la factoría, que lleva una semana consumiéndose.

Como suele ocurrir con las desgracias, el incendio ha unido más a los trabajadores de Campofrío. Cada día se reúnen a las puertas de la fábrica. Allí reciben la última información, que transmiten los miembros del comité de empresa, de lo que está ocurriendo y hablan de su situación. No es una asamblea, ni una concentración; son grupos de tres o cuatro personas que charlan y miran de vez en cuando a la que hasta hace una semana era su fábrica.

Es fácil oír las conversaciones de grupo en grupo. En uno de ellos hay un joven que acapara la atención de los demás. «Yo en cuanto me ofrezcan algo, sea donde sea, me voy». Les sigue contando que acababan de hacerle un contrato fijo y había comprado una casa y firmado un préstamo hipotecario que ahora no sabe si podrá pagar.

Más allá, en otro grupo, hay dos jóvenes hablando con un antiguo trabajador de Campofrío. Ya está jubilado, pero ha decidido ir todos los días a la reunión, «como un compañero más», les dice. Después empieza a contarles cómo trabajaban en la antigua planta, la que fue volada cuando se quedó encerrada en medio de las casas que habían ido poblando su entorno. Los que parecen más preocupados son los grupos de veteranos. Varios dicen que su situación es la más complicada. No tienen edad para prejubilarse ni para encontrar otro trabajo. Tienen «la vida hecha» en Burgos y ven muy difícil un posible traslado. Uno de ellos dice que «tendrán que pasar los dos años del desierto» hasta que esté lo que la mayoría llama ya «la nueva Campofrío».

El anuncio de que habrá una nueva fábrica y se recuperará el empleo ha supuesto un alivio para los trabajadores. Ahora esperan saber cuánto van a cobrar hasta ese momento y cómo serán las ayudas que les prometen. Entre los grupos hay varios que son prácticamente familiares. En Campofrío es frecuente que trabajen marido y mujer o padres e hijos.

Las ruinas de la fábrica

Hace frío y la niebla no acaba de disiparse. Poco a poco los grupos se van deshaciendo. Casi todos lanzan una última mirada a las ruinas de la fábrica todavía humeante antes de volver a hogar. A sus espaldas dejan su otra «casa», pues Campofrío forma parte de Burgos desde hace más de medio siglo. Fue en 1952 cuando nació. La primera fábrica fue fundada en la capital burgalesa por José Luis Ballvé, el padre del actual presidente de la compañía, Pedro Ballvé. Cuenta en España con ocho plantas, tres de ellas en Burgos. Tiene 2.886 empleados y elabora cada año 264.620 toneladas de productos cárnicos, lo que supone una facturación anual de algo más de 905 millones de euros. Es la segunda empresa agroalimentaria con mayor facturación de España. Y destaca su peso internacional, con otras 19 plantas repartidas por Europa -donde es líder en productos cárnicos- y una en Estados Unidos.

Aunque en cierto modo mantiene principios empresariales de un grupo familiar, en los últimos años su capital ha sufrido cambios notables. En 2008 se convirtió en el grupo Campofrío Food Group S.A., pero no fue hasta 2013 cuando su estructura accionarial se modificó sustancialmente. Desde entonces, la mayoría de las acciones están en manos de la mexicana Sigma Alimentos y el grupo chino Shuanghui.

La planta incendiada fue inaugurada en 1997 por Juan Carlos I. Entre la inversión inicial, el equipamiento y las mejoras, la compañía había invertido unos 170 millones en las instalaciones. En ellas trabajaban 892 empleados que producían cada año unas 60.000 toneladas de cocidos, fiambres, embutidos crudos y loncheados curados y cocidos.

Pocas horas después de iniciarse el incendio, Pedro Ballvé anunció que se construirá, en un máximo de dos años, una nueva planta en Burgos con la misma capacidad de producción. No se despedirá a ningún trabajador. La Dirección General de Trabajo estudia ya la documentación para un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) basado en «causas de fuerza mayor» y 118 empleados han sido recolocados. La dirección de Campofrío busca también alternativas para fabricar en otras factorías propias los elaborados que producía la de Burgos. El objetivo es que no falte producto en las líneas de venta. Las instituciones, desde el Ayuntamiento al Gobierno central, pasando por la Junta, se han volcado desde el primer momento en su apoyo.

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