Roland GarrosUn grande tres años después

Desde 2014 Nadal no ganaba un Grand Slam. En 2015 reconoció que jugaba con ansiedad y en 2016 se frenó por un problema en la muñeca izquierda

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Por todo cuanto ha pasado desde el 8 de junio de 2014, este brindis con champán sabe todavía mejor. Rafael Nadal, tres años después, vuelve al confeti y a la fiesta, encantado con un Grand Slam que le reconforta después de esta travesía por el desierto, poco acostumbrado a pasar tanto tiempo sin abrazar a un grande. Son 15 ya, diez de ellos en París, y vuelve a colocarse a tres de Roger Federer, que prepara el asalto a Wimbledon. La lucha en la hierba se presenta apasionante.

Abrazado a su gente, en el calor de la alegría, Nadal recuerda todo este proceso de sobresaltos. No se puede decir que estos tres años hayan sido malos, pues cualquier tenista de los mortales firmaría haber logrado tanto como él, pero Nadal añoraba los días como el de ayer, acostumbrado a la abundancia desde que con 15 años ganó su primer partido de ATP.

Ahora, eterno en la tierra de París, se da por satisfecho porque ha trabajado como nunca por este mordisco, más especial si cabe después de que se le escapara la final de Australia a principio de curso.

Derrotas dolorosas

Después de aquel estallido en 2014, tumbando a Djokovic en el domingo de autos, Nadal se salió de la línea trazada en los torneos importantes. Patinó en Wimbledon en octavos expulsado por los cañonazos de Kyrgios y su temporada se detuvo por un problema en la muñeca, entregado el número uno y sin competir en el US Open. Empezó 2015 a trompicones, y Berdych le dio una lección en los cuartos del US Open. Queda París, pensó, pero ahí estaba Djokovic en plan Djokovic, un ciclón que se lo llevó por delante en cuartos sin discusión. Volvió a resbalar en la hierba de Londres (segunda ronda ante Brown) y en el Nueva York cayó en tercera ronda ante Fabio Fognini pese a tener dos sets de ventaja. Nadal había perdido su estatus y, en un arrebato de sinceridad, reconocía que negociaba con la ansiedad por primera vez en su carrera.

Pero peor fue 2016. En el debut de Australia, Fernando Verdasco le echó a base de palos y en Roland Garros se le apagó la luz, castigado por la muñeca. Se dañó un par de semanas antes en el Mutua Madrid Open y la cosa fue peor en París, tanto que se retiró antes de disputar la tercera ronda. Su campaña quedó marcada por ese dolor y no compitió hasta los Juegos Olímpicos, compensado por un oro en el dobles junto a su íntimo amigo Marc López. En individuales, la amargura de ser cuarto después de un esfuerzo titánico.

Pagó el esfuerzo y, después de un US Open discreto (eliminado por Pouille en octavos) y de una irrelevante gira asiática, optó por parar, cuidar la muñeca y preparar como merecía la temporada de la que ahora disfruta. Con 31 años, y asumiendo que el cuerpo no es el de antes, está en plenitud. Su año es para verlo. Final en Australia, final en Acapulco, final en Miami, título en Montecarlo, título en Barcelona, título en Madrid y ahora título en París, gloria bendita para el campeón. Tres años después, vuelve a ser grande, sin que haya dejado de serlo jamás.

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