Thiem celebra su victoria frente a Cuevas
Thiem celebra su victoria frente a Cuevas - AFP

Mutua Madrid OpenDominic Thiem, el joven obsesionado con el trabajo que oposita para ser número uno

El austríaco superó ayer a Pablo Cuevas y disputará esta tarde su primera final de un Masters 1.000 frente a Rafael Nadal

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Nada más terminar su partido de cuartos de final contra Borna Coric (6-1 y 6-4), Dominic Thiem (Wiener Neustadt, 1993) cumplió con la tradición y dejó su firma en la cámara de televisión a pie de pista. Lo hizo con un matiz sustancial: acompañó su firma personal de un «Congrats Chelsea» para felicitar al equipo londinense, que unas horas antes se había proclamado campeón de la Premier League. La escena, lejos de describir al Thiem puramente tenístico, habla de él como un chico de 23 años que juega y disfruta haciéndolo, con la cabeza aún fresca para dejar lugar a pulsiones como las filias balompédicas, todavía libre del estrés que la competición va inoculando en los jugadores a medida que las derrotas van pesando sobre sus hombros.

El austríaco aún no sabe lo que es caer. Su carrera está cimentada de ascensos, con la semifinal en Roland Garros 2016 como mayor impulso. Su irrupción como figura más joven en el top 10 desde 2013 (Milos Raonic) dibujó la silueta de uno de los integrantes de la hornada que aspira a destronar al «Big 4», en la que lo acompañan Nick Kyrgios o Alexander Zverev. Aunque quedarse en decir que aspira quizás sea quedarse corto: el año pasado, no contento con ganar a Federer y Nadal, lo hizo en sus superficies fetiche, la hierba de Stuttgart y la tierra de Buenos Aires.

En 2016 se hartó de jugar partidos. No quiso ahorrar fuerzas entre grandes torneos, y decidió foguearse en otros más modestos para no frenar un crecimiento que, según él, «iba a más cada semana». Ello obedece a una obsesiva ética de trabajo, inculcada desde que era un crío por quien hoy sigue siendo su entrenador, Gunter Bresnik. En lugar de descansar sobre su talento, jugador y técnico consensuaron que lo mejor para su futuro era incluir sesiones extra de entrenamiento los fines de semana, cuando más tiempo libre tenía el pequeño Thiem. Pero el frenetismo de su rutina solo está al alcance de un veinteañero como él: el año pasado su entrenador tuvo que dejar de viajar con él para tomarse unas pequeñas vacaciones para las que no había hueco en el calendario que habían consensuado.

Ahora que el libro de estilo del tenis dirige el academicismo hacia el ejecutado con las dos manos, el austríaco camina contracorriente. Mas no siempre fue así. Bresnik, cansado de ver que hacerlo a dos manos era una debilidad que le costaba partidos, decidió que había que hacer algo. Hoy, con Bresnik en su palco y el revés pulido, tratará de seguir acercando su generación a la que esta tarde estará representada por Nadal.

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