Wimbledon

Muguruza, decisiones, viajes y música en la raqueta

Siempre entre dos aguas, eligió el tenis para superar a sus hermanos, que ya desde niña le metieron el germen de la competitividad

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Sus dos hermanos mayores, Asier e Igor, la obligaron sin querer a ser competitiva, a igualarlos, a retarlos, a intentar ganarles a todo aunque le sacaran 10 y 11 años. Por ellos cogió la raqueta en el club donde sus padres, Scarlet Blanco y José Antonio Muguruza, pasaban los fines de semana mientras vivieron en Caracas, de donde es la madre y donde nació Garbiñe Muguruza (8 de octubre de 1993), y después en Barcelona, donde se instaló la familia cuando la tenista tenía seis años.

Pero comenzó a golpear con furia a la pelota incluso antes. Esa rebeldía y los disgustos si perdía continúa en la tenista que es hoy, encumbrada con dos Grand Slams de los que ya nunca borrará su nombre.

Un nombre atípico para su deporte, con esa ñ que se atragantaba al principio entre los aficionados y rivales, pero al que ha conseguido acostumbrar con títulos como el de Wimbledon.

Está en la cumbre, en la portada, en el centro del escenario, después de cultivar su tenis en la Academia Bruguera de Barcelona, otra vez siguiendo a sus hermanos. Pero ella tenía tintes de campeona y con esa idea creció en la pista y en el circuito. Y también en su vida personal, madurada a fuerza de derrotas, victorias y todo lo que conlleva. Que no siempre ha sabido gestionarlo bien porque la edad es la que es, por mucho que atosiguen los focos.

Siempre pasional, se regaló un Porsche en 2014 porque se lo había ganado. Y porque le gusta el mundo de los coches casi tanto como el de la música. Durante mucho tiempo su despertador fue “Entre dos aguas”, de Paco de Lucía. Hoy se deja llevar un poco más por la música actual, la que esté de moda, como Miley Cyrus, sin olvidar que también tiene sus momentos reagge, rap o incluso hip hop. “Tengo no sé cuántos Mp3 y un montón de listas de música”. No suele leer prensa, pero sí es una mujer de su tiempo, pegada a las redes sociales y a los vídeos de Facebook.

Su carácter también está presente en su selección de series y películas, descartando las comedias y eligiendo las de intriga o, en este Wimbledon, las de terror. Emociones y decisiones fuertes, como la que la llevó a querer dedicarse al tenis de forma profesional o la de elegir jugar y defender la bandera española en una carrera profesional que también le aporta mucho viaje, una de las cosas que más disfruta. No obstante, su residencia la tiene en Ginebra.

Dio el salto a la palestra en 2012, en Miami, pero le vino un poco grande el cargo porque eran muchos años sin raquetas femeninas en los grandes escenarios. Después llegarían las lesiones, con una operación en el tobillo derecho que hizo trastabillar su recorrido en 2013. Y después algún que otro susto que ha podido domar a tiempo y que ahora cuida con más mimo que nunca.

Aunque la exigencia del deporte de élite ha hecho variar sus gustos casi por obligación, no esconde que los dulces la atrapan. Buena repostera, se pega a los fogones para desconectar y ahora, para cuidar la línea y los detalles de la comida. Todo suma para afrontar mejor los partidos importantes, en los que ella se crece. Porque le gusta menos jugar las primeras rondas, un poco perezosa, reconoce, para aceptar que antes de la final se deben dar pasos todavía inciertos.

De la mano de su anterior entrenador, Alejo Mancisidor, logró su primer título y ascendió hasta la final de Wimbledon 2015, escenario de postín para que también las marcas se fijaran en ella. Adidas para los vestidos que luce en la pista, pero de la línea Stella McCartney, que también le acompaña cuando hay que posar con el trofeo. Un mundo, el de la moda, que también agrada a Muguruza, coqueta siempre -ella misma lo dice- y pendiente de las tendencias y de elegir lo que más luzca en su cuerpo. Hoy luce como nunca en sus manos el plato Venus Rosewater de Wimbledon.

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