Andy Murray, con la Copa de Maestros
Andy Murray, con la Copa de Maestros - REUTERS
Tenis

La explosión de Murray

El escocés, que cambió a Mauresmo por Lendl como técnico a mitad de curso, cierra la temporada en lo más alto con nueve títulos y el número uno

Madrid Actualizado: Guardar
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En la era de Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic, solo un tenista, con casi toda probabilidad solo uno, podrá presumir de terminar un curso en la cima del tenis mundial. Andy Murray, de Dunblane, es el mejor jugador del mundo, impulsado al ático de la ATP después de un 2016 descomunal. Al vencer en la Copa de Maestros a Djokovic, se aseguró el número uno y ya nadie cuestiona su mandato. Es el rey.

Hay muchos factores para justificar la explosión de un tenista que antes era un actor de reparto, lamentando su suerte por nacer en una época prodigiosa de talentos. Murray, en cualquier otro tiempo, hubiera sido número uno del mundo sin discusión, pero chocó contra Federer, Nadal y después con Djokovic, tres depredadores que ahora están por debajo.

Es el premio a la constancia y a la fe, esa que antes no tenía.

Marcado por una turbia historia en su infancia (un tiroteo en su colegio del que rara vez habla), Murray es un jugador volcánico e irascible, pero que ha sabido dominar su propio temperamento para enlazar 23 triunfos en el tramo final de la temporada. Son nueve títulos resumidos con tres ATP 500 (Queen's, Pekín, Viena), tres Masters 1.000 (Roma, Shanghái y París-Bercy), un Grand Slam (Wimbledon), el oro olímpico en los Juegos Olímpicos de Río y la Copa de Maestros del pasado domingo.

Asesorado ahora por Ivan Lendl, el viaje de Murray no ha sido sencillo. Se desplazó en su infancia a Barcelona y trabajó en la Academia Sánchez-Casal, un talento por hacer. Entendió a jugar en tierra, aunque tardó una eternidad en lograr su primer título en esa superficie (Múnich en 2015), en la que ahora es un especialista a todos los efectos. Es precisamente esa polivalencia la que le ha convertido en el mejor del planeta.

Le persiguió durante años el fantasma de Fred Perry y el peso de la historia, desesperado el pueblo británico porque desde los años 30 no ganaba uno de casa en Wimbledon. Murray siempre fue una opción, pero se desvanecía y dejó de ser británico para ser escocés, hasta que tocó el oro en los Juegos de Londres. Ese año ganó el US Open y en 2013 llegó el Grand Slam en el All England Tennis Club. Por fin, Murray.

Desde entonces, ha estado siempre batallando en todas las citas y en 2016 ha dado el salto que necesitaba. En mayo rompió su vínculo con Amelie Mauresmo, su entrenadora y con la que rompió moldes al introducir a una mujer en el circuito masculino, y regresó con Ivan Lendl, tan serio y frío como aparentemente lo es Murray. Con el mito checoslovaco se hizo grande y con él ha llegado hasta el paraíso.

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