David Gistau - Nadar entre tiburones blancos

Mentiras piadosas

DAVID GISTAU

Llevo toda la mañana tratando de recordar en qué clásico del «noir» –¿o del «western»?– ocurre la escena siguiente. Un hombre herido de bala pregunta a un compañero si cree que es grave. Éste le responde que sí y que, de hecho, morirá durante los veinte minutos siguientes. Un tercero le reprocha que haya sido tan duro y que no le haya aliviado los últimos minutos con una mentira piadosa: «¿Una falsa esperanza? No. Un hombre tiene derecho a saber que está muerto. No decírselo es faltarle el respeto».

Podría poner otros muchos ejemplos de en qué consiste ser tratado como adulto. Éste es un tema recurrente en mi observación de los muros de la patria nuestra porque nuestra época se caracteriza por el hecho de que los Estados, al regularnos, al protegernos, al adoctrinarnos, al castigarnos, al elegir por nosotros hasta en cuestiones de hábitos cotidianos y alimentación, tienden a convertirnos a todos en niños eximidos de las decisiones que eternizan la fase de maduración. Pero, como este comentario es deportivo, me detendré en algo más banal –fútbol, al fin y al cabo–, esto es, en la mentira piadosa con la que Zidane ha tratado al madridismo como a niños que no tienen cuajo para afrontar la noticia de que están muertos por hemorragia: «La Liga no está decidida». Pero hombre, Zidane, ¿se da usted cuenta del papelón que hace al decir estas cosas? La Liga puede ofrecer aún incertidumbres en cuestiones como los descensos. Pero, en lo que se refiere al alirón, no sólo está decidida. De hecho, está tan decidida y desde hace tanto tiempo que el único consuelo que nos queda a los antagonistas del Barcelona es que no van a poder ni festejarla en primavera, de lo asumida y digerida que estará ya.

Otra cosa es que Zidane se refiera a que todavía no está decidida la cuarta plaza de Champions y que el Real Madrid debe seguir compitiendo para no perderla. En eso le daría toda la razón porque no es imposible que el Bernabéu vuelva a acoger, la temporada próxima, partidos de UEFA como en las remontadas de los ochenta, cuando el «gallinero» estaba lleno dos horas antes y por la grada aún circulaban hogazas llenas de embutido de las peñas provinciales y botas de vino, particularidades abolidas por el fútbol moderno, que sólo concibe turistas, espacios VIP y una traslación del espíritu Disney donde hasta las nuevas arquitecturas de los estadios aspiran al parque temático.

El colapso del Real Madrid, por tanto, va a ser sobrellevado por la institución con mentiras piadosas –que no resistirían un destrozo del PSG el próximo día 14– y con la fabricación de falsas esperanzas tales como Neymar, de quien pronostico, después del triste empate contra el Levante, que será en Madrid uno de los grandes protagonistas de la semana deportiva. Habrá madridistas dispuestos a dejarse engañar con tal de no afrontar la realidad y de no aceptar que, este año, hicieron el canelo al pagar el abono, salvo que necesiten excusas para salir de casa como aquel amigo abonado en San Isidro que decía que los toros eran aburridos: «Pero más aburrido es quedarse en la oficina». La actitud mía, hasta que Zidane me trató como a un niño, era una proeza de la sabiduría oriental. Prácticamente, sólo me faltaba decir «Ommmmmmmmm». Permanecía ahíto y agradecido por el atracón reciente de gloria y resignado, consciente de la gravedad de la herida, a un año abocado a ser un inmenso gatillazo. Casi tenía interés científico contemplar la repentina combustión espontánea de un equipo armado para hacer época. De hecho, me disponía a esperar al PSG con la dignidad terminal de aquellos patricios que esperaron en sus porches romanos, sin inmutarse, a los galos de Breno que acudían para pasarlos a cuchillo. La Liga no está decidida, dice Zidane, y al decirlo arruina la dignidad madridista ante el espectáculo de su propia extinción.

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