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Nikola Karabatic, rey del balonmano

El francés afronta sus terceros Juegos con la vitola de favorito a ganar el oro y afianzar a su país como el más laureado de la historia

Nikola Karabatic, con el PSG.
Nikola Karabatic, con el PSG. - Efe

Nikola Karabatic (Serbia, 1984) aterrizó en Francia con cuatro años por el exilio de su padre, exportero de la selección yugoslava, que, además, le inculcó el amor por este deporte. De la singular mezcla de sus padres, Branko, croata y Lala, pintora serbia, entendió que no se consigue nada sin trabajar. Comenzó a entrenarse muy pronto con niños mayores que él y aunque se le daban muy bien los estudios solo tenía una pasión. Después del entrenamiento, y con los deberes hechos, veía partidos de balonmano. No se cansaba nunca.

Su gen competitivo no solo lo demuestra cuando lanza el balón. Su sola presencia en la pista impone respeto a sus rivales y confianza en sus compañeros. Sus 197 centímetros de altura, sus rasgos duros y su imponente físico trabajado hasta el más mínimo detalle, se complementan con una técnica insuperable con la que es capaz de firmar el mayor número de dianas y también defender cualquier balón en la retaguardia.

No solo juega, sino que dirige, anima, alienta, regaña, felicita y ayuda a los que tiene a su alrededor. Es el faro de Francia, porque pocos deportistas representan al país galo con tanta pasión, tanta devoción y tanta entrega como Karabatic. No puede dormir cuando pierde.

Sus éxitos primero en Montpellier, después en Kiel y posteriormente en el Barcelona lo hacen referencia para miles de niños que lo siguen allí donde va. Los éxitos que ha conseguido la selección bajo su batuta han devuelto la fe en el balonmano en Francia. Con él como líder, el palmarés del conjunto nacional ha crecido en cantidad y calidad para convertirse en el equipo más laureado de la historia reciente de este deporte: tres Mundiales (2009, 2011, 2015), tres europeos (2006, 2010, 2014) y dos oros olímpicos: Pekín 2008 y Londres 2010.

Sin embargo, la grandeza de Karabatic también se mide por su humildad. El estrellato lo deja para las marcas de publicidad que ven en su figura el mejor de los reclamos. Y la rabia desatada durante los partidos se queda en una sonrisa y muchas bromas cuando se trata de hacer equipo en el vestuario. Allí es uno más, lo que lo convierte, sin pretenderlo, en más líder todavía.

Lo acompañará una época oscura en la que fue detenido y acusado de amaño de partidos y aunque el castigo se saldó con una multa de 10.000 euros, la tacha forma parte de su carrera profesional. Es una de las razones por las que, a pesar de estar muy a gusto en Montpellier, decidió firmar por el Barcelona, para alejarse de una situación de la que él siempre se confesó inocente. Pasa la tormenta, y a pesar de encontrarse muy a gusto ganándolo todo con el club azulgrana, volvió a casa, al PSG, con un único objetivo: ser lo más grande que pueda en Europa, pero defendiendo una camiseta francesa.

Elegido como mejor jugador del mundo en 2007 y 2014, espera llegar a tiempo a sus cuartos Juegos Olímpicos. Una lesión en el adductor de su pierna izquierda que se produjo en la final de la Copa de la Liga mantiene en vilo al país porque sabe que con su sola presencia Karabatic puede liderar al equipo hacia su tercer oro consecutivo.

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