Ignacio Ruiz Quintano

Del toque al taco

Ignacio Ruiz-Quintano

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Ausente Cristiano por decisión del Villarato (con el Villarato, esa Cosa que apoyan «los internacionales», la Liga siempre se presentará para el Madrid como una carrera de sacos), el peso del gol recaía en el toque de Asensio.

Del toque de Asensio se habla en Madrid como en Hollywood (y digo Hollywood, no ese Villar del Río que es ahora) del toque de Lubitsch, aunque yo, en el fútbol, el toque Lubitsch («impecable colocación de la cámara, economía sutil del guión y diálogos con doble sentido») sólo lo he reconocido en Romario, aquel lujo que se perdió el Madrid.

-La esencia del toque Lubitsch era su milagrosa capacidad para burlarse y celebrar aquello al mismo tiempo -dirá Bogdanovich-.

Lubitsch inventó la charada moderna, pero Romario inventó el gol del gato de Cheshire, que es un gol del que sólo queda la sonrisa. Algo de eso hay en el toque de Asensio, que son tres toques (los tres toques belmontinos: parar, templar y mandar) en uno solo, «el primer toque», que se tiene o no se tiene y que únicamente está al alcance de los escogidos. Pero contra el Levante no fue bastante.

El Levante se presentó en el Bernabéu con la impertinencia de lo blaugrana y tantos Lópeces como un gobierno del Desarrollismo. Uno de ellos, con sonido de impuesto, Ivi, barbado capuchino, hizo el gol levantino, aprovechándose de la marcelada defensiva de Carvajal, barbado dominico. Faltaban Ballesteros y David Navarro, el «aizkolari» que le sacó un ojo a Cristiano sin que el árbitro (¡todos contra Mourinho!) apreciara falta.

Lo del sábado, en el Bernabéu, fue un partido de misa de una, con la feligresía impaciente por ver de cerca en la iglesia a los nuevos mozos casaderos, Theo, Asensio y Llorente, de los Llorente de Fuentarrabía toda la vida. (Lucas también es mozo, pero Lucas no cuenta, porque Lucas, que cada día se parece más al sheriff Woody de «Toy Story», ya está visto.)

Llorente, ahí anda: es un buen metrónomo, aunque recuerda más a Milla, badajo de cencerro, que a Casemiro, río de leones. Asensio es Asensio. Y Theo (¿Zeo?) es un armario (biónico) de luna con pilas para una década en el Madrid. Viendo estas cosas, Alberto Contador debía de estar ya haciendo gárgaras para aclarar la garganta ante su portentoso canto del cisne en El Angliru, mientras el Levante, a lo suyo en el Bernabéu, tejía y volvía a tejer la tela de araña que le destejían los atacantes del Madrid, muchos y revueltos, con la murria de Valdano al fondo, porque Valdano, que ahora lleva el pelo frito, es como la mermelada de frambuesa con que en los restaurantes estropean las mejores tartas de queso. ¿Quién dijo que una tarta de queso debe llevar mermelada de frambuesa? ¿Quién dijo que el fútbol hay que verlo con el sonsonete de Valdano? La solución con la tarta de queso es retirar la mermelada con un raspador y la solución con el fútbol es apagar el sonido y mirar a la pantalla como a una pecera con peces de colores rodeados de peces blancos, incluido el pez gordo, Ramos, que jugó medio partido haciendo de Koeman (imitando su «passing shot»), y el otro medio, de Talín (Alexanco), como solución desesperada. Nos quedamos sin comer por ver el toque de Asensio y sólo vimos tacos mejicanos (¡el picante!) de Marcelo, los tacos de billar de Kroos, el taco calendario de Carvajal (tira centros como quien arranca hojas del Zaragozano) y el taco en boca de Benzema, que es ese palabrón que el espectador libera (¡alguna vez a favor!) a cada remate de Karim Mustafá.

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