Vuelta a España

Salvador García San Emeterio, el «pater» de la Vuelta

El sacerdote cántabro lleva más de treinta años acompañando al pelotón y ha casado a varios corredores e, incluso, bautizado a sus hijos

El sacerdote Salvador García San Emeterio (derecha), junto a Fernando Escartín, director técnico de la Vuelta ABC

JOSÉ MARÍA ALBALAD

A Salvador García San Emeterio (Santander, 1952), nadie le ha nombrado capellán de ciclistas. Sin embargo, lleva más de treinta años acompañando al pelotón de la Vuelta a España. Gracias a su pasión por las dos ruedas –y a las «carambolas» de Dios–, ha casado a varios corredores e, incluso, bautizado a sus hijos . «La clave es estar junto a la gente, con normalidad. A veces empiezas hablando de cosas intrascendentes y acabas teniendo conversaciones muy serias», dice alguien que regala ternura, cariño y esperanza moviendo vallas, haciendo de chófer o desplazando maletas. Sin grandes alardes, desde el anonimato, consciente de que «cualquier momento es una oportunidad para la fe y para abrirse radicalmente a los que están junto a nosotros».

Un profesor que deja todo y se hace sacerdote, ¿le suena de algo?

(Risas) Siempre he estado en grupos cercanos a la Iglesia, sobre todo, en Acción Católica. Desde adolescente, con algún cura que me acompañó, me planteé las grandes preguntas de la vida y, poco a poco, fui descubriendo mi vocación. Soy de Santander, donde estudié Magisterio, aunque luego continué mi formación en la Universidad de Deusto y quedé unido a Bilbao. La docencia me apasiona y he tenido la oportunidad de ejercerla de una manera distinta, como sacerdote: ese pedagogo que acompaña a cada persona que se cruza en el camino para que vaya encontrando el sentido de su propia existencia.

¿Cómo surge su pasión por el ciclismo?

Desde pequeño, porque de chico todos hemos tenido una bicicleta. Pero cuando me ordenaron sacerdote en 1984, con 32 años, me destinaron a Ermua y Mallabia, donde está la fábrica de bicicletas Orbea. Allí conocí al gerente, a los trabajadores y a los miembros del equipo ciclista Orbea, donde corrían Perico Delgado y Pedro Ruiz Cabestany, o Marino Lejarreta, ya en Caja Rural. Yo vivía al lado de ellos y me los cruzaba entrenando con frecuencia.

Un flechazo...

Orbea y Caja Rural me invitaron a algunas carreras. Fui con Txomin Perurena y Paco Giner. Ambos son mis maestros en el mundo del ciclismo. Tanto me animaron que al final llegué a hacer el curso de director deportivo.

¿Qué le engancha de este deporte?

Es una fuente de saber y de conocimiento. El andar en bicicleta tiene una virtualidad que sirve luego para la vida diaria y para la tarea pastoral. El sufrimiento, el sentido agonístico, ese ser capaz de descubrir que puedes subir un puerto detrás de otro, lo que te propongas. Así, al abordar las dificultades de la vida, tienes una capacidad de superación que te permite enfrentarte a los problemas con serenidad, esperanza y sacrificio. Es una escuela que forja una voluntad de hierro. Diría que ayuda a encontrar un estilo de vida.

¿Cómo ejerce su ministerio en este mundillo?

En el mundo del ciclismo hay gente creyente y muy creyente, pero la dinámica de las carreras es difícil, entre desayunos, masajes, salidas… Como nos costaba encontrar iglesias que se adaptaran a nuestros horarios, empezamos a celebrar misa el domingo en una carpa junto a la zona de salida. Hoy seguimos celebrando el Día del Señor en un salón del hotel de turno, con cariño, fe y fidelidad.

¿No extraña la presencia de un sacerdote?

Al final, ha resultado simpático, porque la gente ve en el cura una persona normal. De ahí me digan con cariño el «pater» y cosas así. Entre tanta broma, he tenido conversaciones muy serias, he escuchado relatos de vida y he acompañado a la carrera en momentos difíciles, como son las caídas graves o el fallecimiento de alguien de la organización.

Acumula cientos de días en carrera. ¿Ha llegado a aburrirse?

Qué va (risas). Durante todo este tiempo, no solo he celebrado misas. También he ayudado a montar estands y he sido chófer de médicos, jueces... ¿Tú sabes lo que dan cinco horas de carrera en un mismo coche? Esto ha hecho que, casi sin quererlo, se hayan forjado lazos de amistad con muchas personas. Las conversaciones surgen espontáneamente, sin forzar, a veces hablando de cosas intrascendentes. De esta manera tan sencilla, he acabado casando a algunos corredores y bautizando a sus hijos. Sobre todo, a los de épocas pasadas. Ahora es más complicado, con la globalización.

¿Cuál querría que fuera su legado?

Me gustaría que se viera que es posible vivir la fe con normalidad, desde lo cotidiano de la vida. Los cristianos no somos bichos raros. Cualquier momento es una oportunidad para la fe y para abrirnos radicalmente a los que están junto a nosotros, con la misión de poner un poco de ternura, cariño y esperanza allá donde estemos. También en la enfermedad… Hace seis años, me detectaron un cáncer de páncreas, sin expectativas. Ahora estoy bien y disfruto de la vida como un milagro. Haber experimentado en carne propia la debilidad, la vulnerabilidad, porque somos caducos, te hace mirar el mundo con otros ojos. Se aprecia mucho todo, quieres más a las personas y descubres que no merece la pena discutir por tanta ñoñería e idiotez como discutimos los seres humanos. Desde la sencillez, se puede vivir la vida con toda intensidad.

¿Cómo influye en ello la fe?

Él es el Dios que nos salva, la luz que nos ilumina, la mano que nos sostiene y el pecho que nos cobija. Desde ahí somos capaces de esperar, en ocasiones contra toda esperanza, pero aceptando la fe desde la libertad. Como decía el poeta, «nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios, por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen, Dios». Cada uno de nosotros tenemos que descubrir cuál es ese itinerario que nos abre a la trascendencia, para poder abrirnos totalmente a los demás y agradecer a ese Padre que nos regala todo lo que somos y tenemos.

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